Un sábado en que Jesús atravesaba unos sembrados, sus discípulos comenzaron a arrancar espigas al pasar. Entonces los fariseos le dijeron: «¡Mira! ¿Por qué hacen en sábado lo que no está permitido?»
Él les respondió: «¿Ustedes no han leído nunca lo que hizo David, cuando él y sus compañeros se vieron obligados por el hambre, cómo entró en la Casa de Dios, en el tiempo del Sumo Sacerdote Abiatar, y comió y dio a sus compañeros los panes de la ofrenda, que sólo pueden comer los sacerdotes?»
Y agregó: «El sábado ha sido hecho para el hombre, y no el hombre para el sábado. De manera que el Hijo del hombre es dueño también del sábado».
Palabra del Señor
Comentario
En el camino del seguimiento a Jesús hay que ir aprendiendo a dejarse purificar por él, no es un simple sí, de un día, de una vez; es más complejo que eso, y por eso es más lindo. Cuando concebimos la vida cristiana, la fe no como lo que realmente es, un camino, sino como un instante lindo, como un momento pasajero, como una respuesta aislada de la totalidad de nuestra vida; es cuando tarde o temprano nos quedamos al costado, al costado del camino, de lo que en realidad es, o nos cansamos y decimos: ¡Esto era ser cristiano!
Lo que hay que saber es que Jesús no nos engaña, nunca engañó a nadie en los evangelios, siempre fue claro y directo. En todo caso, nos engañaron sin querer los que nos invitaron a seguirlo, nos engañaron por ser buenos, por atraernos y sumar fieles a sus arcas, o bien nos dejamos engañar nosotros, o entendimos mal, porque a veces nos gusta no escuchar todo, preferimos no escuchar toda la verdad porque es demasiado pesada para cargarla. Por eso, es necesario escuchar todo el mensaje del Evangelio, no esquivar nada, incluso los pasajes difíciles y las controversias, como escuchamos en Algo del Evangelio de hoy.
Es lindo cuando Jesús aprovecha incluso las situaciones más difíciles, situaciones de controversia, de peleas, situaciones donde lo juzgan o juzgan a sus discípulos para enseñarnos, para que aprendamos a tener una mirada diferente, para que aprendamos a mirar en lo profundo de las cosas, para que nos demos cuenta que la ley suprema que está escrita en nuestro corazón, dada por él –dada por Dios–, es la ley del amor.
Y por eso san Pablo llega a decir en algún momento en una de sus cartas: «Amar es cumplir la ley entera». Debemos aprender que el amor es finalmente el cumplimiento de la ley, de todas las leyes y las normas que podemos tener en la familia de la Iglesia, como personas religiosas (no estamos hablando de las leyes civiles; ese sería otro tema), porque cuando no descubrimos que la ley del amor está por encima de todas las leyes, o las engloba, y que estas están al servicio del amor; es cuando perdemos el rumbo y absolutizamos las leyes, las pequeñas normas que tenemos y que nos regulan en la vida de la Iglesia, en las comunidades, en la liturgia, en la catequesis, en la predicación, en todo lo que tiene que ver con la vida de la fe.
Cuando nos olvidamos que esas normas están para regular y para enseñarnos a amar, hacemos justamente de esas normas leyes absolutas y nos olvidamos del objetivo final al que nos quiere orientar, que es a la caridad.
Por eso el amor siempre tiene que ser la guía. ¿Y el amor entonces qué es? El bien del otro, el amor es buscar siempre el bien del otro. Cuando olvidamos ese principio fundamental, nos pasa, así como les pasaba a los fariseos que eran capaces incluso de no hacer el bien en sábado porque la ley decía que ese día no se podían hacer ciertas cosas. Jesús nos quiere llevar justamente a un nuevo enfoque en el cumplimiento de la ley.
¿No será que el pueblo judío se había puesto muchas leyes y se habían olvidado del amor?, ¿no será que nosotros también nos llenamos de normas, nos llenamos de reglas y requisitos para un montón de cosas en la Iglesia –que no están mal, pero las usamos mal– y finalmente nos olvidamos del amor? ¿No será que tenemos que aprender a aplicar las leyes y las normas a situaciones concretas, comprendiendo las condiciones particulares de cada persona que se acerca, de cada persona que veo? Porque ese es nuestro problema; las leyes universales las aplicamos a situaciones concretas olvidándonos de la particularidad del sujeto que las tiene que observar.
Y eso también nos pasa a nosotros mismos cuando nos juzgamos, cuando no nos perdonamos ante situaciones que vivimos porque había que hacer tal o cual cosa y no las pudimos hacer.
Incluso somos duros con nosotros y no comprendemos que ciertas circunstancias nos llevaron a veces a caer en lo que caímos –no nos justifican, pero nos ayuda a entender la situación–, ciertas circunstancias que no nos permitieron hacer lo que debiéramos haber hecho.
Entonces esta nueva visión no anula las leyes; por eso el otro peligro siempre es caer en rechazar tanto las normas, habernos cansado tanto de que se usen mal, pensando incluso que parece que no sirven, que las despreciamos finalmente. Entonces caemos en el otro extremo del fariseísmo que sería hacer «mi propia norma», la norma del capricho, la norma de que finalmente todo es un desorden y hago lo que me parezca; y eso tampoco conduce al amor verdadero. El amor tiene que ser el que regule todas mis actitudes, mis sentimientos, mis pensamientos…El amor de Dios.
Bueno, ojalá que las palabras de Jesús nos ayuden a ver que la ley está hecha para el hombre y no el hombre para la ley. Nosotros tenemos que ser libres, tenemos que descubrir siempre, día a día, en cada circunstancia concreta de nuestra vida, qué es lo mejor que podemos hacer, y eso implica un esfuerzo, implica oración, autoconocimiento e interiorización para poder descubrir qué es lo que Dios nos pide en cada circunstancia particular de nuestra vida.