Los discípulos, por su parte, contaron lo que les había pasado en el camino y cómo habían reconocido a Jesús al partir el pan.
Todavía estaban hablando de esto, cuando Jesús se apareció en medio de ellos y les dijo: «La paz esté con ustedes».
Atónitos y llenos de temor, creían ver un espíritu, pero Jesús les preguntó: «¿Por qué están turbados y se les presentan esas dudas? Miren mis manos y mis pies, soy yo mismo. Tóquenme y vean. Un espíritu no tiene carne ni huesos, como ven que yo tengo».
Y diciendo esto, les mostró sus manos y sus pies. Era tal la alegría y la admiración de los discípulos, que se resistían a creer. Pero Jesús les preguntó: «¿Tienen aquí algo para comer?». Ellos le presentaron un trozo de pescado asado; él lo tomó y lo comió delante de todos.
Después les dijo: «Cuando todavía estaba con ustedes, yo les decía: Es necesario que se cumpla todo lo que está escrito de mí en la Ley de Moisés, en los Profetas y en los Salmos».
Entonces les abrió la inteligencia para que pudieran comprender las Escrituras, y añadió: «Así estaba escrito: el Mesías debía sufrir y resucitar de entre los muertos al tercer día, y comenzando por Jerusalén, en su Nombre debía predicarse a todas las naciones la conversión para el perdón de los pecados. Ustedes son testigos de todo esto».
Palabra del Señor
Comentario
Por ahí te va a sorprender un poco lo que te voy a decir, lo que me digo siempre a mí mismo. ¡No es sencillo creer! Cuando uno crece en la vida de fe, o por lo menos intenta crecer –y no me refiero con esto a «saber» muchas cosas, a ser grandes teólogos, sino a pensar de un modo más profundo lo que implica creer, lo que significa creer en la resurrección de Jesús–, deberíamos reconocer con humildad que no es sencillo creer, no hay que dar por sentado que el creer es algo fácil. Hay gente a veces que lo dice como si fuera así nomás, como por obra y gracia sí, del arte de magia, y no del Espíritu Santo. Si esto fuera cierto, todos deberíamos haber creído en la resurrección de Jesús, todos deberían creer en que Jesús está vivo; sin embargo, no es así. Las evidencias nos llueven por todos lados; las evidencias de que no es evidente, valga la redundancia, creer que Dios se haya hecho hombre, de que haya muerto y resucitado por nosotros. Incluso podríamos decir que cuanto más «evidencias» buscamos, en el sentido científico de la palabra, más obstáculos podríamos encontrar. Si vos y yo creemos, se lo debemos a la gracia que recibimos para acoger la fe y responderle a Jesús, y muy poquito a nosotros mismos. Todo es gracia.
Por eso, qué buena oportunidad para pedirle a Jesús que nos abra la inteligencia, para que podamos comprender las Escrituras. Es buen día para hacer esto, porque justamente, en Algo del Evangelio de hoy, Lucas lo dice claramente: «Les abrió la inteligencia para que pudieran comprender». Esto es algo que tenemos que pedir siempre y que a veces nos olvidamos, yo me lo olvido también. Si todos los días hiciéramos este ejercicio, si todos los días nos acordáramos de pedirle a Jesús, ¡qué distinto sería todo! Sin la gracia que viene de lo alto, sin la gracia que viene de Jesús, no podemos comprender en su totalidad todo lo que está escrito para nuestra enseñanza, para nuestra santidad.
¡Señor, que hoy podamos comprender un poco más! ¡Señor, te pedimos que hoy nos abras un poco más la inteligencia de la mente y del corazón, para poder encontrarte en la Escrituras, para poder reconocer al Resucitado a nuestro alrededor, en cada palabra, en cada gesto, en cada misa, en cada eucaristía! ¡Señor, acompañanos, como a los discípulos de Emaús; explicanos las cosas porque nuestra mente es lenta y pequeña! ¡Señor, te pedimos que te nos manifiestes, así somos testigos de todo esto ante el mundo que no cree y vive como si no existieras! Te pedimos esto y todo lo que nuestro corazón no se anima a pedir.
Imaginando la escena de hoy, ¿quién de nosotros, poniéndose en el lugar de los discípulos, no hubiera actuado de la misma manera? ¡Temor, alegría, admiración y resistencia a creer! Pasaron por todos los estados de ánimo posibles en un instante: primero, miedo; después, alegría, admiración; y, al final, una especie de resistencia a tanta alegría. ¿Es posible todo esto? ¿Es posible semejante alegría? Creo que cualquiera de nosotros haría lo mismo. No es fácil creer semejante acontecimiento, no es fácil creer cuando la alegría es demasiado grande. Evidentemente no habían comprendido ni las Escrituras ni lo que Jesús les había dicho de tantas maneras y tantas veces.
En la vida necesitamos creer en la Palabra de Dios, pero también necesitamos la confirmación de esa Palabra, necesitamos experimentar en carne propia la realidad de lo que leemos. Es por eso que muchas veces en la vida no las terminamos de creer hasta que no nos pasan. Cuando nos pasan, nos decimos: «¡Ah! Ahora entiendo, ahora descubro eso que antes leía y no comprendía». Los discípulos necesitaron vivir esta experiencia para confirmar lo que Jesús les había dicho de palabra. Nosotros también hoy necesitamos experimentar la presencia real de Jesús en nuestras vidas para ser testigos verdaderos de él en el mundo. Si no, ¿de qué somos testigos? Cristiano es el que cree en Jesús, cree en la Palabra de Dios, pero no solo cree, sino que lo experimenta, lo vive y como lo experimenta y lo vive, es testigo de lo que cree y vive; refleja con su vida lo que lee, cree y experimenta.
Estos días de Pascua son días para volver a experimentar, para volver a creer que Jesús está vivo, y nos pide que, con nuestro testimonio, mostremos que esto es verdad. Si hubiera más testigos reales de que Jesús vive, ¡qué distinto sería todo!, ¿no?
Que tengamos un buen día y que la bendición de Dios, que es Padre Misericordioso, Hijo y Espíritu Santo, descienda sobre nuestros corazones y permanezca para siempre.