Jesús salió nuevamente a la orilla del mar; toda la gente acudía allí, y él les enseñaba. Al pasar vio a Leví, hijo de Alfeo, sentado a la mesa de recaudación de impuestos, y le dijo: «Sígueme.» El se levantó y lo siguió.
Mientras Jesús estaba comiendo en su casa, muchos publicanos y pecadores se sentaron a comer con él y sus discípulos; porque eran muchos los que lo seguían. Los escribas del grupo de los fariseos, al ver que comía con pecadores y publicanos, decían a los discípulos: «¿Por qué come con publicanos y pecadores?»
Jesús, que había oído, les dijo: «No son los sanos los que tienen necesidad del médico, sino los enfermos. Yo no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores.»
Palabra del Señor
Comentario
«No son los sanos los que tienen necesidad del médico, sino los enfermos. Yo no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores». Buen sábado. Espero que empieces un lindo sábado, un sábado en el que también vos y yo podemos volver a escuchar la Palabra de Dios. Podemos volver a escuchar el mensaje de salvación que Jesús nos quiere dar a cada uno de nosotros, a esta humanidad herida, a esta humanidad enferma, de la que vos y yo también participamos. Por eso, qué lindo es empezar este sábado escuchando una vez más esta frase, que nos tiene que calar en el corazón, nos tiene que llenar de gozo y de esperanza: «No son los sanos los que tienen necesidad del médico, sino los enfermos». Vos y yo, ¿cuándo vamos al médico? ¿Cuándo acudimos a aquel que creemos que nos puede sanar? Cuando estamos enfermos claramente. Y de hecho, muchas veces por ahí nos arrepentimos de no haber ido antes al médico cuando nos sentíamos bien, para hacernos un chequeo, para ver si estábamos sanos, y a veces la enfermedad avanzó. Pero finalmente lo claro es esto, que vamos al médico, tarde o temprano, cuando estamos enfermos.
Bueno, qué bueno es volver a escuchar que Jesús vino para sanar las enfermedades de nuestras almas, de nuestros corazones, que están heridas por el pecado, que están heridas porque hemos nacido fallados de fábrica. Somos productos que hemos venido con alguna falla en el corazón. Nos cuesta amar, nos cuesta inclinarnos hacía el bien cada momento, cada día, en cada instante. Y por eso es una lucha interior constante, para liberarnos definitivamente de aquello que nos ata, de aquello que no nos deja ser lo que Dios soñó para nosotros. Por eso, Algo del Evangelio de hoy, una vez más, siempre es una buena noticia.
Algo del Evangelio de hoy nos muestra que Jesús salió nuevamente a la orilla del mar. Toda una imagen de lo que hace su presencia en este mundo, en este mundo que es como el mar: una gran inmensidad, una gran masa de agua, llena de dificultades, llena de misterios, de situaciones que a veces no nos dejan estar en paz. Bueno, Jesús se acercó a la orilla del mar, de tu vida y de la mía. Jesús se acercó a la orilla del mar de la humanidad. Por eso toda la gente acudía allí y él les enseñaba. Así es Jesús. Vino fundamentalmente a que podamos escucharlo, que podamos aprender de lo que él nos quiere decir, que podamos aprender a amar, que veamos realmente cómo se es Hijo de Dios, cómo se vive para ser Hijo de Dios.
Nosotros, vos y yo, no siempre nos equivocamos porque somos malos; no siempre tomamos caminos errados porque queremos tener mala intención o queremos hacer el mal a los demás, sino que muchas veces erramos el camino por necios, por no saber escuchar, por creernos que nuestro camino era el mejor, por confiar excesivamente en nuestra inteligencia, en nuestro modo de pensar. Y por eso, qué bueno es volver a escuchar que Jesús nos enseña ahora, a vos y a mí, mientras estamos escuchando su Palabra, y cada día nos enseña. Cuántas son las personas que escriben Algo del Evangelio para decir: «Padre, ahora veo las cosas de otra manera. La Palabra de Dios me abrió el corazón y me abrió la mente. Ahora pienso de otra manera». Bueno, a eso tenemos que tender, tenemos que animarnos a seguir aprendiendo, cada día más. No bajes los brazos, no pienses que ya está, no te creas que ya sabes todo. Una vez más tenemos que volver a decirle al Señor: «Enseñá, seguí hablándome al corazón. Lo necesito porque mi corazón se desvía fácilmente».
Otra cosa linda del Evangelio de hoy es que Jesús en medio de esa multitud llamó a Leví, vio pasar a Leví. Nos ve pasar, a vos y a mí, en medio de la multitud, pero nos llama personalmente, nos llama al corazón, nos grita al corazón y nos dice: «Seguime, dejá eso que estás haciendo. Dejá de meterte tanto en las cosas de este mundo que te aturden y no te dejan vivir en paz. Seguime, no me importa lo que hayas hecho, no me importa tu pasado.
Yo te quiero hacer santo, yo quiero que me sigas para que realmente puedas hacer algo importante en esta vida; y no importante para este mundo, sino importante para mí».
Vos y yo también somos Leví. Vos y yo también a veces estamos en la mesa de recaudación de impuestos buscando nuestra propia voluntad, nuestro propio interés, buscando ser alguien para los demás, buscando llenarnos de cosas. Por eso, dejemos todo hoy y sigámoslo, como hizo Leví, que se levantó y lo siguió. Y junto con él, arrastró a otros enfermos, porque Leví, vos y yo también estamos enfermos, enfermos de nuestras propias búsquedas, de nuestros proyectos que nos atan, de nuestros pensamientos, de nuestros pecados, de nuestras debilidades. Y por eso, cuando los demás ven que nosotros podemos cambiar, bueno, finalmente los demás también se animan a cambiar. Y por eso lo criticaban a Jesús y por eso lo seguirán criticando, porque él sigue haciendo lo mismo, sigue llamándonos, sigue sanando a los enfermos –que somos vos y yo–, sigue siendo el médico de nuestra vida. ¡Qué buena noticia! ¡Qué gracia tan grande hemos recibido!
No desaprovechemos esta llamada, y una vez más dejemos lo que estamos haciendo y sigamos a Jesús, que es lo mejor que nos puede pasar en esta vida.