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III Viernes durante el año

Jesús decía a la multitud:

«El Reino de Dios es como un hombre que echa la semilla en la tierra: sea que duerma o se levante, de noche y de día, la semilla germina y va creciendo, sin que él sepa cómo. La tierra por sí misma produce primero un tallo, luego una espiga, y al fin grano abundante en la espiga. Cuando el fruto está a punto, él aplica en seguida la hoz, porque ha llegado el tiempo de la cosecha.»

También decía: «¿Con qué podríamos comparar el Reino de Dios? ¿Qué parábola nos servirá para representarlo? Se parece a un grano de mostaza. Cuando se la siembra, es la más pequeña de todas las semillas de la tierra, pero, una vez sembrada, crece y llega a ser la más grande de todas las hortalizas, y extiende tanto sus ramas que los pájaros del cielo se cobijan a su sombra.»

Y con muchas parábolas como estas les anunciaba la Palabra, en la medida en que ellos podían comprender. No les hablaba sino en parábolas, pero a sus propios discípulos, en privado, les explicaba todo.

Palabra del Señor

Comentario

El verdadero cambio –tenemos que decirlo– se da en el corazón. Cuando el corazón de una persona cambia, por más que afuera todo siga igual, para esa persona todo cambia. El mundo cambiará si los corazones de todos se decidieran a cambiar. Mientras tanto, lamentablemente todo seguirá igual. Son puras ilusiones las propuestas o planes de cambio que no implican el cambio radical del corazón. No alcanza todo el dinero del mundo para cambiar de raíz toda la maldad de este mundo, toda la superficialidad y mediocridad, incluso los grandes problemas sociales, la pobreza, la injusticia. No se van a cambiar si los corazones no cambian, porque alcanzar, alcanza; el tema es otro.

Nuestra mayor pobreza, en realidad, es la del corazón –pobreza entendida como mezquindad–, y por eso hay pobreza material, por eso hay tanta desigualdad; que, por supuesto, genera otro tipo de pobreza, pero la raíz está en el corazón. Todos experimentamos esta mezquindad del corazón. Si no, no se entiende que este mundo tenga tanto para dar, pero ese tanto esté repartido entre unos pocos o bien, a veces, los que tienen poco quieren tener mucho más a costa de todo, un poco de todo.

Tanto pobres como ricos, materialmente, estamos atravesados por una gran debilidad del corazón y es la de esperar que el cambio venga desde afuera y no darnos cuenta que somos nosotros los que podemos empezar a cambiar desde ahora, aunque los demás no cambien, en este instante si lo quisiéramos. ¿Vos querés cambiar? ¿Te das cuenta que podés cambiar si lo quisieras? ¿Podrías ser más generoso, menos ambicioso? ¿Podrías mostrarte más sonriente con los demás, con los que te cuesta? ¿Podrías levantarte de la cama y salir de esa depresión, de esa tristeza? ¿Cuántas cosas podrías cambiar si realmente te lo propusieras?

Esto es algo que no tenemos que olvidar nunca: el cambio empieza desde el corazón. Jesús nos pidió que nos convirtamos desde adentro, quiere que cambiemos el corazón. Quiere darnos un corazón de carne confiado en él, un corazón que se entregue. Porque está cansado de nuestras durezas, de esas partes de nuestro corazón que se van haciendo de piedra. ¿Confías, crees que podés cambiar?

Podríamos dar mil ejemplos de esto, de cómo se cambia, pero podemos entenderlo con Algo del Evangelio de hoy, con esta parábola maravillosa de hoy: «¿Con qué podríamos comparar el Reino de Dios?» El Reino de Dios, la propuesta de amor de Dios Padre hacia nosotros por medio de su Hijo Jesús, es incomparable. No se puede agotar con imágenes, pero sí se puede intentar comparar con algo que nos ayude. Como hoy, con un hombre que siembra, una semilla que crece más allá de sus esfuerzos y una cosecha que llega a su tiempo, en el momento oportuno, cuando está maduro el grano, más allá de los apuros del sembrador. Pero todo se da, por decirlo así, «desde adentro», en el silencio, de noche y de día. Podríamos decir que escuchar, rezar y meditar la Palabra de Dios cada día es parecido a esto.

Hay algo que nos supera y que produce frutos mientras dormimos, mientras descansamos; mientras incluso estamos mal, nos enojamos, nos entristecemos; mientras pensamos que no vale la pena; incluso mientras nos alejamos, mientras nos olvidamos, mientras nos encaprichamos con Dios, mientras nos superficializamos con este mundo consumista y egoísta, mientras todo gira a nuestro alrededor sin parar. A pesar de todo eso, la semilla sigue haciendo su obra.

Un protagonista de la parábola, y no menos importante, es la semilla, el mensaje, el amor que lleva en sí la Palabra, ya que tiene su propia fuerza, es viva; no es Palabra seca, vacía y muerta. ¡Qué buena noticia! ¿No te alegra? A mí muchísimo. Me anima a poder cambiar, me ayuda a acordarme lo que ya logró en mí la Palabra, silenciosamente, desde adentro, y lo que todavía quiere lograr.

Confiemos todos en la semilla, no tanto en nosotros, en mí al transmitirla y en vos al escucharla.

Confiemos en que la Palabra de Dios sembrada día a día en nuestras almas va a dar fruto a su tiempo; nos va a ir cambiando lentamente el corazón, tarde o temprano, aunque estemos dormidos, distraídos en cualquier cosa. Pero lo importante, por supuesto, es perseverar, permanecer, no dejar de escuchar. Es como la lluvia, que no vuelve al cielo sin haber empapado la tierra, sin haberla fecundado.

Muchos oyentes me han contado muchas veces que escuchan los audios, la Palabra de Dios. La escuchan también en familia o como matrimonios. ¡Qué lindo! Qué bueno sería que todos podamos hacer eso de alguna manera: hacer el esfuerzo diario de escuchar juntos, para comprometerse a cambiar juntos. ¡Cómo cambiarían nuestras familias! ¡Qué bien nos haría a todos si todos juntos escucháramos a Jesús! No dejes de escuchar nunca. No te canses de hacer el esfuerzo por prestarle atención a Jesús que la cosecha llegará a su debido tiempo, cuando corresponda, cuando madure. Y acordate también de ser sembrador, de enviar este mensaje de Dios a otras personas, de sumarte si querés a nuestras redes viendo en www.algodelevangelio.org los distintos modos de recibir la Palabra de Dios en tu celular.