Al bajar del monte, los discípulos preguntaron a Jesús:
«¿Por qué dicen los escribas que primero debe venir Elías?».
Él respondió: «Sí, Elías debe venir a poner en orden todas las cosas; pero les aseguro que Elías ya ha venido, y no lo han reconocido, sino que hicieron con él lo que quisieron. Y también harán padecer al Hijo del hombre». Los discípulos comprendieron entonces que Jesús se refería a Juan el Bautista.
Palabra del Señor
Comentario
Ya al final de esta segunda semana de Adviento, en esta semana donde nos animamos a pensar qué podríamos cambiar, en donde hablábamos de que Jesús también desea que nos convirtamos, que el tiempo de Adviento es un tiempo de cambio, porque no podemos recibir la gracia, la salvación, no podremos ver la salvación de Dios que es para todos si, de algún modo, no nos preparamos. Y el prepararse no es abstracto, no es solamente una cuestión de palabra, de la boca para afuera, sino que algo teníamos que hacer. Tenemos que pensar si nuestros pensamientos, valga la redundancia, necesitan cambiar, si el modo de recibir a Dios es el mismo que el desea para nosotros, o sea que si estamos buscando un Dios vistoso, que se manifieste de manera extraordinaria, o bien estamos esperando a un Dios sencillo, humilde, tierno, que se manifiesta más bien en los cotidiano y que necesitamos la fe para verlo. También decíamos que podemos cambiar de sentimientos, esas emociones que experimentamos, que si no la sabemos conducir, nos pueden alejar de la verdad de Dios y de su amor. Por eso, frenemos un poco en este sábado y pensemos qué tenemos que hacer de acá a la Navidad, qué podríamos hacer para en realidad dejar de hacer ciertas cosas, para detenernos, meternos en el desierto como hizo Juan el Bautista y poder escuchar la voz de Dios. Los poderosos, los que creen que no necesitan nada, los que creen que el poder finalmente es una herramienta para utilizar a los demás, no pueden escuchar la voz de Dios. Solo lo pueden escuchar los humildes, aquellos que saben sencillos y necesitados del amor de Dios. Aprovechemos este sábado para hacer esa breve reflexión, para repasar también los evangelios de esta semana y poder darnos cuenta cómo nos fue hablando el Señor de alguna manera.
¡A levantar la cabeza! ¡Ánimo! Es un tiempo difícil, como tantos otros en la historia de la humanidad, de la Iglesia, pero es el tiempo que nos toca vivir, es un tiempo propicio para ser santos. Debemos ser santos con la gracia de Dios, podemos ser santos, vos y yo. No hace falta que nos pongan en un altar, no hace falta que nos hagan un proceso de canonización, como a los grandes santos de la historia, pero sí podemos ser santos sencillos, humildes, desconocidos, anónimos. ¿Para qué queremos que nos pongan en un altar, en una estampita? Si buscamos esa santidad heroica, finalmente no alcanzaremos ni la una ni la otra. Es verdad que podemos ser santos reconocidos, pero no tenemos que buscar eso. Busquemos la santidad sencilla, ordinaria, oculta, esa que nadie se da cuenta, la santidad de clase media, como decía ese gran autor sacerdote español.
Y Algo del Evangelio de hoy es de algún modo corto, un poco conciso, sintético, pero que también nos puede enseñar cómo se debe interpretar la Palabra de Dios, cómo se debe interpretar las Escrituras. Porque el pueblo de Israel se había quedado con esa profecía de que Elías debía volver, decía la Palabra que Elías había sido arrebatado al cielo y que en algún momento iba a volver, y que iba a ser como la señal de la venida del Mesías. Sin embargo, Jesús les estaba explicando que eso era una imagen, era una imagen de otro gran profeta, que era Juan el Bautista.
Tantas confusiones se dan en la historia y se dieron y se seguirán dando por no saber interpretar la Palabra de Dios, por eso Cristo es el mejor intérprete de la Palabra de Dios. Él es la Palabra de Dios. Y todo el Antiguo Testamento tiene sentido en él y todo el Nuevo Testamento parte desde él. Todo confluye hacia él, porque todo fue creado por él y para él. Jesús también en su vida se dedicó a ayudar a los que lo escuchaban, a interpretar verdaderamente las Escrituras, y por eso algunos no lo comprendieron. Dice hoy el Evangelio que «los discípulos entonces comprendieron que Jesús se refería a Juan el Bautista» y, además, anticipó que también a él lo iban a matar. En definitiva, también el texto de hoy nos ayuda a darnos cuenta que muchas veces tenemos en frente nosotros los signos de Dios, pero no lo sabemos interpretar.
Elías se había venido y no lo han reconocido. Elías en realidad era Juan el Bautista. Bueno, en nuestras vidas, vos y yo también tenemos signos de la presencia de Dios, profetas que nos hablan de Dios, pero no sabemos interpretarlos. A veces nos quedamos también mirando el dedo, pero no hacia dónde señala ese dedo. Tenemos que pedir una mirada más profunda de la realidad, para no quedarnos en los detalles, para mirar más allá. Y por eso vuelvo a insistir una y mil veces más, si no somos cristianos de escucha, si no somos cristianos que aprendemos cada día a escuchar, a interpretar la Palabra de Dios con la ayuda de la Iglesia –por supuesto que hace siglos lo viene haciendo, y es maestra en esto, por supuesto guiada por el Espíritu Santo–, no podremos discernir los signos de los tiempos. Solo viven bien, cristianamente aquellos que saben leer los signos de los tiempos a la luz de la Palabra de Dios.
Pidamos este fin de semana una y mil veces más aprender a escuchar la voz de Jesús, a llevarla a la práctica y aprender a leer lo que está pasando, lo que nos está pasando, para no dejarnos llevar las corrientes de este mundo, para incluso no dejarnos llevar por los profetas de calamidades –como hay también en la Iglesia– o los profetas de que todo está bien. No, solamente podemos interpretar la realidad a la luz de la Palabra de Dios.
Que tengamos un buen sábado y que la bendición de Dios, que es Padre misericordioso, Hijo y Espíritu Santo, descienda sobre nuestros corazones y permanezca para siempre.