Un día, mientras Jesús enseñaba, había entre los presentes algunos fariseos y doctores de la Ley, llegados de todas las regiones de Galilea, de Judea y de Jerusalén. La fuerza del Señor le daba poder para curar. Llegaron entonces unas personas transportando a un paralítico sobre una camilla y buscaban el modo de entrar, para llevarlo ante Jesús. Como no sabían por dónde introducirlo a causa de la multitud, subieron a la terraza y, desde el techo, lo bajaron con su camilla en medio de la concurrencia y lo pusieron delante de Jesús.
Al ver su fe, Jesús le dijo: «Hombre, tus pecados te son perdonados.»
Los escribas y los fariseos comenzaron a preguntarse: « ¿Quién es este que blasfema? ¿Quién puede perdonar los pecados, sino sólo Dios?» Pero Jesús, conociendo sus pensamientos, les dijo: « ¿Qué es lo que están pensando? ¿Qué es más fácil decir: “Tus pecados están perdonados”, o “Levántate y camina”? Para que ustedes sepan que el Hijo del hombre tiene sobre la tierra el poder de perdonar los pecados -dijo al paralítico- yo te lo mando, levántate, toma tu camilla y vuelve a tu casa.»
Inmediatamente se levantó a la vista de todos, tomó su camilla y se fue a su casa alabando a Dios. Todos quedaron llenos de asombro y glorificaban a Dios, diciendo con gran temor: «Hoy hemos visto cosas maravillosas.»
Palabra del Señor
Comentario
Creo que nunca se me ocurrió contar esta historia que voy a contar hoy, pero que fue la historia de vida de una persona que caló en lo más profundo de mi corazón y es la que me permite y me da fuerzas para continuar día a día, grabando estos audios con el Evangelio. A los seis meses de haber comenzado con esta tarea que me costaba muchísimo, me generaba mucho cansancio e incluso incertidumbre y poca confianza en mí mismo. A esos seis meses yo me había decidido dejar de grabarlos, incluso ese día me acuerdo que lo grabé con pocas ganas, con poco corazón, como ya tirando la toalla, como se dice. Y a las pocas horas de haber enviado el audio, ya casi sin esperanza, me llegó una respuesta, un audio de una mujer que llorando desconsolada me decía que ese audio, que ese Evangelio había convertido a su hermano, que le había transformado la vida. Yo un poco escéptico al principio no lo creía, me parecía exagerado y mucho más en el contexto donde había pasado, donde justamente yo había decidido no grabarlos más, y lo había grabado sin corazón. Yo me decía: «¿Cómo es posible que algo grabado así genere un cambio en alguna persona?». Y realmente fue así, Cristian, este muchacho que había recibido ese audio –mi amigo hoy– estaba en un momento difícil de su vida, él estaba solo bautizado; un hombre que buscaba continuamente la verdad de muchas maneras, que sería muy largo de explicarlo. Ese día justamente estaba muy triste y con un momento de angustia muy profundo y se decidió a mirar la película Jesús de Nazaret. Mirando la película, vio la escena del paralítico, bajando por el techo, por estos cuatro hombres, acercándolo a los pies de Jesús y se sintió identificado. Se sintió que él era ese paralítico que no se estaba dejando ayudar por alguien que lo quería acercar a Jesús. Ese alguien era su padre que buscaba de alguna manera que escuche los audios, pero él no lo escuchaba y en ese momento, mientras él lloraba, le llegó un audio de su padre, él lo encendió para poder escuchar lo que le decía y lo volvió a apagar porque no quería escuchar a hablar a su papá de Jesús. Pero sin embargo escuchó una voz en su corazón que le decía: escuchá por primera vez, o alguna vez en tu vida, a tu padre. Encendió el audio una vez más y el Evangelio era el del paralítico bajando por el techo. Eso lo conmovió profundamente, lo experimentó como una señal de Dios, y a partir de ahí, comenzó su camino de conversión, que continúa, por supuesto, pero que lo llevó a confirmarse, a tomar la primera comunión, a casarse. A partir de ahí que yo me dije: «Señor, aquí estoy.
Yo hago lo que vos me pidas, esto no es mío. Lo hago por vos y para vos y para los demás». Bueno, espero que esta historia que a mí me cambió también la vida, me cambió mi sacerdocio, te ayude a no desfallecer, a continuar trabajando para Jesús, a continuar enviándole los audios a otras personas que seguramente tarde o temprano se les tocará el corazón de algún modo para acercarse a Jesús.
Algo del Evangelio de hoy nos muestra que Jesús tiene el poder y la posibilidad de curar, sanar y salvar. Y para mostrar que su salvación se dirige fundamentalmente al corazón herido del hombre, de cada uno de nosotros, al corazón que quedó dañado para siempre a raíz de la desobediencia de nuestros primeros padres, hace este milagro tan maravilloso. En un principio, sana al paralítico de su enfermedad interior, le perdona los pecados para que viva en paz, para que se sienta aliviado por el perdón que lo liberó. Pero por la cerrazón de los que ven y no creen, de los que ven lo que quieren ver, finalmente permite y da la orden de que el paralítico pueda irse caminando y en paz (las dos cosas). ¿Qué más podía pretender ese hombre? Su alma en paz y su cuerpo en movimiento, lo que todos deseamos cada día.
Algo lindo también de hoy es que la fe de los que llevan la camilla conmueve a Jesús; la fe de los que son capaces de «romper un techo» con tal de poner al enfermo enfrente de Jesús para que sane al paralítico; la fe de los que no se dejan vencer por obstáculos que se interponen en el camino para llegar a Dios de alguna manera. Otra vez, en la Palabra, aparece la fe de los que no buscan su propio interés, sino el interés del que está sufriendo más. Siempre hay alguien que sufre más que vos y que yo. Siempre hay alguien que necesita más que yo la gracia de Dios. Siempre hay alguien que incluso estando mal es capaz de ocuparse de otros. Si nos paramos así frente a la vida, nos transformaremos –como dije tantas veces– en «camilleros» de los demás, como fue el papá de Cristian para Cristian, fue camillero, como fue su hermana, como fui yo de alguna manera, acercando la Palabra, como lo es él también para otros hoy.
Así como alguien alguna vez fue el que llevó la camilla mía hacía Jesús, y me puso ante él, y Jesús me perdonó y me curó; así también podés hacer vos con otros. No renunciamos a este vocación de acercar a otros a Jesús. No nos vamos a arrepentir. Es verdad, a veces experimentamos sin sabores, pero Jesús transforma, salva, perdona. Todos podemos vivir así, siendo camilleros de los demás o dejando que también otros nos lleven hacia él.
¡Qué lindo que es escuchar la Palabra de Dios y dejarse transformar, dejarse curar y sanar, dejarse perdonar!