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II Lunes de Cuaresma

Jesús dijo a sus discípulos:

«Sean misericordiosos, como el Padre de ustedes es misericordioso. No juzguen y no serán juzgados; no condenen y no serán condenados; perdonen y serán perdonados.

Den, y se les dará. Les volcarán sobre el regazo una buena medida, apretada, sacudida y desbordante. Porque la medida con que ustedes midan también se usará para ustedes.»

Palabra del Señor

Comentario

Me hace bien pensar que la Palabra de Dios, cada mañana, y a veces especialmente los lunes que es más difícil, es resucitadora, ayuda a levantarnos; porque en definitiva eso es resucitar, levantarse. ¡Hoy me levanto sí o sí! ¡Hoy quiero algo distinto, hoy pudo! ¡Hoy se puede hacer algo mejor!

El Evangelio de ayer, la transfiguración de Jesús, nos ayudaba a tener esperanza, a tener un ancla de donde afirmarnos para que cuando lleguen los momentos de dolor, de dificultad, de prueba, como es natural en nuestra vida, como lo fue en la vida de Jesús. Los discípulos vivieron un momento único que jamás olvidaron, por más que en ese momento no comprendieron plenamente lo que pasaba, por más que Pedro no sabia lo que decía; sin embargo, en ese momento, esa experiencia les quedó grabada a fuego para siempre. Es necesario recordar las experiencias gratas de Jesús que guardamos en el corazón, no podemos olvidarlas. Es por eso que podemos decir que el olvido, la perdida de la memoria del corazón, de esa memoria que nos hace tanto bien, esa que nos da certeza de la fe, de la presencia permanente de Jesús en nuestras vidas, es la causante de muchos de nuestros males. El cristiano desmemoriado, ese que no vuelve de tanto en tanto a esas transfiguraciones de Jesús, a esos momentos inolvidables en los que él se nos manifestó, tarde o temprano abandona la fe, o por lo menos la vive de un modo superficial, aceptada únicamente –por decirlo de algún modo– en un sentimentalismo o un intelectualismo o racionalismo, dicho de otra manera. Es por eso que san Pablo decía: «Perseveren firmemente en el Señor». La firmeza, la perseverancia solo puede lograrla aquel que no se olvida que somos ciudadanos del cielo y que estamos para algo más grande aquí, en la tierra, y que pase lo que pase sabemos y creemos que Jesús, es nuestro Señor y que nuestra vida le pertenece a él.

Algo del Evangelio de hoy es muy corto pero sustancioso, me parece que nos anima a levantarnos, nos anima a no tener miedo y a poner el corazón donde vale la pena. Porque mientras el mundo avanza, tus proyectos también, los de tu parroquia, los de tu grupo de oración, tu trabajo, tu comunidad; mientras todo avanza, aparentemente, no debemos olvidar que lo que más tiene que avanzar en nuestro corazón es la misericordia, nuestra capacidad de pedir perdón, nuestro evitar juzgar y condenar a los demás. ¿De qué sirve avanzar en tantas cosas de la vida, si no avanzamos en lo más elemental, en la misericordia, que es lo que alivia y da paz al corazón? ¿De qué sirve tener todo y pedirle a Jesús todo, si no tenemos misericordia ni perdón con los demás creyendo que somos más? ¿No es una hipocresía vivir así? ¿De qué sirve que tus hijos tengan todo, si no aprendieron de tu boca y de tu corazón el que no es bueno juzgar y condenar a los demás? ¿Nos damos cuenta que ese es el corazón del evangelio muchas veces olvidado? ¿Nos damos cuenta de por qué la cuaresma nos quiere llevar a lo esencial? ¿Nos damos cuenta cuántas veces destruimos a personas por nuestra falta de misericordia y de perdón? ¿Nos damos cuenta que esos que alguna vez despreciamos y ofendimos, que no perdonamos y juzgamos, son tan hombres y mujeres como nosotros, débiles y con problemas como vos y yo? Jesús es misericordioso, él mismo es la misericordia, pero al mismo tiempo es justo, también habrá justicia cuando nos juzgue, pero nos juzgará con misericordia, como solo él puede hacerlo, pero en la medida que nosotros vayamos aprendiendo a hacer lo mismo acá, en la tierra. ¿Cómo nos dará la cara para pedir perdón algún día y misericordia si nosotros hoy somos incapaces de darla, si nosotros no damos nunca el brazo a torcer?

Escuché una vez a alguien a quien le preguntaban si se arrepentía de algo en su vida, y contestaba muy seguro: «Me arrepiento de lo que no hice, jamás de lo que hice o dije, eso jamás».

¡Qué frase tan llena de soberbia y cerrazón! ¡Cuánta necesidad de conversión que tenemos si pensamos así! ¡Qué lindo será hoy pedir misericordia para todos, no tener miedo y quitarnos el orgullo que tantas veces no nos deja vivir en paz! ¿Sabés por qué a veces andamos tirados en el piso y muchas veces sin ganas de caminar? Porque no somos a veces capaces de perdonar, de ser misericordiosos, de callar por amor y no condenar. La falta de perdón y la soberbia nos aplasta y nos va haciendo insensibles, incapaces de comprender de que todos estamos hechos de barro, de que todos somos frágiles y capaces de caer.

Cuando Jesús dice que demos y se nos dará, no nos está proponiendo el «negocio de la fe, del amor», o sea, el dar para que algún día nos den algo como retribución. Me parece que es al revés, nos está advirtiendo que no podemos pretender que nos den, que algún día él nos dé, si nosotros no dimos primero, si nosotros no fuimos capaces de entregar. No podemos pedir misericordia ni ahora, ni en el juicio final, si no aprendimos a darla en estos tiempos. No podemos pretender no ser condenados, si nosotros nos cansamos de condenar a los demás. Se nos debería caer la cara de vergüenza al reclamar que no nos juzguen, si nosotros juzgamos y somos duros con los otros.

Se nos medirá con la misma vara con la que nosotros medimos a los otros. Si usamos vara cortita, para tener «cortitos» a los demás –como decimos acá–, la misma usarán con nosotros. En cambio, si usamos vara ancha y larga, Jesús hará lo mismo con nosotros. Seamos misericordiosos, como el Padre del Cielo es misericordioso con nosotros. Probemos, nos hará muy bien a todos.