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III Jueves de Cuaresma

Jesús estaba expulsando a un demonio que era mudo. Apenas salió el demonio, el mudo empezó a hablar. La muchedumbre quedó admirada, pero algunos de ellos decían: «Este expulsa a los demonios por el poder de Belzebul, el Príncipe de los demonios.» Otros, para ponerlo a prueba, exigían de él un signo que viniera del cielo.

Jesús, que conocía sus pensamientos, les dijo: «Un reino donde hay luchas internas va a la ruina y sus casas caen una sobre otra. Si Satanás lucha contra sí mismo, ¿cómo podrá subsistir su reino? Porque -como ustedes dicen- yo expulso a los demonios con el poder de Belzebul. Si yo expulso a los demonios con el poder de Belzebul, ¿con qué poder los expulsan los discípulos de ustedes? Por eso, ustedes los tendrán a ellos como jueces. Pero si yo expulso a los demonios con la fuerza del dedo de Dios, quiere decir que el Reino de Dios ha llegado a ustedes.

Cuando un hombre fuerte y bien armado hace guardia en su palacio, todas sus posesiones están seguras, pero si viene otro más fuerte que él y lo domina, le quita el arma en la que confiaba y reparte sus bienes.

El que no está conmigo, está contra mí; y el que no recoge conmigo, desparrama.»

Palabra del Señor

Comentario

Como la parábola del domingo, nosotros, la higuera, las higueras, a veces no damos los frutos deseados por el dueño de la viña. Por más que tenemos todo para crecer, por más que sabemos lo que tenemos que hacer, vivimos «plantados» en este mundo, a veces con mucha esterilidad. No es para autocastigarnos, pero deberíamos ser sinceros y decir que siempre podemos dar más. Pero la buena noticia de ese Evangelio es justamente que Jesús nos espera siempre, que él no desea cortarnos y «tirarnos al fuego», sino todo lo contrario, que nos ama y con su amor quiere ablandarnos el corazón para que amemos y demos frutos. La lluvia de la Palabra tiene esa función en nuestra vida, abonar la tierra dura de nuestro corazón para que podamos absorber el buen alimento que Dios nos da cada día. Sin agua, las plantas no pueden tomar los nutrientes de la tierra por más que abunden, sin la lluvia de la Palabra, nosotros no podemos alimentarnos del amor de Dios, del amor de los demás; porque esa humedad, esas palabras son las que nos dan vida y sabiduría para tomar y elegir los caminos correctos.

Algo del Evangelio de hoy tiene que ver con algo que les pasó a los de aquella época, pero que también nos pasa muchas veces a vos y a mí, y terminamos por agobiarnos, haciéndonos caer en un pesimismo a veces insoportable. ¿Qué cosa? Por ejemplo, el vivir pensando en lo que nos falta; vivir viendo la parte vacía del vaso, como decimos a veces, lo que debería ser y no es, lo que me pasó, me afectó y debería haber sido distinto, pero ya no puedo cambiar; vivir sin considerar lo que tenemos y esperando algo mejor que seguramente vendrá; vivir así, ver las cosas así, es parte de la verdad de la vida, pero no es toda la verdad.

Hoy, no sé si te pasa eso a vos, estamos un poco cansados de escuchar parte de la verdad, y verdades a medias. Verdades que no son verdades en realidad, fuera y dentro de la Iglesia, verdades a medias, porque en realidad son «ideologías» y cuando una ideología quiere ser la única verdad; termina por matar a la Verdad con mayúscula, que es una Persona, Jesucristo. Somos capaces de matar por nuestra supuesta verdad, incluso en nombre de la Verdad. Estamos cansados porque cada uno tiene su verdad, o, mejor dicho, cada uno cree que tiene la suya y que es la única. Y pocos se animan a abrazar una Verdad más grande y trascendente. ¿Sabés qué es lo que pasa o por lo menos qué es lo que me parece que pasa en el mundo, y como dije antes, también dentro de la Iglesia? Pasa que Jesús es relegado, olvidado y muchas veces por los que deberían recordarlo más, mucho más. Sin embargo, nuestro buen Jesús no entra en estas discusiones interminables en donde todos quieren tener la razón, en donde el dinero manda, en donde la lógica del poder termina triunfando por sobre los intereses comunes o los intereses de un Dios que es amor. Todos hablan de verdades, pero se olvidan de una Verdad mucho más verdadera que es Jesús: «Camino, Verdad y Vida». Alguno me dirá, pero… ¿qué tiene que ver el mundo con Jesús, con las discusiones de este mundo? Tiene y mucho que ver, por lo menos para nosotros los cristianos, que sin querer a veces «separamos» demasiado las cosas del mundo con nuestra fe y nos olvidamos que nuestra fe es sal y luz en este mundo, dividido por las discordias, por las medias verdades que se hacen ideologías.

En la escena de Algo del Evangelio de hoy se pone de manifiesto los «pesimistas de siempre», los «mala onda», como decimos por acá, que buscan siempre «el pelo en la leche», la «quinta pata al gato», porque las ideas les nublan el corazón. La ideología no permite ver la realidad tal como es, porque se la mira de una perspectiva propia, y no desde el amor de Dios. Estos hombres, en vez de reconocer el bien que hacía Jesús, fueron capaces de decir semejante barbaridad, o sea que Jesús hacía el bien, pero con el poder del demonio. ¡Algo absurdo, como lo que nos toca ver cada día! No solo no veían la parte llena del vaso, sino que imaginaban algo malo dentro del vaso.

No veían lo bueno, algo que a veces es mucho peor. Seamos cristianos, seguidores e imitadores de Cristo, aunque a muchos no les guste usar esa palabra, la de «imitar». Seamos conscientes de que debemos parecernos a l. Luchemos por dejar de dividir y buscar lo malo en lo bueno, o de ver solo lo malo cuando hay mucho de bueno. Seamos verdaderos discípulos de Jesús. Saltemos «las grietas» que nos separan para descubrir que del otro lado también hay hermanos, no solo enemigos, como vemos a veces, aunque algunos se comporten como tales. Del otro lado hay gente buena también, solo que a veces se dejan ganar por sus ideas, como de «este lado» también, que pasa tanto. En realidad, lo bueno sería pensar que no hay dos bandos, no todo es blanco o negro, los buenos y malos, sino que todos tenemos cosas buenas y cosas malas. De nuestro corazón brotan las buenas inspiraciones del Espíritu Santo y las malas inclinaciones con las cuales nacemos y vamos alimentando con nuestras malas elecciones.