María se había quedado afuera, llorando junto al sepulcro. Mientras lloraba, se asomó al sepulcro y vio a dos ángeles vestidos de blanco, sentados uno a la cabecera y otro a los pies del lugar donde había sido puesto el cuerpo de Jesús. Ellos le dijeron: «Mujer, ¿por qué lloras?».
María respondió: «Porque se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo han puesto».
Al decir esto se dio vuelta y vio a Jesús, que estaba allí, pero no lo reconoció.
Jesús le preguntó: «Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas?».
Ella, pensando que era el cuidador de la huerta, le respondió: «Señor, si tú lo has llevado, dime dónde lo has puesto y yo iré a buscarlo».
Jesús le dijo: «¡María!».
Ella lo reconoció y le dijo en hebreo: «¡Raboní!», es decir, «¡Maestro!». Jesús le dijo: «No me retengas, porque todavía no he subido al Padre. Ve a decir a mis hermanos: “Subo a mi Padre, el Padre de ustedes; a mi Dios, el Dios de ustedes”».
María Magdalena fue a anunciar a los discípulos que había visto al Señor y que él le había dicho esas palabras.
Palabra del Señor
Comentario
¿Ya empezaste a resucitar en estos días? ¿Celebraste la Pascua de Jesús y la tuya? Nosotros también tenemos que resucitar. Ahí está el verdadero sentido de la Pascua que celebramos cada año. No alcanza con recordar lo que pasó, tenemos que «pasar» por nuestra vida lo que celebramos. Debemos morir para poder resucitar, cada día lo hacemos muchas veces sin darnos cuenta. La Pascua, lo que celebremos en estos días, es creer y alegrarse de que Dios, el Dios hecho hombre, hecho humano como nosotros, se hizo tan humano que quiso pasar por todo, hasta lo más hondo, hasta el abismo. No le esquivó a nada. Y aun teniendo miedo y angustia, lo pasó por nosotros, sin negar sus sentimientos, sin negar lo que le pasaba interiormente. Probó la copa antes que nosotros. Pasó muchas cosas y las venció, para ayudarnos a vencer, a pasar todo lo que tengamos que pasar. Esto es lo que de alguna manera celebramos en la Pascua. Y nosotros… ¿qué nos decimos cuando nos decimos feliz Pascua? ¿Pensamos en esto? ¿Nos decimos esto?
Algo del Evangelio de hoy nos pinta una escena maravillosa, nos la regala. María que se queda llorando afuera del sepulcro por su amado. Todavía no había creído, todavía no comprendía, no comprendía como también nosotros. Los ángeles le preguntan: «¿Por qué llora? », y ella respondió: «Porque se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo han puesto», mientras tanto, tenía a Jesús en frente y no lo reconocía. El llanto, la tristeza, la bronca, toda esa levadura vieja que tenemos muchas veces no nos deja ver, nos distorsiona la realidad. El llanto y el dolor se transforman en nubes que no nos dejan ver el sol, pero el sol está siempre, lo sabemos, pero lo olvidamos.
Ayer escuchábamos que la mentira quiso tapar la resurrección, pero no pudo. Hoy vemos que el dolor, la tristeza y el llanto se nos vuelven en contra para reconocer a Jesús, pero que, al mismo tiempo, pueden ser la causa de nuestro encuentro con él. ¡Mira que importante! Una paradoja, la otra cara de la moneda. Porque en ese momento donde Jesús se nos presenta y nos pregunta él mismo: «¿Por qué llorás?», no es lo mismo que nos pregunte cualquiera a que sea el mismo Jesús. No fue lo mismo para María. Él le preguntó: «¿Mujer, por qué lloras? ¿A quién buscas?», y después la llamó por su nombre. Solo el que pasó por algo, como Jesús –el que tocó lo más profundo de la debilidad humana–, tiene autoridad y derecho a preguntarle al otro qué le pasa. Lo mismo nos pasa a nosotros, solo aquel que tocó fondo sabe a veces tenderle la mano al que está en el fondo. Solo Jesús es capaz de preguntarnos por lo más profundo de nuestros sentimientos. Eso es lo lindo, eso es gratificante, eso nos debería dar mucha paz. No lo hace desde afuera, desde arriba, sino habiéndolo pasado. Él también lloró, no te olvides. Él también se angustió, él también sintió una tensión en su corazón y una cierta angustia por cumplir la voluntad de Dios. ¿Por qué no dejarse preguntar esto hoy por Jesús? Varón, mujer, fulano, fulana, poné tu nombre. Dejá que Jesús hoy te pregunte: «¿Por qué llorás, qué te pasa que seguís así? ¿Por qué estás triste? ¿Por qué estás enojado, enojada, angustiada? ¿Por qué no decís lo que te pasa? Hay que ponerle nombre a lo que nos pasa. ¿Por qué teniendo todo andás como si no tuvieras nada? ¿Por qué buscás consuelo en tantas cosas y no en mí? ¿No me ves que estoy al lado tuyo? ¿Por qué decís que crees en mí y andás peor que aquellos que no creen en nada?». No está mal llorar, angustiarse, entristecerse. No está mal ni bien, es parte de la vida, son cosas que nos pasan. Lo que hace mal en la vida es no saber por qué estamos tristes, angustiados y enojados. Esa es la cuestión, y esta Octava de Pascua nos tiene que ayudar también a descubrir en las profundidades de nuestros corazones esas cosas que escondemos y no nos dejan en paz.
Jesús no rechaza los sentimientos, pero nos quiere ayudar a reconocerlos y conducirlos, por eso pregunta: «¿A quién buscás?». Sea en el momento que estés, el sentimiento que estés pasando o padeciendo, es bueno dejarse preguntar por Jesús, es bueno dejarse que nos diga nuestro nombre: «¿Por qué? ¿Qué buscás?». Solo dejándonos preguntar el porqué y el qué buscamos, podremos escuchar a Jesús que nos dice nuestro nombre con amor: «¡María! Fulano, fulana, acá estoy, soy yo, ¿no me ves? Ese que andás buscando y no podés ver, ese que tiene todas las respuestas a tus preguntas». Lo que buscás está al frente tuyo y no te das cuenta. Tenés que aprender a pasar ciertas cosas, a vivir de Pascua en Pascua, a pasar sentimientos lindos y feos, tristezas y alegrías. Eso es resucitar. Hay que aprender a pasar las cosas con Jesús. Él las pasó primero y las pasó bien. Hay que pasar ciertas cosas sabiendo que siempre vendrá algo distinto, mejor o peor, según la mirada que tengamos, según si miramos las cosas con ojos de resurrección o de muerte y pesimismo. Todo pasa y todo pasará para algo distinto, depende de vos y de mí que sea para resucitar. Otra vez, feliz Pascua de Resurrección y no dejes de escuchar la Palabra de Dios, no dejes de concentrarte en lo que el Señor nos quiere enseñar en este tiempo, tan difícil a veces y que muchas veces no le encontramos sentido. Escuchá los Evangelios de la Resurrección, escuchá cada audio con más amor y ayudá a que otros lo escuchen. Ayudanos a seguir difundiendo la Palabra de Dios.
Que tengamos un buen día y que la bendición de Dios, que es Padre Misericordioso, Hijo y Espíritu Santo, descienda sobre nuestros corazones y permanezca para siempre.