• www.algodelevangelio.org
  • hola@algodelevangelio.org

II Lunes de Adviento

Un día, mientras Jesús enseñaba, había entre los presentes algunos fariseos y doctores de la Ley, llegados de todas las regiones de Galilea, de Judea y de Jerusalén. La fuerza del Señor le daba poder para curar. Llegaron entonces unas personas transportando a un paralítico sobre una camilla y buscaban el modo de entrar, para llevarlo ante Jesús. Como no sabían por dónde introducirlo a causa de la multitud, subieron a la terraza y, desde el techo, lo bajaron con su camilla en medio de la concurrencia y lo pusieron delante de Jesús.

Al ver su fe, Jesús le dijo: «Hombre, tus pecados te son perdonados.»

Los escribas y los fariseos comenzaron a preguntarse: « ¿Quién es este que blasfema? ¿Quién puede perdonar los pecados, sino sólo Dios?» Pero Jesús, conociendo sus pensamientos, les dijo: « ¿Qué es lo que están pensando? ¿Qué es más fácil decir: “Tus pecados están perdonados”, o “Levántate y camina”? Para que ustedes sepan que el Hijo del hombre tiene sobre la tierra el poder de perdonar los pecados -dijo al paralítico- yo te lo mando, levántate, toma tu camilla y vuelve a tu casa.»

Inmediatamente se levantó a la vista de todos, tomó su camilla y se fue a su casa alabando a Dios. Todos quedaron llenos de asombro y glorificaban a Dios, diciendo con gran temor: «Hoy hemos visto cosas maravillosas.»

Palabra del Señor

Comentario

¡Cómo cuesta a veces empezar un lunes! ¡Y mucho más a fin de año, donde todo se hace un poco más cuesta arriba! Pero no importa, no hay que quejarse. Estamos camino a la Navidad. Tiempo de Adviento: tiempo de esperanza. Segunda semana: Ya habiendo despertado un poquito o queriendo despertarnos de a poquito del letargo en el que vivimos, como decíamos la primera semana, y ahora con deseos de convertirnos, cambiar un poco, dejarnos transformar por el «Dios bebé», que debe nacer cada día en nuestro corazón. Tiempo de esperanza, con cansancio, pero de esperanza; de esperanza cristiana, de esperanza de la «buena». No de esperanzas engañadoras, de esperanzas que se basan en promesas mundanas, que pueden ser muy lindas y atractivas, pero pasajeras. Nuestra esperanza es la que se funda en un hecho concreto y una persona real, Jesús, y la esperanza que nos promete es algo también muy real, la Vida eterna.

¿Andamos por este camino? ¿Qué estamos esperando? ¿Qué estás esperando? ¿Estamos esperando las vacaciones, el terminar con todo? ¿Qué estamos esperando? No está mal esperar estas cosas, de eso también vivimos; es sano. Pero al mismo tiempo nuestras esperanzas chiquitas deben ayudarnos a encontrar la esperanza más grande, la que nadie nos puede quitar, la que nos hace «esperar contra toda esperanza». «Dime qué esperas y diré que desea tu corazón», podríamos decir. Sería bueno que esta semana nos pongamos el «termómetro de la fe», el «termómetro de la esperanza», para ver qué grado de temperatura marca, para ver qué estamos esperando.

Jesús puede hacer nuevo lo que parece imposible. Él puede sacarnos de la «parálisis» del corazón endurecido, apagado, aburrido, pesimista, incrédulo, calculador, egoísta, desesperanzado. Él vino a eso, a ayudarnos a cambiar, a convertirnos en hombres nuevos, a darnos un corazón de carne, que ame pero que también sufra al amar, cada día; que se entregue, no mañana, no otro día, sino hoy, en este lunes, en este día. No dejemos de amar hoy pensando que amaremos mañana. Mañana no sabemos qué pasará.

Algo del Evangelio de hoy nos muestra que Jesús tiene el poder y la posibilidad de curar, sanar y salvar. Y para mostrar que su salvación se dirige fundamentalmente al corazón herido del hombre, de cada uno de nosotros, al corazón que quedó dañado para siempre a raíz de la desobediencia de nuestros primeros padres, hace este milagro tan maravilloso. En un principio, sana al paralítico de su enfermedad interior, le perdona los pecados para que viva en paz, para que se sienta aliviado por el perdón que lo liberó. Pero por la cerrazón de los que ven y no creen, de los que ven lo que quieren ver, finalmente permite y da la orden de que el paralítico pueda irse caminando y en paz (las dos cosas). ¿Qué más podía pretender ese hombre? Su alma en paz y su cuerpo en movimiento, lo que todos deseamos cada día.

Algo lindo también de hoy es que la fe de los que llevan la camilla conmueve a Jesús. La fe de los que son capaces de «romper un techo» con tal de poner al enfermo enfrente de Jesús para que sane al paralítico. La fe de los que no se dejan vencer por obstáculos que se interponen en el camino para llegar a Dios. Otra vez, en la Palabra, aparece la fe de los que no buscan su propio interés, sino el interés del que sufre más. Siempre hay alguien que sufre más que nosotros. Siempre hay alguien que necesita más que yo. Siempre hay alguien que incluso estando mal es capaz de ocuparse de otros. Si nos paramos así frente a la vida, nos transformaremos en «camilleros» de los demás. ¡Qué lindo!

Así como alguien alguna vez fue el que llevó la camilla hacía Jesús –donde yo estaba–, y me llevó ante él, y Jesús me perdonó y me curó. De la misma manera nosotros podemos hacer lo mismo con los que andan así por la vida, con culpa y paralíticos. ¡Qué linda vocación la de ser camillero! Cristianos camilleros, hermanos camilleros. Cristianos que no estén sentados esperando que Jesús pase, sino cristianos que carguen a los heridos del camino y hagan algo por los demás.

Cristianos que jamás sigamos de largo cuando veamos a alguien tirado en la vida, en la calle, en la familia, en el trabajo. Jesús vino para eso. Está para eso. Vino a perdonar y sanar, pero necesita que nos transformemos en «hermanos camilleros» y que llevemos a los pies de él a los que ni siquiera tienen fuerza para acercarse. Todos podemos vivir así, hagamos el esfuerzo y vas a ver que te quedarás «maravillado de la obra de Dios» en el corazón de los otros.