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II Viernes de Pascua

Jesús atravesó el mar de Galilea, llamado Tiberíades. Lo seguía una gran multitud, al ver los signos que hacía curando a los enfermos. Jesús subió a la montaña y se sentó allí con sus discípulos. Se acercaba la Pascua, la fiesta de los judíos. Al levantar los ojos, Jesús vio que una gran multitud acudía a él y dijo a Felipe: «¿Dónde compraremos pan para darles de comer?» El decía esto para ponerlo a prueba, porque sabía bien lo que iba a hacer. Felipe le respondió: «Doscientos denarios no bastarían para que cada uno pudiera comer un pedazo de pan.»

Uno de sus discípulos, Andrés, el hermano de Simón Pedro, le dijo: «Aquí hay un niño que tiene cinco panes de cebada y dos pescados, pero ¿qué es esto para tanta gente?»

Jesús le respondió: «Háganlos sentar.»

Había mucho pasto en ese lugar. Todos se sentaron y eran uno cinco mil hombres. Jesús tomó los panes, dio gracias y los distribuyó a los que estaban sentados. Lo mismo hizo con los pescados, dándoles todo lo que quisieron. Cuando todos quedaron satisfechos, Jesús dijo a sus discípulos: «Recojan los pedazos que sobran, para que no se pierda nada.»

Los recogieron y llenaron doce canastas con los pedazos que sobraron de los cinco panes de cebada.

Al ver el signo que Jesús acababa de hacer, la gente decía: «Este es, verdaderamente, el Profeta que debe venir al mundo.»

Jesús, sabiendo que querían apoderarse de él para hacerlo rey, se retiró otra vez solo a la montaña.

Palabra del Señor

Comentario

«Feliz el que cree sin haber visto». Feliz el que acepta que Dios está siempre, aunque no lo pueda ver con sus ojos. Feliz el que se afirma en esas veces que, de alguna manera, lo experimentó y no dudó, y no añora el pasado si no que aprende a vivir el presente. Feliz el que escucha y no se cansa de escuchar. Porque el escuchar es una prueba clara de estar intentando creer, de caminar creyendo, intentando aceptar lo que vivimos, sin ver, sin pretender pruebas científicas de todo. No todo se comprueba con experimentos, sino que hay muchas cosas que el corazón sabe comprobarlas, sabe aceptarlas, sabe recibirlas, sabe madurarlas. Por eso es feliz no el que no busca respuestas, sino el que, de alguna manera, ya las encontró y aprende a aceptar eso que tiene, como un niño en brazos de su madre, no pretendiendo nada más que eso. Felices los que creemos sin ver. Vos y yo estamos en ese grupo. ¿Estamos en ese grupo? ¿Sos de los que creen sin ver?

Terminando la semana, mientras hacés cosas de la casa, seguramente, te propongo algunas preguntas que tienen que ver con Algo del Evangelio de hoy. Sabemos por los diferentes evangelios y relatos, especialmente en el Evangelio de Juan, que Jesús multiplica los panes como signo de algo más y que, más allá de los detalles de uno y otro relato, no solo quisieron mostrar y dejar escrito que Jesús hizo semejante milagro y que cómo Dios hecho hombre podía hacer eso y mucho más, sino que Jesús quiere ser Pan para la vida del mundo y no rey al estilo de este mundo como se ve claramente en el relato de hoy.

Es muy clara la Palabra de Dios. Es muy clara. No podemos olvidar esta parte: «Jesús, sabiendo que querían apoderarse de él para hacerlo rey, se retiró otra vez solo a la montaña». «Otra vez», se ve que ya se había retirado muchas veces.  No somos nosotros los que hacemos rey a Dios, sino que Dios es rey antes que nosotros existiéramos y Dios es rey que se entrega y quiere ser alimento de un hombre que no se da cuenta y que busca saciarse con muchas cosas que no son Dios. Este es el trasfondo profundo del Evangelio de hoy. Porque claramente se ve eso, que, ante semejante milagro, ante la sorpresa, lo primero que intentaron esos hombres fue hacerlo rey. Claro. Convenía mucho un rey que les diera de comer a todos gratis.

Eso es lo que, de alguna manera, también nos pasa a nosotros. Sin darnos cuenta, pretendemos que Dios sea el que nos dé lo que pretendemos, lo que queremos, el que sacie nuestra hambre de cosas materiales y no el que sacie el hambre espiritual que tenemos, el hambre de amor. El hombre tiene hambre de algo más, necesita algo más. No necesita solo pan de harina o cebada. No necesita solo casa, auto, salud y vacaciones. Necesitamos algo más. ¿Qué necesitamos? Eso es bueno preguntarse. Aunque tengas todo lo que crees necesitar, algún día te darás cuenta de que necesitás algo más grande, algo que vos mismo no podés darte a vos mismo. Es tan grande lo que necesitamos que nosotros no podemos crearlo para nosotros, solo podemos recibirlo como un don. Casi que no hace falta que te lo diga, pero sí lo tengo que decir. Nuestro pan del alma, del espíritu no puede ser otra cosa que Dios mismo. Somos, de algún modo, insaciables. Porque necesitamos siempre más. Solo nos sacia lo abundante y lo superabundante solo puede ser Dios mismo, Jesús. ¿Pero Dios dónde está?, te podés preguntar. ¿Cómo me sacio de Dios? Desde que Jesús vino al mundo, desde que el Padre envió a su Hijo para que creamos, él es el Pan del mundo, el alimento de todos los hambrientos, de tu hambre y del mío.

Ahora… ¿cómo podemos alimentarnos de este Dios hecho hombre, de Jesús, vivir de tal manera que él mismo se convierta en nuestro pan? Aceptando y creyendo lo que venimos meditando en estos días, escuchando la Palabra de cada día, viviéndola, haciéndola carne, amando en el metro cuadrado donde nos toca, en lo cotidiano, encontrando lo grande en lo sencillo. Aceptando ser perdonado y perdonando. Creyendo que Jesús está en cada Eucaristía y deseando recibirla con amor.

Dándote cuenta de que vos también podés hacer algo por el hambre del mundo, mostrándoles a los demás que lo único que sacia el corazón del hombre, es Jesús. Es por eso que Jesús desea nuestro aporte en este milagro. Quiere que seamos parte, porque solo a través de nosotros puede llegar el amor de Dios a alguien que necesita amor. Solamente a través del amor de un hombre Jesús puede demostrarle a otro que es amado.

Que tengamos un buen día y que la bendición de Dios, que es Padre misericordioso, Hijo y Espíritu Santo, descienda sobre nuestros corazones y permanezca para siempre.