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IV Martes de Pascua

Se celebraba entonces en Jerusalén la fiesta de la Dedicación. Era invierno, y Jesús se paseaba por el Templo, en el Pórtico de Salomón.

Los judíos lo rodearon y le preguntaron: «¿Hasta cuándo nos tendrás en suspenso? Si eres el Mesías, dilo abiertamente.»

Jesús les respondió: «Ya se lo dije, pero ustedes no lo creen. Las obras que hago en nombre de mi Padre dan testimonio de mí, pero ustedes no creen, porque no son de mis ovejas.

Mis ovejas escuchan mi voz, yo las conozco y ellas me siguen. Yo les doy Vida eterna: ellas no perecerán jamás y nadie las arrebatará de mis manos. Mi Padre, que me las ha dado, es superior a todos y nadie puede arrebatar nada de las manos de mi Padre. El Padre y yo somos una sola cosa.»

Palabra del Señor

Comentario

Andar por el camino de la Palabra no es siempre sencillo. Uno pasa muchas veces por todos los estados de ánimo espirituales y muchas veces las crisis llegan, tarde o temprano. Hay momentos llamados de consolación y desosolación. Es normal. A todos nos pasa. No es ser humano, con todas las letras, quien está siempre igual, quien está “como si nada pasara”. Eso no es real, somos creaturas débiles, aunque a veces pretendamos ser ángeles y perfectos. Justamente ahí, radican muchas de nuestras crisis, en no aceptar que es parte de la vida, el pasar por un estado o el otro, el cambio, el que no todos los días estemos igual, que lo lindo no dura siempre, y que lo malo tampoco. Sin embargo, muchas veces andamos tristes o enojados, justamente por pretender imposibles que finalmente nunca se dan.

Lo más lindo y reconfortante sería lograr empezar el día dando gracias y ofreciendo todo lo que aparezca en el camino, y casi lo mismo al terminarlo… dar gracias por todo lo que se vivió y pedir perdón por lo que se podría mejorar. Si pudiéramos vivir los días así, en realidad nos ahorraríamos muchos disgustos que nos quitan la paz continuamente.

No hay duda de que para Jesús somos sus ovejas, Él mismo lo dice: «Mis ovejas…»; esa es la primera palabra linda que tenemos que escuchar hoy, somos sus ovejas y nada podrá arrebatarnos de sus manos, de las manos del Padre, aun cuando nosotros creamos que estamos “afuera”, nunca estaremos afuera; porque gracias a Él estamos dentro, gracias a que Él nos ganó con su sangre y con su amor para siempre, para toda la eternidad.

Por eso cuando uno escucha que de labios y del corazón de Jesús salieron estas palabras: “…ellas no perecerán jamás y nadie las arrebatará de mis manos. Mi Padre, que me las ha dado, es superior a todos y nadie puede arrebatar nada de las manos de mi Padre” ¿Puede quedar lugar a la duda? ¿Puede quedar lugar al miedo? Jesús se refería a nosotros, a sus ovejitas, a los que escuchamos su voz, a los que intentamos seguirlo día a día. ¿No te parece lindo? ¿No te da paz escuchar semejante afirmación? ¿Por qué preocuparse tanto de las cosas que pasan o que nos pasan? ¿Qué nos pasa que no terminamos de confiar en que esto es realmente así? Bueno las respuestas pueden ser muy variadas, según la cantidad de oyentes, pero es algo que tenés que preguntarte vos, que tenemos que preguntarnos todos. Deberíamos poder vivir en paz intentando escuchar todos los días la voz de Jesús que es nuestro Verdadero Pastor. Podríamos pensar que entramos en el miedo, en la angustia, cuando dejamos de escuchar la voz que nos hace bien y nos dejamos llevar por otras voces. Voces que nos tiran abajo; voces que no nos hacen bien; voces que parecen amigas, pero en realidad nos destruyen; son voces que salen de adentro nuestro o que viene de afuera. Está lleno de falsos pastores que nos quieren guiar hacia otros pastos, no necesariamente malos, sino otros pastos que nos alejan de los manjares de Dios.

Algo del Evangelio de hoy nos llena de ánimo y de esperanza. Las manos del Padre siempre están para abrazarnos, para tomarnos, para salvarnos, para cuidarnos, para acariciarnos, para demostrarnos su amor. Algo del Evangelio de hoy nos ayuda a comprender que las manos del Padre, esas de las que nos habla Jesús, son esas manos de tantos que nos quieren, que nos buscan, que nos han dado una ayuda, una palmada, un empujón, un abrazo, una caricia y nosotros, muchas veces las hemos esquivado, por creernos omnipotentes, por creernos no necesitados. Las manos del Padre son las manos de nuestros hermanos que son hijos de ese mismo Padre. Por eso Jesús dice que Él y el Padre son una sola cosa. El Hijo quiere siempre lo que quiere el Padre. Jesús quiere que seamos hijos y hermanos. Jesús quiere que queramos lo que Él quiere.

¿Qué es lo que nos asegura permanecer siempre en las manos del Padre, o sentirnos en sus manos? No dejar jamás de escuchar la voz de Jesús. Eso es lo que hicieron los santos día a día, se sumergieron en Él, en la oración. Dedicaron tiempo y fueron capaces de dejar todo en “sus manos”, porque en definitiva nuestra vida “está en sus manos” y solo si sabemos entregarla, sabemos vivirla. Esto es lo que podemos hacer nosotros también, porque también estamos llamados a ser santos, y podemos serlo. Vos y yo podemos también aprender día a día a confiar, a dejar todo en las manos del Padre que nos sostiene siempre. La santidad no es algo raro, no es algo extraño para algunos locos que andan por ahí. La santidad es para vos y para mí, es para todas las ovejitas amadas por Jesús.

Sigamos juntos escuchando con un corazón grande el llamado de Jesús a estar con Él, a seguirlo, a amarlo con toda nuestra vida.