Las mujeres, atemorizadas pero llenas de alegría, se alejaron rápidamente del sepulcro y fueron a dar la noticia a los discípulos.
De pronto, Jesús salió a su encuentro y las saludó, diciendo: «Alégrense.» Ellas se acercaron y, abrazándole los pies, se postraron delante de él. Y Jesús les dijo: «No teman; avisen a mis hermanos que vayan a Galilea, y allí me verán.»
Mientras ellas se alejaban, algunos guardias fueron a la ciudad para contar a los sumos sacerdotes todo lo que había sucedido. Estos se reunieron con los ancianos y, de común acuerdo, dieron a los soldados una gran cantidad de dinero, con esta consigna: «Digan así: “Sus discípulos vinieron durante la noche y robaron su cuerpo, mientras dormíamos.” Si el asunto llega a oídos del gobernador, nosotros nos encargaremos de apaciguarlo y de evitarles a ustedes cualquier contratiempo.»
Ellos recibieron el dinero y cumplieron la consigna. Esta versión se ha difundido entre los judíos hasta el día de hoy.
Palabra del Señor
Comentario
Buen día, buen lunes, buen comienzo de semana. Espero, y seguramente vos también, que todos empecemos una linda semana acompañados como siempre de la Palabra de Dios, que tanto nos gusta escuchar y comentar.
Empezamos a transitar uno de los tiempos más lindos de la Iglesia, me refiero a las lecturas que vamos a ir escuchando en los días que siguen. Todo tiempo tiene su encanto, por su puesto, pero el tiempo pascual podríamos decir que es un tiempo especial, es tiempo de alegría, de gozo, de seguir maravillándonos. La Pascua se prolonga, la Pascua sigue, no podemos parar de vivir esta alegría. Durante cincuenta días disfrutaremos del tiempo pascual, cincuenta días dedicados a este misterio tan grande, el punto central de nuestra fe, desde donde todo parte y en donde todo confluye. A su vez esta semana es especial, hasta el domingo que viene, porque vivimos lo que en la Iglesia se llama la Octava de Pascua, es un día estirado en ocho, un día tan importante que es necesario festejarlo y revivirlo por muchos días más. Por eso si vas a misa durante la semana, volverás a escuchar el canto del gloria, volverás a vivir cada celebración como si fuera un domingo, y en los evangelios escucharemos y disfrutaremos de las apariciones más importantes de Jesús Resucitado a los discípulos, una más maravillosa que la otra. Todo para no olvidarlo jamás.
Te propongo que saborees cada Evangelio en estos días y que, además, los acompañes con la lectura del libro de los Hechos de los Apóstoles, si tenés tiempo, te va ayudar muchísimo porque al mismo tiempo verás cómo la Iglesia naciente fue creciendo en torno a la Resurrección, o gracias a la Resurrección, en torno a los testimonios de los que vieron con sus ojos a Cristo Resucitado. No es una linda historia para contar nada más, no es un invento de algunos locos, sino que es una realidad que cambió la historia de la humanidad. ¿Cómo es posible que once hombres temerosos y vacilantes ante la muerte del Señor, se hayan transformado milagrosamente en once testigos incansables por el mundo entero? ¿Cómo es posible que mujeres simples y sencillas hayan tenido tanto coraje para salir a su mundo conocido a decir que Jesús estaba vivo, que nos habían robado el cuerpo, que estaba vivo? ¿Qué historiador puede explicar semejante cambio en la historia si no es porque hubo un acontecimiento totalmente nuevo y que no proviene de este mundo?
Desde el principio, junto a la Resurrección existió también la corrupción. Desde el principio, quisieron tapar el sol con una mano, la Resurrección con una mentira, difundiendo una mentira. Pero –como dije– no se puede tapar el sol con una mano, no se pudo tapar esta verdad con mentiras que valieron un poco de dinero. Se puede decir que Jesús no resucitó, lo que es imposible es demostrarlo. Lo mismo es al revés, se puede creer que Jesús resucitó, pero es imposible demostrarlo con el rigor de la ciencia moderna, aunque se puede demostrar con la vida, con la tuya y la mía, con la de miles de personas que no son iguales desde que Jesús se les «apareció» en sus vidas, como a estas mujeres, atemorizadas, pero finalmente llenas de alegría. La alegría de la Pascua, la alegría que viene a traer Jesús Resucitado no se puede comparar con nada de este mundo, con ninguna chispita de un bienestar pasajero.
Jesús resucitó para «meternos» en una vida de eternidad, nos abrió las puertas de la eternidad para que empecemos por acá, para sacarnos el miedo y devolvernos la alegría. Cuántas veces como sacerdote escuché que me dijeron: «Padre, desde que creo en Jesús, desde que me convertí ya no le tengo miedo a la muerte, al contrario, tengo unas ganas increíbles de encontrarme con Jesús». Esa es la experiencia, la tensión del corazón que cree que lo de acá no es definitivo, y que lo que viene será lo mejor. Esa es la tensión que conoce a Jesús pero quiere verlo cara a cara. Es la experiencia de la Pascua, una alegría profunda pero que al mismo tiempo se topa con la insatisfacción de ver que este mundo es poco comparando con lo que vendrá.
Por ahí te pasó alguna vez, por ahí todavía no te pasó. En eso estamos todos, vos y yo. Es necesario volver a vivir la pascua, la de Jesús y la nuestra. En eso andaremos este tiempo, escuchando las diferentes apariciones del Resucitado que nos regalan los evangelios de cada día. Pero esas apariciones las tendremos que hacer nuestras. Todos tenemos que preguntarnos: ¿Dónde me encontró una vez Jesús Resucitado en mi historia? ¿Te acordás cuál fue tu Galilea? ¿Dónde encuentro a Jesús hoy, concretamente? ¿Cuál es nuestra Galilea, nuestro lugar de encuentro?
Felices pascuas para todos los que día a día hacemos el intento de reconocer y escuchar a Jesús vivo y presente en su palabra.