Jesús dijo a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo:
«Escuchen otra parábola: Un hombre poseía una tierra y allí plantó una viña, la cercó, cavó un lagar y construyó una torre de vigilancia. Después la arrendó a unos viñadores y se fue al extranjero.
Cuando llegó el tiempo de la vendimia, envió a sus servidores para percibir los frutos. Pero los viñadores se apoderaron de ellos, y a uno lo golpearon, a otro lo mataron y al tercero lo apedrearon. El propietario volvió a enviar a otros servidores, en mayor número que los primeros, pero los trataron de la misma manera.
Finalmente, les envió a su propio hijo, pensando: “Respetarán a mi hijo”. Pero, al verlo, los viñadores se dijeron: “Este es el heredero: vamos a matarlo para quedarnos con su herencia”. Y apoderándose de él, lo arrojaron fuera de la viña y lo mataron.
Cuando vuelva el dueño, ¿qué les parece que hará con aquellos viñadores?».
Le respondieron: «Acabará con esos miserables y arrendará la viña a otros, que le entregarán el fruto a su debido tiempo».
Jesús agregó: «¿No han leído nunca en las Escrituras: La piedra que los constructores rechazaron ha llegado a ser la piedra angular: esta es la obra del Señor, admirable a nuestros ojos?
Por eso les digo que el Reino de Dios les será quitado a ustedes, para ser entregado a un pueblo que le hará producir sus frutos».
Los sumos sacerdotes y los fariseos, al oír estas parábolas, comprendieron que se refería a ellos. Entonces buscaron el modo de detenerlo, pero temían a la multitud, que lo consideraba un profeta.
Palabra del Señor
Comentario
Continuando con el Evangelio del domingo, ¿recordás la transfiguración de Jesús en el monte Tabor, con tres discípulos elegidos especialmente por él, para mostrarles su ser divino, mostrarse como Dios? Y así tuvieron fuerzas en los momentos de cruz, en los momentos de dificultad. Recordarás que Pedro pretendió quedarse ahí. Pedro pretendió lo que cualquiera de nosotros pretendería, disfrutar plenamente todo lo que podamos. Esa es la sensación que podemos tener todos cuando tenemos una experiencia profunda de Jesús en nuestra vida, ya sea en la oración, ya sea en un encuentro espiritual, personalmente con un grupo o incluso también muchas veces puede ser amando, entregándonos, que en definitiva es donde siempre está Dios, en el amor, o puede ser cuando recibiste un sacramento.
Recuerdo que me contó hace poquito tiempo un matrimonio, que hace poco se había casado, que fue a raíz del sacramento del matrimonio que experimentaron el deseo de volver hacia Jesús, porque a pesar de que se estaban casando por Iglesia, no se habían acercado con esa consciencia de saber lo que hacían.
Bueno, Dios se nos puede manifestar de múltiples maneras, pero lo importante es que no podemos quedarnos en el monte para siempre, tenemos que bajar. Por eso Jesús animó a los discípulos a que callaran, a que se guarde esa experiencia para ellos y que vuelvan al llano, vuelvan a trabajar con él. ¿Sos de los que se quiere quedar para siempre disfrutando esa experiencia y después no quiere bajar o sos de los que en definitiva sube al monte para orar y tener fuerzas para amar? Pensémoslo, porque en realidad ese es el verdadero camino, orar para amar y amar también para encontrar nuestros momentos de oración.
La historia de la salvación de toda la humanidad es al mismo tiempo espejo y reflejo de la historia de salvación tuya y mía, de cada uno de nosotros. ¿Qué es la historia de la salvación? Bueno, es sencillo y simple. La historia de un Dios que es Padre y que anda de hace miles de años buscando al hombre para que el hombre se dé cuenta de una vez por todas de que no hay nada más lindo que encontrarse con él y de ser encontrado por él. ¿Vos pensabas que en tu historia eras el protagonista principal? No, no te la creas. Sos parte de la historia, pero no sos la historia en sí. Dios, nuestro Padre es el dueño y Señor de la historia de la vida, de nuestra vida. Él es el que creó el escenario, él es el que puso la escenografía, él es el que la embelleció, él es el que la pagó con su amor, él es el que puso los actores y el que los quiso dirigir, pero los actores se rebelaron olvidándose de su papel, olvidándose que el dueño de todo es el Señor y quisieron hacer su propia obra, como hacemos tantas veces vos y yo.
Jesús con esta parábola hace un resumen de la historia de la salvación, de la historia de un Dios que ama a su creatura y por amarla le da todo, esperando algo a cambio, por supuesto. Y no solo le dio signos y cosas para que se dé cuenta de su amor, sino que no conforme con eso, envió a su propio Hijo, Dios mismo se hizo presente para que el hombre terminara de darse cuenta. ¿Qué pasó? Lo que escuchamos. Lo mataron para quedarse con la herencia. El hombre se adueña de lo que es de Dios. Vos y yo nos adueñamos de lo que es de Dios cuando pecamos. Ese es nuestro mayor pecado, es el peor pecado que atraviesa toda la historia, la historia grande del mundo y la historia de nosotros. El Padre nos busca y nosotros que no respetamos los signos y enviados de Dios, los de cada día, sino que tantas veces los echamos de nuestra vida, los apedreamos para seguir en la nuestra. Esta historia se repite una y otra vez cuando no dejamos entrar a Jesús a recoger los frutos que le corresponden.
Tenemos que tomar consciencia que nosotros estamos viviendo la mejor parte de la historia de la humanidad, no nos podemos quejar. Si nos quejamos, quiere decir que todavía no entendimos. Muchos quisieron estar y vivir lo que nosotros estamos viviendo.
Ya conocemos el final de la película, de la historia, que tarde o temprano va suceder. Jesús fue rechazado, es verdad, pero ganó en el silencio de la cruz y de la resurrección y se quedó para siempre con nosotros. El rechazo de los hombres de ese tiempo y de nosotros se transformó en el mayor triunfo de un Dios bastante particular, que hizo y hace lo inimaginable.
En lo concreto, tratemos de darnos cuenta en cada cosa que no podemos negarle a Dios lo que le corresponde. No podemos negarle al Padre lo que es suyo. Todo es por él, de él y para él, tu corazón y el mío. Y en la historia de este día, hay que dejarse encontrar por el que nos busca, no rechazar los enviados del Padre y por eso hay que estar muy atentos.
Que tengamos un buen día y que la bendición de Dios, que es Padre misericordioso, Hijo y Espíritu Santo, descienda sobre nuestros corazones y permanezca para siempre.