«Les aseguro que no ha nacido ningún hombre más grande que Juan el Bautista; y sin embargo, el más pequeño en el Reino de los Cielos es más grande que él.
Desde la época de Juan el Bautista hasta ahora, el Reino de los Cielos es combatido violentamente, y los violentos intentan arrebatarlo. Porque todos los Profetas, lo mismo que la Ley, han profetizado hasta Juan. Y si ustedes quieren creerme, él es aquel Elías que debe volver.
¡El que tenga oídos, que oiga!»
Palabra del Señor
Comentario
Es difícil mantener el corazón alerta las 24 horas del día, y alerta, fundamentalmente a lo que no se ve, a lo que no podemos experimentar fácilmente con nuestros sentidos. Por eso en la Iglesia vivimos, por decir así, rodeados de signos, de acontecimientos, de realidades materiales, realidades humanas que nos ayudan a experimentar las realidades espirituales, invisibles. ¿Cómo es posible comunicarnos con Dios si no es a través de lo que somos, o sea de nuestra humanidad? Todo lo humano es vehículo para reconocer al “hacedor” de todo, al que nos sostiene, al que nos ama, nos piensa y nos abraza a cada instante. Es extraño a veces como, en nuestra relación con Dios, pretendemos ser “ángeles” y nos olvidamos que somos humanos. O sea, queremos amar a Dios, hablar con Él, comprenderlo, reconocerlo, casi “virtualmente”, por decir así. Es como pretender enamorarse de alguien; sin mirarse, sin oírse, sin escribirse, sin abrazarse, sin tener gestos sensibles hacia esa persona… ¿Se te ocurrió alguna vez eso? Imposible llegar a un amor real, sin una comunicación real con el otro.
Todo lo que nos rodea interpretado con los “ojos” de Dios, o mejor dicho como si fueran sus ojos es importante, por más pequeño que sea o parezca. En todos lados, en todo momento podemos encontrarnos, comunicarnos con nuestro creador, con Jesús, con el Espíritu Santo.
Desde que Dios se hizo hombre, todo se transformó, desde adentro, aunque no lo parezca. Eso nos quiere enseñar Algo del Evangelio de hoy. El hecho de que Dios “haya pisado la tierra” no tiene comparación a, por ejemplo, que el hombre “haya pisado la luna”. Te estarás riendo, pero es una imagen que nos sirve.
Jesús no bajó del cielo volando y empezó a vivir con nosotros de un día para el otro. Dios se hizo hombre, se hizo uno de nosotros, tal cual somos y empezó a llamarse Jesús desde que nació, aunque como Hijo de Dios existió desde siempre. No se disfrazó de hombre o vino a la tierra a visitarnos por un rato para hacerse cercano y parecer bueno, como hizo el hombre al pisar la luna. Dios no vino a la tierra a tocarla e irse, como hizo el hombre al viajar a la luna. Jesús tampoco fue un hombre cualquiera que de golpe fue invadido por el Espíritu Santo y empezó a hacer milagros y tener poderes de Dios, sino que, desde que fue concebido, fue Dios y hombre, hombre y Dios, no un poco de cada cosa, o medio mezclado formando algo nuevo, sino todo Dios y todo hombre.
No quiero complicarte la vida. Pero es bueno pensar en esto. La historia de la Iglesia, e incluso hoy, está plagada de herejías, que no son otra cosa que una “falsa comprensión” de la verdad, o una expresión desviada del misterio de Dios, muchas veces con deseos de hacer el bien. Como, por ejemplo, hacerlo más accesible a todos, que todos lo comprendan. Porque no es fácil comprender y aceptar; que Dios haya sido engendrado en el vientre de una mujer tan humilde como María, sin intervención de un hombre, que haya nacido como cualquiera de nosotros, que haya crecido, que se haya desarrollado, que haya vivido como uno más sin dejar de ser lo que era. No es sencillo, nuestra razón se resiste ante tanta sencillez, a tanta omnipotencia “abandonada” a lo normal y cotidiano de la vida de los hombres. Es un poco incómodo de pensar. De ahí surgen las desviaciones, o las dificultades en asimilar la verdad que después se terminan transformando en herejías, o en errores, tanto en la teoría, como en la práctica. No quiero aburrirte con esto, pero creo que nos ayuda, tiene que ver, aunque no lo parezca.
Hoy parece difícil de entender que Jesús diga que “no ha nacido ningún hombre más grande que Juan el Bautista; y, sin embargo, el más pequeño en el Reino de los Cielos es más grande que él.” ¿Cómo se explica esto? ¿Juan el Bautista es el más grande o no? ¿A qué grandeza se refiere? ¿Cómo mide Dios, si se puede decir así, la grandeza? Toda la historia de la humanidad se dirige hacia Jesús, confluye en Él. Todo tiene sentido en Él y por Él. Por eso los profetas anunciaron su venida, por eso Juan Bautista fue el precursor, nació solo para eso, para anticipar su venida y preparar el camino. Todo esto es importante, todo lo anterior a Jesús es importante… pero nada supera a creer que Dios vino a vivir entre nosotros y a darnos algo que antes no teníamos. La vida divina en nuestras almas, la vida eterna que habíamos perdido por culpa de la desobediencia de los primeros hombres y que sigue alimentándose de las nuestras, de las cotidianas. Por eso el más pequeño del Reino de los Cielos, del reino que se inauguró en la tierra con el nacimiento de Jesús, es más grande que Juan Bautista. Porque nada puede superar a la fuerza de salvación que se derramó en este mundo por medio de Jesús y del Espíritu Santo enviado después de su vuelta a los cielos. Vos y yo, tenemos algo que Juan no tenía, el Espíritu Santo… así lo dice San Pablo: “Y la esperanza no quedará defraudada, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo, que nos ha sido dado.” El que vive y experimenta este misterio, no tiene nada que envidiar al hombre más grande nacido de mujer, Juan Bautista, ni a los que vivieron junto a Jesús. Porque Dios habita en su corazón, porque Dios actúa en su corazón y su Espíritu hace presente a cada instante su amor en todos lados.
Vos y yo somos grandes, no por lo que hicimos, sino por lo que recibimos. ¡Qué maravilla! ¡Cuánto para agradecer! Gracias Jesús por darnos tu Espíritu y hacernos grandes, aunque seamos pequeños. ¿Ahora entendés cuál es la grandeza que mide o que le interesa a Dios?