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IX Jueves durante el año

Un escriba que los oyó discutir, al ver que les había respondido bien, se acercó y le preguntó: «¿Cuál es el primero de los mandamientos?»

Jesús respondió: «El primero es: Escucha, Israel: el Señor nuestro Dios es el único Señor; y tú amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma, con todo tu espíritu y con todas tus fuerzas. El segundo es: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay otro mandamiento más grande que estos.»

El escriba le dijo: «Muy bien, Maestro, tienes razón al decir que hay un solo Dios y no hay otro más que él, y que amarlo con todo el corazón, con toda la inteligencia y con todas las fuerzas, y amar al prójimo como a sí mismo, vale más que todos los holocaustos y todos los sacrificios.»

Jesús, al ver que había respondido tan acertadamente, le dijo: «Tú no estás lejos del Reino de Dios.»

Y nadie se atrevió a hacerle más preguntas.

Palabra del Señor

Comentario

Si pudiéramos repasar los evangelios, o incluso toda la Palabra de Dios, a lo largo y ancho de tantas páginas que Dios nos regala, podríamos percibir que el tema de la comida, de los banquetes, es bastante recurrente. A Jesús le encantaba ir a comer a las casas, muchos encuentros lindos con los más excluidos fueron en comidas, y por supuesto que con sus discípulos comió cientos de veces y la comida más importante fue la última cena. Tan importante es para Jesús, para Dios Padre, ese momento tan básico y sencillo de nuestras vidas, como es comer, que incluso eligió quedarse con nosotros hasta el fin de los tiempos en una comida llena de escucha o en una escucha que nos lleva a alimentarnos bien, del verdadero pan del cielo. Eso es para nosotros la Eucaristía, la santa misa, un momento en el que escuchamos a Jesús y nos alimentamos de él para aprender a amarnos entre nosotros, para llevar ese estilo de vida a nuestras vidas, valga la redundancia. Todo lo que se hace en la misa es para que recordemos eso, para que revivamos ese momento. Se prepara la mesa para que podamos sentir que ese momento es vital, para que nos sintamos amados y queridos por él. No nos olvidemos que el que nos prepara la mesa es él mismo, el que siempre se preocupa por nosotros es él, el que sabe lo que necesitamos antes que nosotros mismos lo sepamos es él. No se puede amar si no aprendemos a sentarnos juntos a una mesa para escucharnos.

Me sorprendió mucho el testimonio de una señora que, al volver de un retiro de sanación, contaba que «había nacido de nuevo». ¿Qué fue «nacer de nuevo» para ella?, te estarás preguntando. Entre las cosas que relataba que la habían cambiado, pero no por imposición, sino justamente porque se sentía nueva, perdonada, amada, era el tema de la comida. Contó que antes de ir al retiro, por mucho tiempo le preparaba la mesa y la comida a su hermano, «casi como a un perro», decía; se la servía así nomás y hacía todo lo posible para que su hermano termine rápido, así ella podía volver a encerrarse en su habitación. Todo un signo de lo que vivía. En cambio, contó que al volver del retiro, le preparaba la comida con más tiempo, se la servía con amor y, lo que era increíble, más todavía, ahora se quedaba para acompañarlo hasta terminar, sin dejarse atrapar por su ansiedad de ir a encerrarse en su habitación a ver televisión y a olvidarse de todo. Sin palabras. El que ama es capaz de sentarse a la mesa hasta el final. Enséñale eso a tus hijos: que no se levanten de la mesa hasta el final.

Las palabras de Jesús en Algo del Evangelio de hoy son una invitación a escuchar. En realidad, Jesús viene respondiendo discusiones y pruebas, y se podrían decir muchísimas cosas con la respuesta de Jesús, pero quería centrarme en una, que a veces pasa desapercibida a nuestro paladar del corazón. A veces no escuchamos la primera palabra importante del mandamiento más importante: ESCUCHA. En otros evangelios se tendrá tiempo de pensar y rezar con la unidad de los dos mandamientos, algo que creo que ya sabemos. Son dos en uno en realidad. No se puede separar el amor de Dios del amor al prójimo. Amamos más a Dios cuando amamos más a los otros, amamos más a los demás cuando amamos más a Dios.

¿Pero de hace cuánto que no reflexionamos sobre el hecho de ESCUCHAR? Lo primero que no hacemos y deberíamos hacer, es escuchar, es leer, pero escuchando. Me dirás que estás escuchando el audio, pero te diré que ahora estás oyendo, porque escuchar es otra cosa. No siempre se oye escuchando ni se escucha oyendo. Si no escuchamos a Jesús, no hay posibilidad de amar a Dios con todas las fuerzas y al prójimo como él desea. La escucha diaria, continua, paciente, perseverante, es la que nos pone en el camino del amor. Si escuchamos a Jesús, amaremos; si no escuchamos, no amaremos. ¿Vos crees que amás y no escuchás verdaderamente? ¿Vos crees que amás a los tuyos y nos sos capaz de estar un tiempo sentado escuchando al que decís que amás?

Te propongo que hoy pienses en estas palabras de Jesús, estos mandamientos, no como un mandato impuesto desde afuera, sino también como una promesa que él mismo nos hizo si aprendemos a escuchar. Amarás… Amarás. Si escuchás, vas a poder amar; si escuchás, vas a empezar a encontrar motivos para amar; si escuchás a ese que no querés escuchar, lo vas a empezar a conocer y conociéndolo lo amarás o amándolo lo conocerás. La escucha sincera conduce al amor. Es imposible escuchar a Dios y no amarlo. Por eso te habrá pasado y te estará pasando que la Palabra de Dios te va enamorando, te va atrapando, te va generando una linda atracción en el corazón. Si escuchás todos los días las palabras de Dios, cuando menos te des cuenta lo amarás «con todo tu corazón y con toda tu alma, con todo tu espíritu y con todas tus fuerzas». Si escuchás mejor y de corazón a tu prójimo, tarde o temprano lo terminarás amando, porque lo conocerás y, finalmente, no podremos no amar algo que es «imagen y semejanza de Dios», al cual decimos que amamos.