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Memoria de Santa Marta

En aquel tiempo:

Mientras iban caminando, Jesús entró en un pueblo, y una mujer que se llamaba Marta lo recibió en su casa.

Tenía una hermana llamada María, que sentada a los pies del Señor, escuchaba su Palabra.

Marta, que estaba muy ocupada con los quehaceres de la casa, dijo a Jesús: «Señor, ¿no te importa que mi hermana me deje sola con todo el trabajo? Dile que me ayude.»

Pero el Señor le respondió: «Marta, Marta, te inquietas y te agitas por muchas cosas, y sin embargo, pocas cosas, o más bien, una sola es necesaria. María eligió la mejor parte, que no le será quitada.»

Palabra del Señor

Comentario

Es una imagen muy bella, muy linda, la del Evangelio de hoy, en este día de santa Marta. Una escena, digamos, un pueblo, una casa; la invitación a Jesús de una mujer —Marta—para que estuviera en su casa; María, que digamos que «aprovecha» esa situación tan linda y esa invitación y se sienta a los pies de Jesús para escuchar. Mientras tanto, Marta que no para de trabajar, que no para de hacer cosas. Va de aquí para allá, seguramente con deseos de servir a su Maestro. Y la otra, su hermana, que parece que no hace nada, sin embargo, estaba haciendo mucho, ¡escuchando!

Todo un cúmulo de signos en esta escena, en esta situación, y Jesús, como siempre, que enseña, aprovecha para enseñar. Aprovecha esta ocasión para ilustrarnos con una enseñanza que nos tiene que quedar grabada en el corazón. Jesús enseña con la vida, enseña con lo que pasa. Él es el Maestro que no necesita tiza, ni pizarrón. Es el Maestro que no necesita presentaciones Power Point, ni videos, ni publicaciones para llamar la atención.

Jesús es el Maestro que cautiva el corazón de aquellos que lo escuchan. Es el verdadero Maestro y, por eso, nos enseña y termina dándole una «lección» a Marta. No la trata mal ni la crítica, simplemente —de alguna manera— él se lamenta: «Marta, Marta te inquietas por tantas cosas, sin embargo, hay una sola que es necesaria. María eligió la mejor parte».

Qué bueno que hoy nosotros podamos decir: quiero aprender a elegir, quiero aprender a decidirme por lo mejor, porque tantas veces perdí el tiempo haciendo tantas cosas y, sin embargo, tengo que volver a escuchar lo que Jesús me dice: «Dejá de inquietarte por tantas cosas. ¿No aprendiste en la vida que finalmente la inquietud no te llevó a nada? ¿No aprendiste que, al final de cuentas, esa inquietud te la terminé solucionando “yo”? ¿Te la terminó solucionando el tiempo o el tiempo te fue demostrando que no era tan necesario como pensabas?».

¿Cuántas veces andamos como Marta? ¿Cuántas veces, también, parece que ser como María es «perder el tiempo»? Algunos dicen eso. ¿Cuántas veces el mundo se burla de nosotros porque parece que estar a los pies de Jesús no es necesario? Hay que hacer cosas. Y que en realidad es un símbolo, porque estar a los pies de Jesús puede ser, por supuesto, rezar, adorar, tomarse el tiempo del silencio, escuchar la Palabra, leerla. Puede ser no hacer lo que el mundo piensa que tenemos que hacer.

Sin embargo, estar «a los pies de Jesús» pero para escucharlo, es lo verdaderamente necesario. En definitiva, él no desprecia la «actividad», no está menospreciando a Marta por lo que hace. Lo que le quiere enseñar es que haciendo cosas no tiene que olvidarse de lo más importante, que aun haciendo cosas tenía que hacerlo escuchándolo a él, que aun sirviéndolo tenía que haberlo escuchado primero a él.

Marta invita a Jesús a su casa y termina «poniéndose a trabajar». ¿Cuántas veces nosotros también hacemos lo mismo? Queremos abrirle el corazón a Dios, y le hemos abierto el corazón para que entre a nuestra vida, teniendo algún servicio, alguna actividad comunitaria, solidaria, caritativa en la Iglesia y, sin embargo, sin querer, lo fuimos dejando de escuchar. Nos olvidamos de su llamado.

Si estamos sirviendo a Dios y lo dejamos de escuchar es porque, en el fondo, no lo estamos sirviendo verdaderamente. Nos estamos sirviendo un poco a nosotros mismos. Estamos sirviendo a nuestros caprichos o proyectos y, por eso, podemos terminar quejándonos, como Marta, o podemos quejarnos por la actitud de «las Marías», de aquellos que parece que no hacen tanto, y que en el fondo fue la más sabia y la de corazón más grande, por lo menos ese día.

Qué bueno que hoy podamos aprovechar para serenarnos un poco, para decirnos a nosotros mismos o dejar que Jesús nos diga, con nuestro nombre: «Rodrigo, Rodrigo ¿por qué te inquietás por tantas cosas?». Decí tu nombre y también dejá que Jesús te lo diga a vos mismo: «¿Por qué te inquietás, por qué andás corriendo, qué necesidad?».

¿No te das cuenta de que, de un día para el otro, tu vida puede terminar, puede llegar a su final, a su mejor final, que es encontrarte con Jesús? ¿Y vos creés que te va a preguntar cuántas cosas «hiciste» o cuánto amaste, cuánto «escuchaste» para amar, con cuánto amor hiciste lo que hiciste? ¿Qué te va a preguntar, qué nos va a preguntar?

Dios quiera que vivamos este día escuchando a Jesús. Acordate que no son dos cosas distintas. Se puede escuchar al Maestro haciendo lo que tenemos que hacer, amando a los que tenemos a nuestro alrededor. Se puede escuchar a Jesús en la actividad en medio del mundo. Pero para eso necesitamos cada tanto decir: «Tengo que frenar, tengo que estar a tus pies». Disfrutemos de la Palabra de Dios, la Palabra de Dios escuchada, transmitida en la Iglesia, que es la que nos alimenta cada día y nos ayuda a que no terminemos siendo «Martas» sin corazón, sino Martas Santas como el día de hoy, que celebramos la santidad de esta mujer que, finalmente, se habrá dado cuenta de lo que Jesús le decía y seguramente pudo cambiarlo, y aprendió a estar a los pies de Jesús, para terminar estando con él en el cielo eternamente. ¡Tengamos el corazón, mientras tanto, de María y las manos de Marta para ser sus verdaderos discípulos!