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III Viernes durante el año

Jesús decía a la multitud: «El Reino de Dios es como un hombre que echa la semilla en la tierra: sea que duerma o se levante, de noche y de día, la semilla germina y va creciendo, sin que él sepa cómo. La tierra por sí misma produce primero un tallo, luego una espiga, y al fin grano abundante en la espiga. Cuando el fruto está a punto, él aplica en seguida la hoz, porque ha llegado el tiempo de la cosecha.»

También decía: «¿Con qué podríamos comparar el Reino de Dios? ¿Qué parábola nos servirá para representarlo? Se parece a un grano de mostaza. Cuando se la siembra, es la más pequeña de todas las semillas de la tierra, pero, una vez sembrada, crece y llega a ser la más grande de todas las hortalizas, y extiende tanto sus ramas que los pájaros del cielo se cobijan a su sombra.»

Y con muchas parábolas como estas les anunciaba la Palabra, en la medida en que ellos podían comprender. No les hablaba sino en parábolas, pero a sus propios discípulos, en privado, les explicaba todo.

Palabra del Señor

Comentario

«¿Con qué podríamos comparar el Reino de Dios?». ¡Qué buena pregunta!, se pregunta y nos pregunta Jesús. Él se preocupaba o se ocupaba en buscar la mejor manera de comunicarse con los que lo escuchaban. No solo le interesaba decir lo que pensaba, sin importarle sus oyentes, como si fuese un demagogo de estos tiempos, sino que Jesús es Dios, y Dios es amor, y por eso habló siempre con amor, pero con verdad. Es interesante pensar en esto, relacionándolo con lo que estamos profundizando en estos días sobre la Palabra de Dios.

Dios no solo se ocupa de hablarnos o decirnos verdades muy lindas, pero abstractas, frases para anotar en un libro, frases para compartir en las redes, sino que también le gusta o, en realidad, lo que quiere es que podamos comprenderlas, que entendamos el mensaje y que esas palabras logren un cambio en nuestras almas. Por eso también se ocupa en el modo de transmitirlas. Porque detrás y en las palabras hay mucho más que letras organizadas, hay corazón, hay amor, hay algo más para dar.

Si el amor estuviera solo en las palabras, sería bastante sencillo entre nosotros. Incluso para Dios hubiese sido más sencillo, podría haberse quedado tranquilo «en el cielo» y nos podría haber enviado desde arriba, tirado un libro lleno de frases muy lindas que hablen del amor. Sin embargo, decidió venir él mismo a hablarnos en persona, de corazón a corazón.

Es algo que no podemos olvidar nunca. La comunicación entre nosotros, nosotros con Dios y Dios con nosotros no es una cuestión puramente intelectual, de pasarnos «informaciones», contenidos de cosas, sino que cuando dos personas se comunican, hay algo que está más allá y permanece aun cuando dejamos de vernos, permanecen en el tiempo, corazón de cada uno. Un abrazo, un lindo gesto, una palabra de consuelo, de aliento, de esperanza, de alegría, sigue produciendo sus frutos más allá de la presencia física del que las dice y del que las recibe. Sigue consolando, sigue dando esperanzas, sigue llenando de alegría, sigue… continúa, porque el corazón tiene «a ritmos» diferentes, sigue «bailando» con la música, cuando incluso deja de sonar.

Pensemos y recemos con esta verdad. Nos pasa con cosas lindas de la vida y a veces no tan lindas. Pensemos en esas palabras, gestos, frases que jamás vamos a olvidar porque le dieron de alguna manera un rumbo distinto a nuestra vida; no solo a nuestro día, sino a nuestra vida. Comprendamos mejor esto con Algo del Evangelio de hoy, con estas parábolas maravillosas de hoy: «¿Con qué podríamos comparar el Reino de Dios?». El Reino de Dios, la propuesta de amor del Padre hacia nosotros, por medio de su Hijo Jesús, es incomparable; no se puede agotar con imágenes, pero sí se puede intentar comparar con algo para ayudar, como hoy, con una semilla pequeña que forma grandes arbustos, con un hombre que siembra una semilla que crece más allá de los esfuerzos del sembrador y una cosecha que llega a su tiempo, en el momento oportuno, cuando está maduro el grano, más allá de los apuros del sembrador.

Podríamos decir que escuchar, rezar y meditar la Palabra de Dios cada día es parecido a estas realidades. Hay algo que nos supera y que produce fruto mientras incluso dormimos, mientras descansamos, mientras nos enojamos, mientras nos entristecemos, mientras pensamos que no vale la pena, incluso mientras nos alejamos de la verdad de Dios, mientras nos olvidamos, mientras nos encaprichamos, mientras vivimos a veces superficialmente en este mundo consumista y egoísta, mientras todo gira a nuestro alrededor sin parar. El tercer protagonista de la comunicación, y no menos importante, es la semilla, el mensaje, el amor que lleva en sí la palabra, que tiene su propia fuerza; es viva, no es palabra seca, vacía, muerta.

¡Qué buena noticia! ¿No te alegra? A mí muchísimo, porque a pesar de uno, Dios sigue haciendo su obra y eso es lo mejor, por supuesto. Nos pone en el lugar que nos debe poner. Confiamos en la semilla, no tanto en nosotros, en mí, por ejemplo, al transmitirla o en vos al escucharla. Confiemos en que la Palabra que Dios siembra día a día en nuestras almas, va a dar su fruto a su tiempo, nos va a ir cambiando lentamente el corazón, tarde o temprano, aunque estemos dormidos, distraídos, en cualquier otra cosa, aunque a veces caigamos en el pecado. Es como la lluvia, no vuelve al cielo sin haberla empapado, sin haberla fecundado, sin dar fruto a su debido tiempo. No dejemos nunca de escuchar la Palabra de Dios.

No nos cansemos de hacer el esfuerzo de prestarle atención a Jesús, que la cosecha llegará a su debido tiempo. No nos cansemos de enviársela a quien creamos que la necesita. Es como un grano de mostaza, es algo pequeño e insignificante, pero después produce frutos inimaginables, se transforma en cobijo y en consuelo para muchos. Es lindo confiar en la obra de Dios en nosotros y en los demás, aprendamos a vivir en paciencia y aceptar las cosas como son, las cosas que tienen su tiempo y mucho más las cosas de Dios.