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IV Domingo durante el año

Jesús entró en Cafarnaún, y cuando llegó el sábado, fue a la sinagoga y comenzó a enseñar. Todos estaban asombrados de su enseñanza, porque les enseñaba como quien tiene autoridad y no como los escribas.

Y había en la sinagoga un hombre poseído de un espíritu impuro, que comenzó a gritar: «¿Qué quieres de nosotros, Jesús Nazareno? ¿Has venido para acabar con nosotros? Ya sé quién eres: el Santo de Dios».

Pero Jesús lo increpó, diciendo: «Cállate y sal de este hombre». El espíritu impuro lo sacudió violentamente y, dando un gran alarido, salió de ese hombre.

Todos quedaron asombrados y se preguntaban unos a otros: «¿Qué es esto? ¡Enseña de una manera nueva, llena de autoridad; ¡da órdenes a los espíritus impuros, y estos le obedecen!» Y su fama se extendió rápidamente por todas partes, en toda la región de Galilea.

Palabra del Señor

Comentario

El domingo es un lindo día para hacer un poco más de silencio después de tanto ruido «semanal». Es necesario, aunque nadie nos enseñe a vivirlo, aunque no haya escuela para aprender a hacerlo. El que necesita ruido para tapar más ruido, es porque todavía no termina de encontrarse consigo mismo, con los demás y con su Padre Dios.

Probá, te propongo, este día apagar un poco todos los aparatos, toda la tecnología que nos rodea y nos aturde tanto y no nos deja escucharnos entre nosotros, y mucho menos a Dios. El silencio no debería ser un momento de desesperación, que no sabemos qué hacer, sino encuentro. Sirve para encontrarnos mutuamente, para amarnos profunda y verdaderamente. El silencio en realidad es para dar espacio al verdadero diálogo, para poder escuchar mejor y poder hablar bien a los otros, lo justo y necesario. Solo el que sabe hacer silencio puede escuchar realmente a los otros y hablar bien a los demás, sin gritonear, sin adoctrinar continuamente.

El día del Señor debería ser para vos y para mí esa oportunidad, por lo menos un inicio. Eso no quiere decir que tu casa se tiene que transformar en un monasterio, sino que hagas el intento de escuchar un poco más a los que te rodean, de bajar los «decibeles» y «volúmenes» que nos aturden por todos lados, para darte cuenta que las verdaderas palabras que hacen bien son las de Dios.

Sin embargo, mientras tanto, cada día escuchamos palabras y palabras de todo tipo, muchas palabras también que son vacías, en nuestro país, en el mundo, en tu comunidad, incluso en nuestras familias; en la Iglesia también hay muchas palabras de más.

Las noticias que escuchamos todos los días son informes de los problemas que nos rodean, pero rara vez alguien se hace cargo de eso que dice que pasa. Las lindas noticias parecen ser como excepcionales, como milagros. Cuando escuchamos tanto, parece que todos saben todo, pero en el fondo nadie resuelve seriamente los problemas profundos de la humanidad. Los medios hablan, los políticos también, nosotros también. Los que manejan los destinos de los países les importa los problemas de la gente, eso dicen, pero mientras tanto no los viven, los ven de lejos, viven en otros lados –en lugares privilegiados–. Todo parece una gran farsa. Pasa también dentro de la Iglesia: a veces hablamos mucho pero no siempre hacemos lo que decimos, también hay mucha superficialidad. No quiero ser pesimista, sino simplemente describir una realidad que me parece que veo.

En definitiva, el mundo está lleno de personas sin autoridad. Nosotros también a veces actuamos sin autoridad, cuando no somos coherentes con lo que decimos. Muchos consideran que por hablar bien, por tener oratoria, dicen la verdad, pero en realidad dicen palabras muy lindas pero vacías, si eso incluso no va acompañado de obras.

Así está el mundo de hoy, podríamos decir. En medio de este mundo nosotros confesamos –que por supuesto no es lo único– que «el Reino de Dios está entre nosotros, está cerca», como decía Jesús el domingo anterior. El Reino de Dios está entre nosotros y para nosotros esa es nuestra alegría. Esto quiere decir que él está continuamente acompañándonos aun cuando no lo parece, aun cuando pareciera que todo está un poco perdido. Pero si no cambiamos, si no nos convertimos y creemos, si no cambiamos de mentalidad, difícilmente podamos experimentarlo y nos alegraremos con esta linda noticia.

En Algo del Evangelio de hoy Jesús aparece como el Profeta, el verdadero Profeta que habla con autoridad, no solo porque «sabe» lo que dice o porque dice algo lindo, sino porque vive realmente lo que dice. Eso es tener autoridad: experimentar en carne propia lo enseñado. Por eso «todos estaban asombrados de su enseñanza», y además porque su palabra hacía lo que decía. Jesús nos maravilla porque no habla por hablar, no miente al hablar, no impone al hablar, no embauca cuando habla, no engaña a nadie cuando dice las cosas, no grita para decir lo que quiere decir, no genera miedo cuando abre su boca; sino todo lo contrario.
Habla cuando tiene que hablar; habla con firmeza, pero con amor; habla para sanar y consolar, para decir la verdad, para mostrar un nuevo camino, para dar vida. Y habla con autoridad, vive lo que dice y después lo dice.

Por eso Jesús termina de enseñar y demuestra su autoridad expulsando un demonio que lo quiere increpar: «¿Qué quieres de nosotros, Jesús Nazareno?» Jesús quiere que el demonio se calle, que nos deje de molestar, que nos deje de engañar. Él no solo vino a enseñar una doctrina, sino que vino a vencer al que deforma al ser humano, haciéndolo inhumano por el pecado. Él nos quiere ayudar a distinguir su voz de la del demonio, que siempre nos está llamando por la otra oreja mintiéndonos.

No dejemos que las voces de este mundo sin autoridad nos llenen la cabeza y el corazón de tanta inmundicia y mentira. No dejemos que la voz del maligno nos haga «creer» que Jesús no está y no actúa. No nos dejemos engañar por el demonio que desea justamente que nos olvidemos de que él también actúa. No nos olvidemos que Jesús ya lo venció, que solo él tiene el verdadero poder.

Pidamos hoy dos gracias, te propongo. Maravillarnos de las palabras, del modo de enseñar de Jesús, de su autoridad, preguntándonos: ¿Cómo estamos ejerciendo nuestra autoridad como profetas en medio de este mundo? ¿Hablamos por hablar o hablamos de lo que vivimos? Y, por otro lado, pidamos saber distinguir las palabras de Dios de las del demonio, que andan dispersas por ahí queriéndonos siempre engañar. Jesús –no te olvides– siempre es más fuerte, no tengamos miedo.