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IV Martes de Cuaresma

Se celebraba una fiesta de los judíos y Jesús subió a Jerusalén.

Junto a la puerta de las Ovejas, en Jerusalén, hay una piscina llamada en hebreo Betsata, que tiene cinco pórticos. Bajo estos pórticos yacía una multitud de enfermos, ciegos, paralíticos y lisiados, que esperaban la agitación del agua.

Había allí un hombre que estaba enfermo desde hacía treinta y ocho años. Al verlo tendido, y sabiendo que hacía tanto tiempo que estaba así, Jesús le preguntó: « ¿Quieres curarte?»

El respondió: «Señor, no tengo a nadie que me sumerja en la piscina cuando el agua comienza a agitarse; mientras yo voy, otro desciende antes.»

Jesús le dijo: «Levántate, toma tu camilla y camina.»

En seguida el hombre se curó, tomó su camilla y empezó a caminar.

Era un sábado, y los judíos dijeron entonces al que acababa de ser curado: «Es sábado. No te está permitido llevar tu camilla.»

El les respondió: «El que me curó me dijo: “Toma tu camilla y camina.”» Ellos le preguntaron: « ¿Quién es ese hombre que te dijo: “Toma tu camilla y camina?”»

Pero el enfermo lo ignoraba, porque Jesús había desaparecido entre la multitud que estaba allí.

Después, Jesús lo encontró en el Templo y le dijo: «Has sido curado; no vuelvas a pecar, de lo contrario te ocurrirán peores cosas todavía.»

El hombre fue a decir a los judíos que era Jesús el que lo había curado. Ellos atacaban a Jesús, porque hacía esas cosas en sábado.

Palabra del Señor

Comentario

Decía el Evangelio del domingo que los fariseos y los escribas murmuraban de Jesús. Hablaban mal de Él porque veían que se juntaba con los publicanos, que eran pecadores públicos, y con los pecadores, que no sabemos qué tipo de pecadores, pero seguramente eran aquellos hombres que todos señalaban por las cosas que hacían. Bueno, Jesús se juntaba con ellos a comer, o sea, los recibía o dejaba que lo reciban en sus casas. O sea, todo un signo de lo que Dios vino a hacer a este mundo, a reunirse con aquellos que son pecadores como vos y como yo. Pero bueno, en el fondo esa murmuración hacia Jesús para mí, para la Iglesia, debería ser el mayor elogio. A veces una crítica que nos pueden hacer en el fondo, si uno ve la otra cara, es un elogio. ¡Qué gran elogio! ¡Jesús se junta con los pecadores! ¡Jesús quiere comer con vos y conmigo, porque vos y yo también somos débiles! Lo que pasa que después, con la parábola que contó, nos muestra que el hermano mayor es de aquellos que no se creían pecadores. Pero bueno, seguiremos con eso en estos días.

Hace bien que volvamos a recordar que estamos en la Cuaresma, que nuestros corazones se tienen que ir orientando a la Semana Santa, la fiesta central de nuestra fe, a la Pascua. Todos caminamos hacia allá, para poder morir y resucitar con Cristo, para volver a revivir místicamente, se dice, con nuestra propia vida la salvación que él nos vino a regalar. Para eso es lindo que hoy escuchemos las palabras de Jesús en Algo del Evangelio al enfermo: «Levántate, toma tu camilla y camina». ¡Levantémonos, tomemos nuestra camilla y empecemos a caminar! ¿Qué es nuestra camilla? Por ahí estamos enfermos desde hace muchísimos años, del corazón, una enfermedad espiritual.

Por ahí arrastramos un rencor hace un tiempo. Por ahí no podemos dejar ese vicio que nos domina de hace tanto. Por ahí andamos en nuestro mundo materialista y consumista desde que tenemos memoria, pensando que ese es nuestro progreso y felicidad. Por ahí tenemos una enfermedad corporal; estamos postrados con un cáncer, una diabetes, alguna enfermedad que nos hace tanto mal, algo que no nos deja caminar bien. Por ahí vivimos en nuestro mundo interior y nuestro egoísmo y no nos damos cuenta, que nuestra familia nos necesita y que el mundo alrededor se cae a pedazos, y nosotros no nos damos cuenta porque seguimos enojándonos por tonteras, por cosas que no tienen sentido.

¿Quién de nosotros entonces puede decir hoy que está absolutamente sano, que no necesita levantarse y dejar la camilla de lado? Acordémonos que estos milagros de la vida de Jesús son también signos para nosotros, signos de nuestra peor enfermedad que es el pecado, el amor propio que nos tiene tirados desde hace tanto tiempo y que no nos hace sensibles al amor de los demás y al dolor también de los demás.

Este pobre hombre no tenía quien lo acerque a la pileta en donde supuestamente decían que se iba a curar. Nadie se compadecía de él, salvo Jesús. Ahora, el milagro también muestra algo más importante: ¿Qué es lo que lo cura finalmente? ¿El agua de la pileta o el amor de Jesús? Digo esto porque hoy uno escucha a veces tantas cosas, tantas alternativas de curaciones: curanderos, sanadores, videntes, cursos de una cosa, del otro, el médico de acá, el médico de allá, tantas propuestas de sanación interior. Y Jesús… y Jesús… Él está siempre a nuestro lado y quiere curarnos. ¿Qué nos pasa que a veces no acudimos a Él? Es entendible que ante el dolor y la desesperación uno busque todo lo que está al alcance de la mano, pero al mismo tiempo también es inentendible que, teniendo a Jesús, que es el médico del alma, busquemos cosas tan pequeñas y que además muchas veces nos sacan bastante dinero.

Jesús hoy nos dice a todos: ¿Querés curarte? ¿Querés salir de esa enfermedad en la que te metiste sin querer y no poder salir, o esa enfermedad que te sobrevino y no podés liberarte?

La Cuaresma es tiempo de salir de eso, de tomar la camilla y levantarse, de resucitar y dejar la avaricia, la pereza, la lujuria, la soberbia insoportable, la gula, la ira, y la envidia y todo lo que nos aleja de los demás, de nosotros y del Padre. El remedio es simple, pero implica un poco de nuestra parte: oración con el corazón, limosna de corazón y ayuno con alegría. Todo esto en secreto, porque solamente nuestro Padre que ve en lo secreto nos recompensará.