«El que cree en mí, en realidad no cree en mí, sino en aquel que me envió. Y el que me ve, ve al que me envió.
Yo soy la luz, y he venido al mundo para que todo el que crea en mí no permanezca en las tinieblas. Al que escucha mis palabras y no las cumple, yo no lo juzgo, porque no vine a juzgar al mundo, sino a salvarlo.
El que me rechaza y no recibe mis palabras, ya tiene quien lo juzgue: la palabra que yo he anunciado es la que lo juzgará en el último día. Porque yo no hablé por mí mismo: el Padre que me ha enviado me ordenó lo que debía decir y anunciar; y yo sé que su mandato es Vida eterna. Las palabras que digo, las digo como el Padre me lo ordenó.»
Palabra del Señor
Comentario
La imagen del Pastor, del buen Pastor, que nos acompaña desde el domingo, debería ayudarnos a poder interpretar, a poder reflexionar, a poder ver con los ojos de la fe cómo obra Dios, o sea, cómo es ese Dios que no vemos, ese Dios que escuchamos y le creemos por medio de su Palabra; pero que, al mismo tiempo, nos quiero llevar no solo a que creamos, como un acto así aislado, sino que podamos conocer cómo es él. El conocimiento de la fe es tan importante como el acto de fe, o sea, el sentir que creemos, por decirlo de alguna manera, o el afirmar que creemos. No se pueden separar. Yo digo que creo, pero al creer a ese que me habla, al mismo tiempo lo voy conociendo. Y el hecho de que Dios sea nuestro Pastor o que Jesús se haya presentado como el buen Pastor, nos hace muy bien, porque esta imagen que utilizaba Jesús o esta actitud, mejor dicho, que Jesús decía que tiene el Pastor –que «él conoce a las ovejas y las ovejas lo conocen a él», o sea que lo escuchan–, nos tiene que ayudar a andar por ese camino. Somos sus ovejas y tenemos que seguir practicando la escucha, porque la escucha nos hace conocer a aquel a quien seguimos y escuchamos.
Por eso vuelvo a decir: es necesario escuchar la voz del Pastor, que es Jesús. La clave en esta vida, decimos siempre, es ir aprendiendo a escuchar, a escuchar al Pastor y a escuchar a los demás, en donde también de alguna manera él nos habla. El que no sabe escuchar, difícilmente sepa amar, porque no sabe detenerse; no sabe bajar un cambio, como se dice, para reflexionar. Aquel que ama sabe frenarse. No sabe aquel que no escucha mirar a los ojos a los demás; no sabe dejar de hablar para dar tiempo a los otros; no sabe lo que es esperar, no sabe de paciencia; no sabe lo que es olvidarse de sus propios caprichos por un momento; no sabe lo que es cargar con dolores ajenos; en definitiva, no sabe sufrir por el otro por amor. No sabe amar. El que no escucha, entonces decimos no ama bien y solo ama en profundidad, verdaderamente el que escucha mucho más de lo que pretende hablar.
Escuchar a Jesús es escuchar al Padre, «porque él no habló por sí mismo», dice el Evangelio de Juan, y escuchar entonces es lo que nos enseña a amar. ¡Si tomáramos dimensión de que al escuchar a Jesús estamos escuchando al Padre, qué distinto sería, por ejemplo, nuestra relación con él o nuestra manera de rezar, de orar! Muchas veces no sabemos rezar como conviene porque, en realidad, no sabemos escuchar, no sabemos detenernos y frenar un poco.
Escuchemos hoy a Jesús en Algo del Evangelio, que nos dice que él es luz, que vino a traer luz a las tinieblas de nuestras vidas, porque la luz es vida y cuando hay luz, la muerte desaparece. La luz da vida a la naturaleza. Sin la luz del sol, las plantas no podrían crecer. Sin la luz del sol, nosotros también viviríamos todos los días a oscuras.
Ahora… no basta con decir de la boca para afuera que creemos, ya lo dijimos, eso sobra y hace mal en realidad. Hay muchos cristianos que dicen creer, pero son ovejas sordas, que no quieren escuchar. Es necesario dejar que la fe se haga vida, que la fe ilumine lo propio, el propio corazón, y que irradie hacia afuera como un destello, como un reflejo de lo que recibimos. Es necesario cambiar de vida también, cada día. Y esto no es un imperativo moral, una obligación, es una realidad, una consecuencia natural cuando se cree, digamos así, en serio, cuando se escucha todos los días a Jesús, cuando dejamos que sus palabras y su vida nos muestren un nuevo camino, nos muestren el pecado también, el desorden que hay en nosotros, nos muestren nuestra bondad y la de los demás, nos eviten caer una y otra vez.
Que sus palabras iluminen también el dolor de los otros para que podamos aprender a ayudar. Si Cristo que es luz no está en nuestras vidas, si sus palabras no iluminan nuestro obrar y pensar, nada nos conmueve, nada nos saca de nuestra somnolencia, de ese andar anestesiados ante tanta oscuridad e injusticia.
Es sencillo: o somos ovejas que escuchamos y seguimos a Jesús, o somos ovejas que seguimos a un rebaño distinto, a un rebaño de una de una ideología, de una política, de un proyecto personal, de una filosofía, de modas pasajeras, o incluso de caprichos personales.
Pidámosle a Jesús que nos siga conduciendo hacia los pastos que él quiere darnos, hacia los pastos de su amor y de su palabra.
Que tengamos un buen día y que la bendición de Dios, que es Padre misericordioso, Hijo y Espíritu Santo, descienda sobre nuestros corazones y permanezca para siempre.