Dijo Jesús: De la misma manera que Moisés levantó en alto la serpiente en el desierto, también es necesario que el Hijo del hombre sea levantado en alto, para que todos los que creen en Él tengan Vida eterna. Sí, Dios amó tanto al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en Él no muera, sino que tenga Vida eterna.
Porque Dios no envió a su Hijo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por Él. El que cree en Él, no es condenado; el que no cree, ya está condenado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios. En esto consiste el juicio: la luz vino al mundo, y los hombres prefirieron las tinieblas a la luz, porque sus obras eran malas. Todo el que obra mal odia la luz y no se acerca a ella, por temor de que sus obras sean descubiertas. En cambio, el que obra conforme a la verdad se acerca a la luz, para que se ponga de manifiesto que sus obras han sido hechas en Dios.»
Palabra del Señor
Comentario
Continuamos en este camino cuaresmal, en este camino que lentamente nos llevará hasta la Pascua, hasta el calvario, hacia ese lugar en donde Jesús dio la vida por nosotros y donde finalmente, también, resucitó para llenarnos de alegría. Dios vino desde lo alto para hacerse hombre por nosotros. Toda una imagen. Los momentos más importantes de su vida los vivió, podríamos decir, en lo alto, en las cumbres de las montañas y dio su vida en lo alto de un monte, por vos y por mí. ¿Sabés por qué? Entre tantas respuestas a esta pregunta, una de ellas creo que puede ser porque fuimos creados para lo «alto»; fuimos creados no para «arrastrarnos», simbólicamente, sino para apuntar alto, para caminar juntos a la cima de la montaña de la Vida eterna, dando la vida, esforzándonos para amar día a día.
¡Qué difícil comprender este deseo de Dios cuando cada vez más el ídolo de este mundo es la comodidad y la ley del menor esfuerzo! Muchas cosas que antes se conseguían con esfuerzo y entrega, hoy se consiguen «así nomás», con un «clic»; hoy nos vienen, digamos así, de «arriba» y muchos son los que pretenden que las cosas se les dé sin entregarse, sin sacrificarse, sin esforzarse, sin trabajar. ¿Qué haría hoy Jesús en nuestro lugar? ¿Cómo viviría si fuera uno de nosotros? Creo que se esforzaría para alcanzar sus deseos, las cosas que su corazón le pedía; que caminaría por los lugares más «escarpados», no para sufrir por sufrir, sino para enseñarnos que la vida hay que vivirla, pero también hay que lucharla. Parte del camino de la Cuaresma es ir comprendiendo este misterio oculto que pocos se animan a enfrentar, el misterio de la cruz, de la entrega cotidiana, para hacer de este mundo un espacio de hermanos, en donde todos nos ayudemos mutuamente, pero especialmente a los que les toca las cruces más pesadas.
Jesús no solo murió en un monte, sino que además murió elevado en una cruz. Fue levantado en alto –como se hacía en esa época– como escarmiento para que vean la muerte, para que vean cómo se humillaba el asesinado. Sin embargo, para los que creyeron en Él, para vos y para mí, esa elevación fue causa de salvación, es causa de salvación aun hoy para tantos. Por eso vayamos a Algo del Evangelio de hoy.
Para poder comprender un poco más, es necesario que recordemos que en el Antiguo Testamento, después de la liberación de los hebreos de Egipto, durante su tránsito por el desierto, los israelitas cayeron una y otra vez en el olvido del amor de Dios, como te pasa a vos y a mí. No podían mantener la alianza que habían hecho con Él en el monte Sinaí por medio de Moisés al recibir los mandamientos. Después de una de esas tantas pérdidas de paciencia del pueblo, Dios permitió que sean picados por serpientes y es ahí donde los israelitas le piden a Moisés que interceda por ellos para ser librados. Moisés escucha la voz de Dios que le ordena que fabrique una serpiente abrasadora, poniéndola en una asta para que todo el que la mire sea curado.
Es por eso que Jesús hoy dice: «De la misma manera que Moisés levantó en alto la serpiente en el desierto, también es necesario que el Hijo del hombre sea levantado en alto, para que todos los que creen en Él tengan Vida eterna». ¿Y nosotros?, ¿para nosotros?, podríamos preguntarnos. Siendo domingo creo que nos puede ayudar revivir esta imagen en la misa, y aunque no vayas, aunque no puedas ir, que puedas entender por qué la Iglesia hace ciertos gestos en la liturgia que nos ayudan a revivir la salvación que nos trajo Jesús. Por eso, podríamos decir que, de la misma manera, es necesario que en cada misa sea levantado el Cuerpo de Jesús para que todos veamos, creamos y tengamos Vida eterna. Son dos los momentos en el que el sacerdote eleva el Cuerpo de Cristo para que pueda ser adorado – en la consagración y antes de la comunión -, para que al ser levantado tengamos la oportunidad de volver a creer, de creer que Él está ahí siempre, entregándose por nosotros como lo hizo en la cruz.
Jesús con esa expresión se refería a su pronta entrega en la cruz.
Él debía ser levantado en alto, clavado y crucificado por nosotros para que nosotros nos convenciéramos de su amor. Era necesario. El amor de Jesús se transformaría en un imán para nuestros pobres corazones deseosos de amor. «Sí, Dios amó tanto al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en Él no muera, sino que tenga Vida eterna». Sí, Dios te ama, Dios nos ama. ¿Podemos dudar de eso? Hoy las lecturas son un derroche de expresiones de amor para con nosotros. La Palabra de Dios es clara, las acciones de Dios también. Dios nunca dijo algo que no haya cumplido. Así también lo decía san Pablo: «Así, Dios ha querido demostrar a los tiempos futuros la inmensa riqueza de su gracia por el amor que nos tiene en Cristo Jesús».
La prueba de que Dios nos ama es que, aun siendo pecadores, envió a su Hijo único no para condenarnos, sino para salvarnos, para darnos una vida nueva, la Vida eterna de los que creen en Jesús. Eso recibimos al creer: una vida nueva y eterna. «Nosotros somos creación suya: fuimos creados en Cristo Jesús, a fin de realizar aquellas buenas obras».
Ya cercanos a la Pascua, elevemos nuestras miradas a Jesús elevado en la cruz, a Jesús elevado en cada hostia en las misas de cada rincón del mundo. Miles de veces se vuelven a repetir las mismas palabras y sucede lo mismo. Miles de veces volvamos a decirle a Jesús lo mismo: «Queremos mirarte, queremos creer, queremos tener Vida eterna».