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III Sábado durante el año

Al atardecer de aquel día, Jesús dijo a sus discípulos: «Crucemos a la otra orilla.» Ellos, dejando a la multitud, lo llevaron a la barca, así como estaba. Había otras barcas junto a la suya.

Entonces se desató un fuerte vendaval, y las olas entraban en la barca, que se iba llenando de agua. Jesús estaba en la popa, durmiendo sobre el cabezal.

Lo despertaron y le dijeron: «¡Maestro! ¿No te importa que nos ahoguemos?»

Despertándose, él increpó al viento y dijo al mar: «¡Silencio! ¡Cállate!» El viento se aplacó y sobrevino una gran calma.

Después les dijo: «¿Por qué tienen miedo? ¿Cómo no tienen fe?»

Entonces quedaron atemorizados y se decían unos a otros: «¿Quién es este, que hasta el viento y el mar le obedecen?»

Palabra del Señor

Comentario

¡Qué lindo sería tener más tiempo cada día para dedicarnos en serio a la lectura y meditación de la Palabra de Dios!, o por lo menos hacernos el tiempo, porque la verdad es que lo tenemos. Nuestros corazones cambiarían, el mundo cambiaría. Me lo planteo siempre como sacerdote, en especial cuando experimento que, justamente, cuando más le dedico a la oración, más distinto, más lindo se hace el día, más tiempo tengo para amar. Todo lo contrario a lo que a veces pensamos. Seguro que alguna vez te pasó. Y es ahí cuando me digo: «Si hiciera esto mucho mejor todos los días, con amor nuevo, con constancia, con decisión, ¡qué distintos serían mis días!» Pero lo que me pregunto y te pregunto: ¿Nos faltará tiempo o nos falta amor?

Son muchas las personas que nos dicen a los sacerdotes: «Padre, no puedo rezar, no puedo ir a Misa porque no tengo tiempo». San Juan Pablo II cuando estuvo en Argentina, ya hace muchísimos años, dijo algo así: «El cristiano que dice que no tiene tiempo para rezar lo que le falta no es tiempo, sino amor». ¿Hace falta que explique esta frase? Creo que no. No me falta tiempo en mi día, aunque a veces quisiera que el día dure un poco más. Lo que me falta, lo que nos falta es un poco más de fe y de amor, para saber que Jesús siempre está para escucharnos, aunque parezca dormido, que siempre está en cada sagrario, en cada adoración, en cada instante del día. No nos falta tiempo, ni a vos ni a mí, nos falta amor. Amamos poco la verdad. El que ama en serio se hace tiempo para estar con el que ama. Nos falta hacernos el tiempo para lo que realmente vale la pena.

Esta semana estuvimos reflexionando sobre la conversión, el cambio que Dios nos pide. Creo que esto nos ayudó a tomar dimensión de lo que nos perdemos cuando escuchamos mal, cuando no ponemos algo más de nosotros, cuando queremos que las cosas sean fáciles, sin lucha, sin constancia; y nos olvidamos que la gracia actúa, pero que también necesita de nosotros, de nuestro esfuerzo. Nunca tenemos que olvidar que la Palabra de Dios, como escuchábamos ayer, tiene una gran fuerza por sí misma, aunque nosotros no lo percibamos, pero que al mismo tiempo necesita tierra fértil, necesita conversión de nuestra parte.

Tenemos que recordar también que el Reino de Dios no es nuestro, sino –como lo dice la Palabra– es de Dios. No es el Reino mío, en donde todo depende de nosotros, de nuestro esfuerzo, sino que es el Reino del Padre, con su Hijo y sus hijitos, que somos nosotros. Él no quiere que ninguno se pierda. Él necesita de cada uno de nosotros para continuar su obra, pero al mismo tiempo puede hacerlo sin nosotros, no somos absolutamente indispensables. El Reino crece mientras dormimos, nos levantamos. Crece porque él lo hace crecer, aunque parezca a veces dormido.

Hoy, prefiero tomar Algo del Evangelio y no hacer el resumen de la semana, porque el evangelio es tan lindo, es demasiado bueno. Quiero tomar una idea o una imagen: Jesús durmiendo mientras todo parece que se va «llenando de agua», se hunde. Increíble. ¿Quién de nosotros no hubiese tenido la misma actitud de los discípulos? ¿Quién de nosotros no tuvo alguna vez la misma reacción para con Jesús?: «¡Maestro! ¿No te importa que nos ahoguemos?» ¿Jesús, no te importa que nos tape el agua de la injusticia, de la maldad, de la insensatez, de la amargura, del pecado, de los vicios, de la pobreza, de nuestras debilidades, de la depresión, de todo lo que nos ahoga y nos hace vivir inestables, pensando que en cualquier momento todo esto se viene abajo, todo se puede hundir? ¿No te importa, Jesús? Decinos la verdad, ¿no te importa?

Una imagen puede más que mil palabras y a veces el silencio de Dios es también un modo de comunicarse. Dios no se comunica con nosotros solo hablando, sino también durmiendo, simbólicamente; sino también con sus silencios que a veces nos abruman y nos desesperan. ¡Qué extraño!, ¿no? El silencio de Dios es también semilla del Reino sembrada en nuestros corazones que dará fruto a su tiempo.

A Jesús sí le importa que nos «ahoguemos», aunque no parezca, por eso se levanta cuando es necesario y hace «callar al viento y al mar», que se pone bravo y nos quiere tapar con su bravura. Pero lo que realmente le importa a Jesús es que perdamos la fe, es que dudemos de él, de su presencia en la barca de este mundo, de nuestra vida. Eso en realidad es «ahogarse»: es perder la confianza, dejar de creer que él está actuando cuando a veces parece dormido. Él siempre está actuando.

Es ahí cuando tenemos que sentirnos ahogados en serio, cuando perdemos esa confianza. No cuando las cosas del mundo nos sobrepasan, cuando lo externo parece que nos «inunda», sino cuando el corazón se inunda de angustia, cuando deja de creer, de confiar, cuando deja de hablar con Jesús, cuando deja de escuchar. Cuando estés así, ahí preocupate, ahí grita en serio. Mientras tanto, todo lo demás es solucionable de una manera u otra.

Terminemos esta semana escuchando a Jesús tranquilos, en el silencio. Mientras todo el mundo anda de acá para allá buscando no sé qué, nosotros busquemos lo importante, escuchemos otra cosa: «¿Por qué tenés miedo? ¿Cómo no tenés fe?»