Dios dirigió su palabra a Juan Bautista, el hijo de Zacarías, que estaba en el desierto. Este comenzó a recorrer toda la región del río Jordán, anunciando un bautismo de conversión para el perdón de los pecados.
La gente le preguntaba: «¿Qué debemos hacer entonces?»
Él les respondía: «El que tenga dos túnicas, dé una al que no tiene; y el que tenga qué comer, haga otro tanto.»
Algunos publicanos vinieron también a hacerse bautizar y le preguntaron: «Maestro, ¿qué debemos hacer?»
Él les respondió: «No exijan más de lo estipulado.»
A su vez, unos soldados le preguntaron: «Y nosotros, ¿qué debemos hacer?»
Juan les respondió: «No extorsionen a nadie, no hagan falsas denuncias y conténtense con su sueldo.»
Como el pueblo estaba a la expectativa y todos se preguntaban si Juan no sería el Mesías, él tomó la palabra y les dijo: «Yo los bautizo con agua, pero viene uno que es más poderoso que yo, y yo ni siquiera soy digno de desatar la correa de sus sandalias; él los bautizará en el Espíritu Santo y en el fuego. Tiene en su mano la horquilla para limpiar su era y recoger el trigo en su granero. Pero consumirá la paja en el fuego inextinguible.»
Y por medio de muchas otras exhortaciones, anunciaba al pueblo la Buena Noticia.
Palabra del Señor
Comentario
Este tercer domingo del tiempo de Adviento, ya cercanos a la Navidad, es un domingo que se llama de la alegría, el domingo «gaudete» (palabra en latín), en donde se nos invita abrir el corazón para que pueda llenarse de alegría, un día para alegrarse, para pedir ese don. ¿Alegrarnos de qué?, nos podríamos preguntar, si parece que a veces no hay ningún motivo para alegrarse, a veces pareciera que en nuestras vidas no hay tantas razones para rebosar de alegría. ¿Alegrarse para qué?, también podríamos preguntarnos, si la alegría, así como viene a veces también se va. Entonces esas dos preguntas te propongo y me propongo que nos hagamos en este día: ¿Alegrarnos de qué? y ¿para qué?
La alegría de estos tiempos parece ser una cosa media extraña. Hay personas que les cuesta muchísimo vivir alegres, les cuesta muchísimo mantener su alegría, incluso hay personas que cuando se alegran, se asustan; dicen: «¿Qué me pasará que estoy tan alegre?, ¿será que vendrá una mala?». Son personas muy pesimistas que les cuesta alegrarse, y que, en realidad, deberíamos decir que puede ser así, porque en definitiva la verdadera alegría es un don de Dios, y cuando la buscamos solamente en las cosas terrenales, no termina de ser una profunda alegría, por eso es tan pasajera. La alegría que viene de Dios, pocos la tienen, incluso algunos que creen tenerla, pero en realidad son pocos los que saben, porque la mayoría se la confunde con una alegría que es un poco de risas o de manifestaciones exteriores. Pero la verdadera alegría es la que viene de arriba, viene de nuestro buen Dios.
Así nos habla nuestro Padre en la primera lectura de hoy que dice: «Él exulta de alegría a causa de ti, te renueva con su amor y lanza por ti gritos de alegría, como en los días de fiesta». Esto creo que es la más linda noticia de hoy, Dios es el primero que se alegra con nosotros, él es el que está gozoso de nosotros, de poder salvarnos… ¿Te acordás el domingo pasado? «Todos verán la salvación de Dios». Dios exulta de gozo, se llena de gozo por poder salvarnos. Y nosotros en realidad debemos aceptar esa alegría, participar de esta alegría que viene de él, en la medida que nos abrimos a su amor. De esta manera es como participamos de su alegría. La alegría es el gozo y la paz que en definitiva vienen solo de Dios, no de nosotros mismos. La alegría el gozo y la paz son dones de Dios, regalos navideños, no conquistas humanas. Ese es el mejor regalo que podemos pedir en esta Navidad, y proviene de encontrarse con el regalo más grande que tenemos, con Jesús. Ese es el mejor regalo que podemos hacernos y que podemos hacer a los demás, transmitir a nuestros hijos, por ejemplo, a nuestros amigos, a los que más queremos.
También san Pablo en la segunda lectura nos invitaba a la alegría. «Alégrense. Vuelvo a insistir, alégrense en el Señor», decía san Pablo. Alegrate, alegrémonos porque hoy nuestro Padre está alegre por habernos salvado, por habernos dado una nueva vida. Esa es la alegría de Dios. La madre Teresa de Calcuta, la santa madre, decía algo así: «Que la alegría es como una red de amor que toma las almas». ¡Qué lindo!, es una red de amor que toma las almas, la alegría proviene del amor. El amor es como una red que nos toma el corazón, nos toma el alma profundamente y nos invita a levantar la cabeza. Por eso la alegría del cristiano no es pasajera, sino que es fruto maduro de una vida de fe, profunda, de una vida que engendra esperanza, y nos mueve a vivir convencidos de que el camino para estar continuamente alegres, es la entrega, es el don de nosotros mismos.
Y esto lo tomamos, de algún modo, de Algo del Evangelio de hoy, donde le van a preguntar a Juan el Bautista: «¿Qué debemos hacer para convertirnos?». Juan invitaba a la conversión y se acercaron a él tres grupos de personas.
¿Qué debemos hacer? ¿Todavía no estás alegre? ¿Todavía este domingo no te encuentra alegre? ¿Y esta cercanía a la Navidad tampoco te encuentra alegre? Probá entonces amando, probemos amando, probemos dando una túnica –como dice hoy–, algo a los demás, probemos dando de comer, probemos siendo honestos, siendo justos, probemos sirviendo, no manipulando a nadie, probemos conformarnos con lo que tenemos. La alegría, por eso también, podríamos decir que es fruto de la conversión a la que nos invita Juan el Bautista, y por supuesto Jesús.
Alegrémonos hoy, alegrémonos con nuestra familia, alegrémonos dando algo a alguien, dando tantas cosas que tenemos guardadas, cuantas cosas tenemos de más y cuánta gente le falta, demos de comer, demos algo a alguien, ¿no?, algo de nuestro tiempo. Seamos justos con los que tenemos alrededor, con nuestros empleados, seamos justos con las personas que están a nuestro cargo, seamos justos en nuestro trabajo. Hagamos nuestro trabajo bien, no nos quedemos con cosas que no son nuestras, no exijamos cosas que no son nuestras. Sirvamos, usemos el poder que podamos tener y la autoridad para servir a los otros. Y así nos vendrá la verdadera alegría, del amor, la que proviene de un corazón que quiere convertirse y que quiere encontrar a Jesús en esta Navidad, que es el mejor regalo que podemos esperar.
Transmitamos este mensaje de alegría a los demás, transmitamos este mensaje a los que tenemos alrededor, esa es la alegría verdadera. Lo demás, todo es pasajero, todo son fuegos artificiales que explotan y después desaparecen.