Jesús salió de allí y se dirigió a su pueblo, seguido de sus discípulos. Cuando llegó el sábado, comenzó a enseñar en la sinagoga, y la multitud que lo escuchaba estaba asombrada y decía: « ¿De dónde saca todo esto? ¿Qué sabiduría es esa que le ha sido dada y esos grandes milagros que se realizan por sus manos? ¿No es acaso el carpintero, el hijo de María, hermano de Santiago, de José, de Judas y de Simón? ¿Y sus hermanas no viven aquí entre nosotros?» Y Jesús era para ellos un motivo de escándalo.
Por eso les dijo: «Un profeta es despreciado solamente en su pueblo, en su familia y en su casa.» Y no pudo hacer allí ningún milagro, fuera de curar a unos pocos enfermos, imponiéndoles las manos. Y él se asombraba de su falta de fe.
Jesús recorría las poblaciones de los alrededores, enseñando a la gente.
Palabra del Señor
Comentario
Continuando con esta imagen del «camino», decíamos ayer que el primero que vino a caminar este mundo, a caminar esta vida, fue Jesús. En realidad, podríamos decir que después de ver al hombre perdido, errante por esta vida, caminando sin sentido, vino Jesús a este mundo a enseñarnos a caminar o a enseñarnos el verdadero camino. Por eso vemos en los evangelios que todas las veces que Jesús se encontró por el camino con alguien o que fueron a buscarlo para alguna necesidad, o incluso cuando Jesús se metió en la vida de tantos llamándolos, siempre de algún modo u otro los invitó a caminar. A los discípulos les dijo: «Síganme», y los sacó de su modorra espiritual, de su pecado, de su tibieza, y los hizo empezar a «caminar». Aquellos que se acercaron para ser curados, a los enfermos, a los endemoniados, a aquellos que estaban muertos y los resucitó, los puso de vuelta a «caminar».
Podríamos leer todo el Evangelio en esta clave, ver cómo Jesús se mete en la vida de las personas o deja que le intercepten por el camino para ponerse a caminar. En ningún momento vamos a ver en el Evangelio a Jesús quieto, en el sentido de no estar haciendo nada, no estar yendo hacia un lugar. Siempre, desde que comenzó su vida pública, Jesús se puso a caminar hacia Jerusalén, donde sabía que iba a entregar su vida, porque, en definitiva, caminar es aprender a entregarse, es ir hacia la entrega, ir hacia el amor.
Al contemplar esta escena de Algo del Evangelio de hoy, nosotros, los que creemos, tenemos que reconocer y nunca olvidar una dificultad propia que tiene la fe. Y a veces simplificamos mucho la fe y aseguramos tener fe sin ahondar en lo que significa, o incluso criticamos a aquellos que no tienen fe y decimos ante ciertas situaciones: ¿Cómo no pueden creer? ¿Cómo, si ven esto o ven lo otro, no puede creer? Pero en realidad deberíamos decir que no es fácil creer, aunque creamos.
Sin embargo, como creyentes, y creyentes que pensamos y usamos la razón que Dios nos dio, tenemos que reconocer que la misma fe intrínsecamente, como se dice, tiene una gran dificultad, es difícil creer. Si no reconocemos esto, estamos simplificando de algún modo la fe y, en el fondo, estamos despreciando un don que, en definitiva, es de Dios. Creer es un don que recibimos. La posibilidad de creer en algo que está más allá de lo que vemos, la posibilidad de creer que en la sencillez de las cosas humanas podemos encontrar a Dios, la posibilidad de creer que esa persona que caminó por Galilea, ese hombre llamado Jesús era Dios, que vino a estar entre nosotros, a caminar con nosotros; es un don que recibimos gratuitamente, y por eso a muchos nos cuesta entender y creer. Porque lo humano se transforma en obstáculo muchas veces para lo divino, para aquel que no tiene fe o que busca muchas razones a lo que, en definitiva, es un regalo que hay que aceptar.
A veces en nuestros hogares, en nuestras familias, cuando queremos ser profetas, cuando queremos ser personas que muestren y anuncien que Dios está siempre, se nos hace bastante difícil, porque nosotros –y todos los demás– cuando hablamos de Dios, en definitiva y sin darnos cuenta, lo que buscamos es algo más grande, algo que deslumbre, algo milagroso. Y bueno, el Señor vino a enseñarnos que él eligió lo sencillo, un modo sencillo de hacerse presente en la humanidad y lo sigue haciendo a través de la Iglesia. La Iglesia, que es el Cuerpo de Cristo, vos y yo que somos de alguna manera la continuidad de la encarnación de Dios en la tierra, nos encontramos con esta dificultad para manifestar la fe y, al mismo tiempo, para vivir una fe madura. Por eso dice la Palabra de hoy que «Jesús no pudo hacer ningún milagro allí». ¿Por qué no pudo, si él podría haberlo hecho? Si él hubiese querido, lo hubiese realizado; no pudo porque no había fe. No vale la pena, en definitiva, hacer milagros cuando no hay fe, porque Jesús no hacía milagros para que los demás crean, para suscitar la fe, sino que en realidad solo veían los milagros aquellos que ya tenían fe.
Esto mismo pasa hoy; necesitamos fe para ver los milagros de Dios, necesitamos fe para darnos cuenta que Dios está presente. Por eso lo mejor que podemos pedir siempre es la fe, no es pedir milagros. Si tenemos fe, veremos milagros continuamente: el milagro de poder despertar, levantarnos y ver todo lo que Dios nos regaló, nuestra familia, nuestros hijos, el milagro de haber recibido tantos dones espirituales y materiales. Y así, mirando nuestra vida, el mundo en el que vivimos, podríamos ver milagros continuamente. Por eso pidamos fe, pidamos fe para que no se transformen en motivo de tropiezo los errores humanos de la Iglesia, los pecados de nosotros, los sacerdotes, de los laicos; obviamente que el pecado es un motivo de tropiezo y por eso tenemos que evitarlo, para evitar que otros dejen de creer.
Pidamos fe para poder descubrir más y más milagros a nuestro alrededor. Pidamos fe para los demás, no tratemos de mostrarles la fe, sino pidámosla para ellos, porque cuando se tiene fe, por gracia de Dios, se empieza a ver la realidad de otra manera y eso nos permite caminar de un modo distinto. Sigamos nuestro camino, como lo hizo Jesús; no nos detengamos por el hecho de que a los demás no les convenza lo que hacemos y decimos. Nuestro camino es andar tras él, escuchándolo a él.