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III Domingo de Cuaresma

En ese momento se presentaron unas personas que comentaron a Jesús el caso de aquellos galileos, cuya sangre Pilato mezcló con la de las víctimas de sus sacrificios. Él les respondió:

«¿Creen ustedes que esos galileos sufrieron todo esto porque eran más pecadores que los demás? Les aseguro que no, y si ustedes no se convierten, todos acabarán de la misma manera. ¿O creen que las dieciocho personas que murieron cuando se desplomó la torre de Siloé, eran más culpables que los demás habitantes de Jerusalén? Les aseguro que no, y si ustedes no se convierten, todos acabarán de la misma manera».

Les dijo también esta parábola: «Un hombre tenía una higuera plantada en su viña. Fue a buscar frutos y no los encontró. Dijo entonces al viñador: “Hace tres años que vengo a buscar frutos en esta higuera y no los encuentro. Córtala, ¿para qué malgastar la tierra?”.

Pero él respondió: “Señor, déjala todavía este año; yo removeré la tierra alrededor de ella y la abonaré. Puede ser que así dé frutos en adelante. Si no, la cortarás”».

Palabra del Señor

Comentario

En este nuevo domingo que se nos regala para poder descansar un poco más, para estar en familia, para glorificar al Señor, porque es su día, tratando de estar un poco más con él, rezar más, de escuchar más, de abrir nuestra alma a la Palabra que día a día se nos regala y nos va llevando hacia la Pascua, no tengamos miedo ni pasemos de largo esta aparente contradicción de las palabras de Algo del Evangelio de hoy. Por un lado, dijo Jesús: «Les aseguro que no, y si ustedes no se convierten, acabarán de la misma manera». Parece ser como una amenaza. Y por otro lado, esta expresión: «Señor, todavía déjala este año; yo removeré la tierra alrededor de ella y la abonaré. Puede ser que así dé frutos en adelante. Si no, la cortarás».

Ese mismo Jesús, ese mismo que nos llama urgente a la conversión, a que cambiemos, a que nos despertemos del estado de dormición a veces en el que vivimos, es el mismo que después se juega por nosotros, por cada uno de nosotros, por vos y por mí, y le dice al Padre, al dueño de la viña: «Déjalo un poco más, no lo cortes, no te lo lleves; si yo lo ayudo, si yo remuevo la tierra a su alrededor, si yo abono, puede ser que todavía dé frutos». No es contradictorio en realidad esto, no es que Jesús hace el papel de bueno, viñador, y el Padre hace el papel de malo, tampoco es así, el papel de propietario, calculador, del dueño que quiere cortar de raíz todo aquello que no dé fruto. No, es una parábola, una parábola que quiere llevarnos a algo más profundo, que quiere que descubramos otra cosa que está detrás, que en realidad eso es lo que haríamos nosotros finalmente, nosotros nos comportaríamos como ese propietario impaciente. Eso hacemos nosotros con las cosas y con las personas cuando la paciencia se nos acaba, nuestra paciencia es limitada, chiquita, es débil; tenemos en realidad paciencia con las cosas que nos gustan y nos convienen. Muchas veces somos egoístas y después explotamos y cortamos de raíz ciertas cosas, o personas que consideramos que no lo merecen, que no valen la pena. No vale la pena esperar por esto, decimos.

¿Cuántas cosas y personas hemos cortado de raíz por no haber sabido esperar, en el fondo por no saber valorar y descubrir que, esperando, todo puede dar fruto si se abona y se cuida? ¿Cuántas relaciones hemos roto así? ¿Cuántas personas quitamos de nuestra vida por no haberles dado una oportunidad más? ¿Cuántas veces hicimos el papel de dueños malos, impacientes que pretenden merecer, que quieren y se creen merecedores de los frutos de su tierra como si realmente fuéramos los dueños de la vida de los demás y de las cosas que nos rodean? ¿Cuántas veces? Seamos sinceros. Por contraste hoy podríamos maravillarnos de la paciencia de un Dios que es Padre siempre, de una paciencia infinita que tiene para con todos, no cortando las vidas de raíz. También un Dios que es Hijo y sabe jugarse por sus hermanos, es viñador y se juega por nosotros. Y también, por otro lado, por qué no asustarnos un poco por nuestra paciencia, tan chiquitita y limitada, que tantas veces se transformó en impaciencia, siendo ansiosos e implacables con los demás, con nosotros y con las cosas. Nosotros muchas veces sufrimos por esta gran paciencia de Dios que parece no actuar, que parece no hacer nada, no destruir lo que no sirve, que lo deja, que parece inmóvil ante tanta inmundicia de este mundo, ante tanta injusticia y violencia. Sin embargo, creo que hoy todos tenemos que aprender a sufrir por paciencia, es una gran virtud, sufrir por paciencia, que en definitiva es amor, con amorosa paciencia.

La falta de frutos de nuestra vida, y la de los demás, tiene que ver con nuestra impaciencia, por eso es bueno saber que siempre hay un rescoldo, un fondito del corazón, un resto que nos da esperanza para poder algún día dar frutos. Una semilla ahí escondida que todavía puede amar, que todavía vale la pena esperarla y esforzarse para verla crecer, vale la pena seguir rogando, sentarse y esperar.

De la misma manera que Dios y los demás lo hicieron conmigo y con vos, ¿cuántas veces nos esperó nuestra madre, nuestro padre, nuestro profesor, nuestro amigo, nuestro abuelo y abuela, para vernos crecer y dar frutos? ¿Cuántas veces? Ni nosotros lo sabemos, imaginemos si nos hubieran cortado así de rápido, ahí nomás, cuando nos vieron medio marchitados y cansados sin hacer nada. No estaríamos escuchando hoy esta Palabra de Dios, escuchando esta parábola que exalta la admirable y sufriente paciencia de Dios, que nos envía a su Hijo el viñador para abonarnos, jugarse por nosotros, mover la tierra de nuestro corazón. Despertémonos, despiértense, nos dice Jesús, arriba, porque podemos morir en cualquier momento, somos creaturas como todos, como los que día a día mueren por ahí por causas normales y a veces también injustas. Todos podemos acabar igual, todos tenemos y podemos dar frutos, somos semillas del Padre y tenemos mucho para dar, no tengamos miedo, no nos guardemos nada.

Que tengamos un buen domingo y que la bendición de Dios, que es Padre misericordioso, Hijo y Espíritu Santo, descienda sobre nuestros corazones y permanezca para siempre.