Después de que Jesús alimentó a unos cinco mil hombres, sus discípulos lo vieron caminando sobre el agua. Al día siguiente, la multitud que se había quedado en la otra orilla vio que Jesús no había subido con sus discípulos en la única barca que había allí, sino que ellos habían partido solos.
Mientras tanto, unas barcas de Tiberíades atracaron cerca del lugar donde habían comido el pan, después que el Señor pronunció la acción de gracias. Cuando la multitud se dio cuenta de que Jesús y sus discípulos no estaban allí, subieron a las barcas y fueron a Cafarnaún en busca de Jesús. Al encontrarlo en la otra orilla, le preguntaron: «Maestro, ¿cuándo llegaste?»
Jesús les respondió: «Les aseguro que ustedes me buscan, no porque vieron signos, sino porque han comido pan hasta saciarse. Trabajen, no por el alimento perecedero, sino por el que permanece hasta la Vida eterna, el que les dará el Hijo del hombre; porque es él a quien Dios, el Padre, marcó con su sello.»
Ellos le preguntaron: « ¿Qué debemos hacer para realizar las obras de Dios?»
Jesús les respondió: « La obra de Dios es que ustedes crean en aquel que él ha enviado.»
Palabra del Señor
Comentario
¡Buen día, buen lunes, una vez más deseosos de escuchar la Palabra de Dios! ¿Estás con ganas hoy de escuchar la Palabra de Dios? Puede ser que sí, puede ser que no, pero, si no hacemos el esfuerzo, las ganas no aparecerán; por eso si no estás con ganas, volvé a escuchar. Olvídate de todo lo que tenés que hacer, escucha lo que Dios te dice, te va hacer bien. Y si estás con ganas, aprovecha la envión y déjate llevar por lo que Jesús te dice al corazón. Decía el Evangelio de ayer, domingo, que Jesús les preguntaba a los discípulos: «¿Por qué están turbados y se les presentan esas dudas? Miren mis manos y mis pies, soy yo mismo. Tóquenme y vean».
¡Qué bueno que es poder volver a experimentar que Jesús nos dice a cada uno de nosotros lo mismo!, pero personalmente: «¿Por qué seguís lleno de temor? ¿Por qué estás turbado? ¿Qué te pasa? ¿No crees todavía que estoy en tu vida? ¿No crees que realmente te cambié la vida?». Sí, es verdad, si miras alrededor y ves todo lo que está pasando, te turba, te da miedo, ¿pero no será que el miedo es porque no terminas de creer? Dejemos que Jesús nos diga hoy al corazón: «Soy yo, mirá, tocame, fíjate. Soy yo, no temas. Estoy con vos siempre, pase lo que pase. Soy el dueño de la historia y de tu historia».
Bueno, en esta nueva semana de Pascua, ya no escucharemos relatos de las apariciones de Jesús a sus discípulos, sino escucharemos relatos en donde la Palabra de Dios quiere de alguna manera despertar nuestra fe, reavivarla, animarla; quiere, me parece, llevarnos a purificar nuestra fe, nuestra mirada. Siempre debemos hacer ese camino. Jesús quiere que «arda nuestro corazón» al escucharlo. Quiere purificar nuestra fe de todo lo que la aleja del verdadero rostro del Padre, del que nos vino a mostrar Jesús y no del que nosotros sin querer nos vamos haciendo a nuestra medida, según nuestras pobres ideas.
Todos los días vamos a escuchar fragmentos del capítulo 6 del Evangelio de Juan, que es llamado el Discurso del Pan de Vida. ¡Presta mucha atención! Es un discurso larguísimo que Jesús da a sus discípulos y a la multitud que lo había seguido después de la multiplicación milagrosa de los panes. Hay que seguirlo de a poquito. Si querés, léelo entero, pero después hay que seguirlo de a poquito, desmenuzarlo para poder disfrutarlo. La Palabra de Dios es como la comida de cada día, para que guste más hay que saborearla de a poco, masticar mucho y sentir el gusto. Si se come de golpe y no se mastica, o se traga sin masticar, la comida puede caer mal y, además, no nos alimentamos bien. Para asimilar bien la comida es necesario tomarse el tiempo y masticar bien, saborear lo que se nos da. Lo mismo tenemos que hacer con la Palabra de cada día o, por lo menos, con un texto en la semana.
Imaginate la escena de hoy, ¡hace el esfuerzo! Después de haber multiplicado panes para más de cinco mil personas y de que sus discípulos lo vieron caminar sobre las aguas, ¿quién no se hubiera entusiasmado con seguir a ese hombre? ¿Qué haríamos nosotros si nos enteráramos de que, a unas cuadras de nuestras casas, a unos metros, se reparte comida gratis o, pensemos, lo que necesitamos para vivir? ¿Cuánta gente le cae bien y vota o votaría a políticos que solo dan y dan sin esperar un trabajo a cambio, pensando que así dignifican a las personas? ¡Comida gratis y abundante para todos, sin excepción!: el sueño de un mundo que quiere vivir sin esfuerzo, de la «magia». ¡Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia!, como se dice.
¿Qué muestra entonces Algo del Evangelio de hoy? Cuando la multitud va otra vez en búsqueda de Jesús, se ponen en camino y cruzan todo el lago para encontrarlo de nuevo. De hecho, habían querido hacerlo Rey, o sea, querían hacerlo, diríamos nosotros, su presidente, su primer ministro, pero Jesús no responde como alguien de este mundo.
Reciben una respuesta dura y directa, que les muestra, en realidad, la doblez del corazón de los que le seguían: «Les aseguro que ustedes me buscan, no porque vieron signos, sino porque han comido pan hasta saciarse». Pensemos si Jesús nos dice hoy a nosotros lo mismo: «Te aseguro que vos no me seguís porque me amás, sino porque te doy algo». ¡Qué duro!, ¿no? Un golpe duro para aquellos que habían navegado kilómetros para poder verlo y estar con él. «Ustedes no me buscan porque supieron interpretar el signo que hice, porque supieron ver detrás de la multiplicación de los panes algo más profundo. Ustedes me buscan para saciar el hambre de su estómago y no el hambre del corazón». «Ustedes piensan solo en lo material», diríamos. ¿Jesús no se enoja entonces porque lo buscan? ¿Quién más que él tiene pretensiones de que lo busquemos? Pero lo que quiere Jesús es que andemos tras de él, pero que seamos sinceros y reconozcamos nuestras motivaciones y deseos. Quiere que lo busquemos a él y no simplemente las cosas que nos da o necesitamos materialmente.
Y nosotros hoy podríamos preguntarnos: «¿Por qué buscamos a Jesús?». Pregúntatelo con sinceridad: ¿Qué es lo que buscas cuando buscas a Dios? O mejor empecemos por el principio: ¿Buscamos a Jesús? ¿Estás buscando a Dios? ¿Somos capaces de andar kilómetros, de esforzarnos para estar con él, aunque sea para pedirle algo material? En realidad, podríamos pensar que, a lo mejor, nuestra búsqueda empieza por lo material, pero termina por el corazón. ¿Cuántas veces nos hemos acercado a Dios por necesidades básicas y eso se transforma en trampolín para conocerlo de corazón? La sinceridad allana los caminos. La sinceridad con nosotros mismos y para con Jesús nos ayuda a creer mejor y creer bien, porque «la obra de Dios es que ustedes crean», dice Jesús. ¿Escuchaste bien? Es el mayor milagro: «creer» en Jesús, en el Jesús verdadero, no en el que nos fabricamos a veces. Pidamos al Señor que haga su obra en nosotros y que nos ayude a seguir creyendo, creyendo con sinceridad.
Que tengamos un buen día y que la bendición de Dios, que es Padre misericordioso, Hijo y Espíritu Santo, descienda sobre nuestros corazones y permanezca para siempre.