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II Martes durante el año

Un sábado en que Jesús atravesaba unos sembrados, sus discípulos comenzaron a arrancar espigas al pasar. Entonces los fariseos le dijeron: «¡Mira! ¿Por qué hacen en sábado lo que no está permitido?»

Él les respondió: «¿Ustedes no han leído nunca lo que hizo David, cuando él y sus compañeros se vieron obligados por el hambre, cómo entró en la Casa de Dios, en el tiempo del Sumo Sacerdote Abiatar, y comió y dio a sus compañeros los panes de la ofrenda, que sólo pueden comer los sacerdotes?»

Y agregó: «El sábado ha sido hecho para el hombre, y no el hombre para el sábado. De manera que el Hijo del hombre es dueño también del sábado».

Palabra del Señor

Comentario

En el camino del seguimiento a Jesús hay que ir aprendiendo a dejarse purificar por él. No es un simple sí de un día, de una vez; es más complejo que eso, y por eso también podríamos decir que más lindo. Cuando concebimos la vida cristiana, la fe, no como un camino, sino como un instante lindo, como un momento pasajero, algo muy sentimental, como una respuesta aislada de la totalidad de nuestra vida, es cuando tarde o temprano nos quedamos al costado de ese camino, de lo que en realidad era un camino; o nos cansamos y decimos: «¡Esto era ser cristiano!», «¡esto es la Iglesia!», por ejemplo. Lo que hay que saber es que Jesús no nos engaña. Nunca engañó a nadie en los evangelios, en los textos que leemos. Siempre fue claro y directo. En todo caso, podríamos decir que «nos engañaron» sin querer los que nos invitaron a seguirlo. Nos engañaron por ser buenos, por atraernos y sumar fieles a sus arcas o bien nos dejamos engañar nosotros por no haber pensado, porque a veces nos gusta no escuchar todo, preferimos no escuchar toda la verdad.

¿A qué me refiero con todo esto? Cuando –volviendo al evangelio del domingo, ¿no? –… Cuando los dos discípulos al escuchar a Juan se decidieron a seguir a Jesús, dice el evangelio que «él se dio vuelta y, viendo que lo seguían, les preguntó: “¿Qué quieren?”» No fue una pregunta de rutina, una pregunta por preguntar nomás. Jesús quiere saber el porqué de nuestro seguimiento, las razones, el para qué lo seguimos; para nuestro bien (no porque él no lo sepa), para que purifiquemos nuestras intenciones, para que descubramos nuestras verdaderas motivaciones y no andemos tras de él sin saber bien por qué o bien creyendo que seguimos a alguien que en realidad no lo es.

¿A quién seguimos nosotros, vos y yo? ¿Lo sabemos realmente? ¿Dónde están los millones, vuelvo a preguntarme, de cristianos que dicen creer en Dios o que dicen que aman a Jesús? Cuando digo dónde están, no me refiero a que, si van o no mucho a Misa, porque hay miles que van a Misa, pero en realidad no saben bien a quién siguen, sino que me refiero a todos. Todos tenemos que hacer este proceso al seguir a Jesús, los discípulos también tuvieron que hacerlo. Qué bueno que hoy podamos preguntarnos todos con sinceridad: «¿Qué quiero?, ¿qué quiero al seguir a Jesús? ¿A quién o qué busco? ¿Lo busco a él por ser él mismo o busco cosas, soluciones?, ¿o me busco a mí mismo buscándolo a él?» Te propongo volver a rezar con esta escena del evangelio del domingo. Es linda y muy profunda, para no dejarla pasar.

Algo del Evangelio de hoy nos muestra que no todos los que se dicen ser «religiosos» lo eran verdaderamente; en este caso, los fariseos que eran supuestamente super religiosos pero que se les soltaba la lengua y criticaban. Y también podríamos decir hoy que no todos los que dicen seguir a Jesús o que se dicen «religiosos» realmente lo siguen, porque a veces también juzgamos y se nos destraba la lengua y decimos cualquier cosa.

Dice el apóstol Santiago que «la religiosidad pura y sin mancha delante de Dios, nuestro Padre, consiste en ocuparse de los huérfanos, de las viudas cuando están necesitadas, y en no contaminarse con el mundo». Diríamos que, en su esencia, es el amor concreto y sincero al prójimo, y no pensar cómo piensa el mundo –obviamente el amor al que más lo necesita–. También dice: «Si alguien cree que es un hombre religioso, pero no domina su lengua, se engaña a sí mismo y su religiosidad es vacía».

Existe un gran peligro en el corazón del hombre, y todavía es peor cuando es exacerbado por una falsa religiosidad, y es: la excesiva preocupación por lo externo y no tanto por el corazón. Es un mal generalizado, es un virus que tenemos todos: los religiosos y los no religiosos, los creyentes y no tan creyentes.

Pero lo que pasa es que cuando este virus crece en una persona supuestamente religiosa, creyente, es mucho peor, porque se arraiga más, se infla y, además, se camufla bajo apariencia de bien, bajo apariencia de «búsqueda» de santidad, casi que incluso de pensar que va a salvar al mundo de esa manera.

Todos los nacidos en este mundo, casi inconscientemente, nos dejamos llevar por las apariencias. La falla original con la cual nacemos nos hace olvidar que lo que define la vida de un hombre no es lo externo, sino que es el corazón, sus intenciones y que el corazón de los otros no lo conocemos realmente. Todo lo que podamos ver de los demás y todo lo que puedan ver los demás de nosotros es «papel pintado» para Dios si lo de adentro finalmente no está sano, si lo de adentro no es puro o, por lo menos, no busca la rectitud, la sinceridad.

Los fariseos del evangelio, los de hoy y los de siempre, juzgaron y juzgan por lo que ven sus ojos, sin considerar las circunstancias, sin preguntar qué hay detrás; en definitiva, sin conocer el corazón de los hombres, ni el de Jesús, sino simplemente juzgan por sus pensamientos, por las apariencias, como tantas veces lo hacemos vos y yo, de mil maneras diferentes, con buena o a veces mala intención. La mayoría de las veces seguro que juzgamos con buena intención. Pero ahí no está el punto, sino que está, tanto para bien como para mal, en juzgar sin conocer el corazón de los otros. Por eso, la cuestión no está en que si lo que digo es bueno o no tan bueno o malo, si lo digo y lo digo con buena o mala intención, sino que juzgo sin conocer, creyendo que conozco. Ahí está el gran pecado de todos. Esa es la gran falla que debemos pedirle al Señor que nos purifique y nos sane de una vez por todas.

¿Para qué seguimos a Jesús? ¿Para qué seguís a Jesús? ¿Para amarlo y para parecerte cada día más a él y que jamás salga de tus labios un juicio hacia los otros? Preguntate eso, preguntémonos esto con sincero corazón.