«¿Acaso se trae una lámpara para ponerla debajo de un cajón o debajo de la cama? ¿No es más bien para colocarla sobre el candelero? Porque no hay nada oculto que no deba ser revelado y nada secreto que no deba manifestarse. ¡Si alguien tiene oídos para oír, que oiga!»
Y les decía:
«¡Presten atención a lo que oyen! La medida con que midan se usará para ustedes, y les darán más todavía. Porque al que tiene, se le dará, pero al que no tiene, se le quitará aun lo que tiene.»
Palabra del Señor
Comentario
El Evangelio del domingo decía que Jesús «el sábado entró como de costumbre en la sinagoga y se levantó para hacer la lectura», esto quiere decir que tenía «buenas costumbres», como se dice, hacía lo que le hacía bien y lo que le hacía bien a los demás. Siendo Él mismo la Palabra, leía la Palabra para que los demás entiendan que solo Él podía cumplirla, por eso al terminar de leerla dijo: «Hoy se ha cumplido este pasaje de la Escritura que acaban de oír». Eso que pasó ese día, es lo que pasa de algún modo cada día cuando escuchamos la Palabra de Dios. Podemos decir que en cada rincón del planeta, en este momento, la Palabra de Dios se cumple de diferentes modos y en diferentes personas. Sería demasiado pesimista decir que todo está perdido, que nadie escucha a Dios, que todo el mundo «está en la suya», que estamos en un mundo totalmente indiferente o ateo. En este momento, mientras vos y yo escuchamos lo que Jesús hizo y nos dice, algo de lo que escuchamos se está cumpliendo.
Alguna fibra del corazón nos está tocando, alguna persona cambia; alguien se decide hacer algo nuevo: a perdonar, a dejar algo malo de lado, a sentirse amado, a convencerse de que forma parte de la Iglesia, y así muchísimas situaciones más. ¿No es lindo pensar y convencerse verdaderamente de que todo lo que leemos es real? ¡Hace mucho bien! Los testimonios de la obra de Dios en tantas almas son infinitos, se dan a cada minuto, en miles de corazones anhelantes del amor de Dios. Esto pasa con la Palabra de Dios. Dios quiere comunicarse con el hombre y somos nosotros los que tenemos que recibir su mensaje.
Él nos habla por medio de su palabra escrita, pero en general también alguien nos la explica y somos nosotros los que la recibimos. Por eso cada día debemos esforzarnos por trascender la letra, en trascender lo que dice el que me la explica. Ese es el trabajo que tenemos que hacer todos los días, vos y yo. No podemos quedarnos con lo que «nos dijeron» por más lindo que sea. Tenemos que entender qué nos está diciendo ahora, en este instante a cada uno. Si no, somos simples repetidores, loros de la fe. Nuestra lectura se tiene que transformar en oración, en respuesta de nuestro propio corazón. Es por eso que cada día digo: «Recemos con el Evangelio…».
Si cada uno de nosotros no reza, falta algo, algo muy importante. Es verdad que no todos los días nos da el corazón para hacerlo, pero si tuviéramos más amor, lo haríamos. ¡Qué lindo sería intentarlo!, darnos cuenta que somos una de las partes importantes del mensaje.
«¿Acaso se trae una lámpara para ponerla debajo de un cajón o debajo de la cama? ¿No es más bien para colocarla sobre el candelero?». ¿Acaso escuchamos la Palabra de Dios cada día para guardarnos lo que escuchamos y no darlo a la luz? Algo del Evangelio de hoy me ayuda a aclarar lo que intento decirte de muchas maneras. Como siempre, una imagen puede más que mil palabras y la imagen del Evangelio de hoy habla por sí misma. La comunicación tiene un mensajero, un mensaje y un destinatario. Dios nos habló por medio de su Hijo, de Jesús, que es la luz, nosotros la recibimos. ¿Para qué? ¿Para guardarlo debajo de una mesa? ¿Para no iluminar? La Palabra de Dios se hizo carne en Jesús y sus palabras dan luz a nuestras vidas, por eso no se pueden esconder. Los santos fueron iluminados para iluminar. Somos nosotros los candeleros, sostenemos la luz.
No somos la luz, pero depende de nosotros que esa luz pueda llegar a otros lugares, pueda iluminar a los que están en la oscuridad. Si pudimos iluminar y no lo hicimos, es como haber podido dar mucho y no haber querido. Eso quiere decir que «al que tiene, se le dará, pero al que no tiene, se le quitará aun lo que tiene». El que no tiene es el que llega habiendo podido dar mucho, pero finalmente se queda con poco, por egoísta, por no haber iluminado, por haber escondido la lámpara debajo de la cama, por haberles privado a otros la posibilidad de ser iluminados; a ese se le quitará lo poco que tiene. En cambio, el que llegue frente a Jesús con mucho más de lo que se le dio, se le dará más todavía. Al que llegue habiendo iluminado a otros, habiendo logrado que muchos disfruten de la luz de Jesús, se le dará mucho más, tendrá más hermanos, más de los que alguna vez imaginó.
Pensemos: ¿Qué andamos haciendo con lo que hemos recibido?, ¿qué andamos haciendo con el mejor regalo que hemos recibido, al mismo Jesús que es la luz de nuestras vidas? No pensemos ahora en capacidades humanas, en cosas que nos salen bien simplemente, en la que los demás nos halagan y aplauden. Pensemos en la fe, en nuestra confianza en Jesús, en la dicha de ver todo distinto gracias a la luz que recibimos alguna vez. ¿La estamos compartiendo? ¿La estamos llevando a donde no hay? Acordémonos que, si guardamos debajo de un cajón lo que hemos recibido, no sirve para nada, dejamos sin luz a otros y algún día nos quedaremos sin luz nosotros mismos. Acordémonos que, si iluminamos, también seremos iluminados, porque también disfrutaremos de ver lo que pocos ven y de ver que otros empiezan a ver.