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II Viernes durante el año

Jesús subió a la montaña y llamó a su lado a los que quiso. Ellos fueron hacia él, y Jesús instituyó a doce para que estuvieran con él, y para enviarlos a predicar con el poder de expulsar a los demonios.

Así instituyó a los Doce: Simón, al que puso el sobrenombre de Pedro; Santiago, hijo de Zebedeo, y Juan, hermano de Santiago, a los que dio el nombre de Boanerges, es decir, hijos del trueno; luego, Andrés, Felipe, Bartolomé, Mateo, Tomás, Santiago, hijo de Alfeo, Tadeo, Simón, el Cananeo, y Judas Iscariote, el mismo que lo entregó.

Palabra del Señor

Comentario

El amor genera algo así como un sello en el alma, en la mente y en el corazón. Por eso, los discípulos jamás olvidaron ese día de su primer encuentro con Jesús, esos dos discípulos del evangelio del domingo: Andrés y Juan. «Era alrededor de las cuatro de la tarde». Una experiencia de amor profunda y verdadera jamás se olvida y es punto de partida para un nuevo comienzo, para una etapa distinta, para algo que siempre será mejor si vamos de la mano de Jesús. Si eso nos pasa en el plano humano, con nuestras amistades, con un noviazgo, imaginémonos lo que debe haber sido con Jesús, lo que debe haber sido encontrarse cara a cara con él, estar todo un día escuchándolo y conociendo su corazón.

Pensando en esto, tal vez nos surja una especie de «sana envidia», como se dice –o mal dicho–, por los que tuvieron ese privilegio de estar así, cara a cara con él; sin embargo, no podemos olvidarnos que nosotros tenemos esa misma posibilidad día a día, ahora mismo, hoy. Si creemos que encontrarse con Jesús es cuestión del pasado y de algunos, es justamente porque todavía no vivimos la gracia de estar verdaderamente con él, porque nuestra fe se quedó en una cuestión de ideas o de inercia familiar o cultural.

¿Qué pasa en la vida de una persona cuando conoce y disfruta de estar con Jesús? Inevitablemente sale a contárselo a otros, no hay otro camino. Es imposible guardar una alegría tan grande para uno solo. «Una alegría contada es doble alegría», se dice. Así lo expresaba el evangelio del domingo: «Uno de los dos que oyeron las palabras de Juan y siguieron a Jesús era Andrés, el hermano de Simón Pedro. Al primero que encontró fue a su propio hermano Simón, y le dijo: “Hemos encontrado al Mesías”». Dije que el otro era Juan, pero en realidad no lo dice, suponemos. Podríamos suponer, pero… ¿y si pensamos que Juan el Evangelista dejó ese espacio vacío para que nos pongamos vos y yo? Andrés no pudo dejar de contar lo que había vivido y a quién había encontrado. Es así, no hay otro camino. Y nosotros, ¿qué hacemos cuando descubrimos a Jesús? ¿Qué hicimos? No todos viven o vivimos eso, sino que a veces estamos a mitad del camino creyendo que somos seguidores de Jesús. Tenemos que preguntarnos con sinceridad.

¿Sabías que no todos los bautizados están realmente evangelizados? Muchos bautizados fueron «catequizados», pero todavía Jesús no tocó sus corazones, o no dejaron ellos que se los toque. No lo conocieron verdaderamente. Que vos y yo estemos bautizados no quiere decir que hayamos recibido la alegría del evangelio, la alegría de conocer a Jesús como lo hicieron esos discípulos. ¿Cuál es el diagnóstico o el termómetro, por decirlo de algún modo, para saber si además de bautizados, estamos «evangelizados»? Ser evangelizadores, si realmente evangelizamos a otros. Si no salimos a contarles a otros que conocimos a Jesús, es un claro signo de que todavía de alguna manera no lo conocimos profundamente, y eso es estar evangelizado, haberse encontrado cara a cara, corazón a corazón con nuestro Maestro, y tener ganas de contarlo. Cuando digo conocerlo, me refiero al conocimiento que da el amor y no a la catequesis o a la teología, aunque pueden ayudar. Millones de católicos conocen el catecismo, pero no conocen a Jesús.

Entonces, ¿qué es evangelizar? ¿Únicamente enseñar el catecismo, enseñar teología? ¡No! Contarles a los otros que Jesús nos invitó a seguirlo y que eso nos transformó la vida. Una vez un estudiante jesuita le preguntó a San Alberto Hurtado, el gran santo chileno, qué le recomendaba estudiar después de ordenado sacerdote, en qué especialidad le recomendaba profundizar. San Alberto le contestó: «Especialízate en Jesucristo». ¡Qué linda respuesta! Jesús debería ser nuestra «especialidad», no solo es para sacerdotes y consagrados, sino que es para todos. Debería ser aquello que nos deleite el corazón, que nos prenda fuego por dentro y nos dé ganas de gritarlo por todos lados. Es emocionante ver a los conversos adultos cuando hablan sin vergüenza y sin miedo de Jesús.

La otra vez, escuchaba a una ex vedette argentina que se convirtió de hace no mucho tiempo, por intercesión de nuestra Madre del cielo, y que volvió invitada a esos programas de chimentos baratos –en donde se divierten a costa de los demás–, y era admirable cómo de sus labios y de su corazón solo brotaban palabras de amor hacia Jesús y hacia María, cómo hablaba de la pureza y del amor verdadero sin ningún miedo y sin ninguna vergüenza. Eso es encontrarse con Jesús: perder todo tipo de respeto humano y hablar de él como hablan los enamorados, vivir una vida distinta cambiando el modo de expresarse y de actuar.

Eso también les debe haber pasado a estos hombres, que escuchamos en Algo del Evangelio de hoy, llamados por Jesús, llamados por pura misericordia, para estar con él. Jesús llamó a los que él quiso y no a los que quiere el mundo o a los poderosos, a los que vos y yo nos imaginamos. ¡A los que él quiso! Los Doce apóstoles son para nosotros los primeros colaboradores de Jesús, los primeros que eligió para que después de muerto y resucitado sean su continuidad, la extensión de su amor a lo largo del tiempo.

También eso es el sacerdocio católico para nosotros. Nadie es sacerdote por decisión propia, por mérito propio o como un derecho adquirido. Se es sacerdote porque se experimentó el llamado de Jesús a seguirlo más de cerca. Se es sacerdote porque se experimenta que los primeros perdonados, sanados, somos los mismos elegidos. Se es sacerdote porque es tal la atracción que Jesús logra al corazón que ya nada puede superarlo, ningún amor humano puede superar el amor de Jesús. Se es sacerdote porque fuimos rescatados en medio de una multitud para poder hacer lo mismo con tantos que no encuentran el rumbo. Se es sacerdote para estar «para todos y con todos» y no solo con los que uno prefiere, para acompañar a los hombres y mujeres de este mundo, mientras Jesús en realidad nos lleva a los sacerdotes de la mano. Se es sacerdote para hablar en su nombre, para perdonar en su nombre, para dar algo más de lo que tenemos, para darlo a él mismo.

¡Gracias Jesús por elegir a hombres débiles para llevarte a los demás! ¡Gracias Jesús por tantos sacerdotes que día a día dan la vida para llevarte a los demás! ¡Qué lindo que es experimentar que cuando uno se entrega a los demás, no nos damos solo a nosotros mismos, sino que damos algo mucho más grande, al mismísimo Jesús!