Jesús fue con Santiago y Juan a casa de Simón y Andrés. La suegra de Simón estaba en cama con fiebre, y se lo dijeron de inmediato. Él se acercó, la tomó de la mano y la hizo levantar. Entonces ella no tuvo más fiebre y se puso a servirlos.
Al atardecer, después de ponerse el sol, le llevaron a todos los enfermos y endemoniados, y la ciudad entera se reunió delante de la puerta. Jesús sanó a muchos enfermos, que sufrían de diversos males, y expulsó a muchos demonios; pero a estos no los dejaba hablar, porque sabían quién era Él.
Por la mañana, antes que amaneciera, Jesús se levantó, salió y fue a un lugar desierto; allí estuvo orando. Simón salió a buscarlo con sus compañeros, y cuando lo encontraron, le dijeron: «Todos te andan buscando».
Él les respondió: «Vayamos a otra parte, a predicar también en las poblaciones vecinas, porque para eso he salido». Y fue predicando en las sinagogas de toda la Galilea y expulsando demonios.
Palabra del Señor
Comentario
No se cambia de un día para el otro, hay que reconocerlo. Por más que queramos, por más «poderosos» que nos creamos, a veces no podemos cambiar como quisiéramos. Los grandes hombres de la historia, los santos, fueron «poderosos» porque en realidad se dejaron transformar y cambiar desde adentro por el poder de Jesús. Ese es el verdadero poder. Todo lo demás, todo lo que nos propone este mundo como seducción, es un poder barnizado –que brilla por fuera pero que no tiene nada dentro–, poder que termina destruyendo, incluso podríamos decir que hasta nos puede dejar vacíos.
No se cambia automáticamente, no se cambia por decreto, ni se cambia únicamente por una decisión personal. Cambiar es también una gracia que debemos pedir todos los días. Ni voluntarismo que se cree poderoso, ni gracia pura sin nuestra libertad, sino que es gracia unida a nuestra decisión, gracia que impulsa nuestras decisiones y las acompaña. Por eso Jesús es más poderoso que nosotros, porque Él logra lo que en realidad nosotros no podemos lograr con nuestras fuerzas y lo logra con la fuerza que le viene del amor. El verdadero poder de Jesús, que se puso de manifiesto en su bautismo, es su humildad, y su humildad está arraigada en su sentirse amado por su Padre, predilecto. El verdadero poder, que va a contramano de todos los poderes de este mundo, es la humildad. Solo el humilde es poderoso verdaderamente, solo el humilde puede cambiar desde lo más profundo del corazón.
La Palabra de Dios es una de las herramientas que nos dejó Jesús para ir transformando nuestro corazón, para ir aprendiendo a ser humildes. Todas las palabras de Jesús que necesitamos para vivir según sus enseñanzas, todas las palabras y gestos que necesitamos para conocerlo, quedaron para siempre en los evangelios. No tenemos que buscar nada más. Por más que haya cosas buenas dando vueltas, por ahí nos sirvan, en realidad no necesitamos más que su Palabra. Obviamente, vuelvo a decir que no está mal dejarse ayudar por otros textos, libros, por autores, por diferentes espiritualidades, pero si falta la Palabra de Dios, te diría que falta lo más grande e importante.
En Algo del Evangelio de hoy escuchamos, por decirlo de alguna manera, una síntesis de un día de la vida de Jesús. Bastante movidito diríamos, con un poco de todo. Pero me quería detener hoy en una frase muy significativa de Simón, cuando lo encuentra a Jesús que se había ido a orar bien temprano: «Todos te andan buscando». Antes de pensar la respuesta real que dio Jesús, ¿qué hubieses esperado que responda?, me animo a preguntarte. Por ahí algo lógico que podríamos imaginar es que Jesús haya dicho: «Bueno, ahí voy, que me esperen». Como queriendo complacer la necesidad de tanta gente. Algo que nos encantaría. Sin embargo, Jesús no toma ese reclamo, sino que contesta otra cosa totalmente distinta: «Vayamos a otra parte, a predicar también a las poblaciones vecinas, porque para eso he salido».
Nada que ver diríamos nosotros. Lo buscan por una cosa y Él se termina yendo para otro lado. Ahora, una linda pregunta que podríamos hacernos es: ¿Para qué buscaban a Jesús en realidad? ¿Qué querían de Él? Evidentemente, si su «fama se había extendido por toda la región» por los exorcismos que hacía, las curaciones, seguramente la gente necesitaba y buscaba ser sanada, curada, liberada. Pero lo curioso y para cuestionarnos es que Jesús no parece tomar mucho este pedido, no parece tener mucho en cuenta estas necesidades, o por lo menos las pone en segundo plano. No quiere que los demonios digan quién es y no atiende los reclamos de todos los que lo buscan para ser curados. En realidad, Jesús fundamentalmente quiere que lo escuchen, quiere predicar: «Vayamos a otra parte, a predicar». Enseñaba y enseña de una manera nueva, de corazón y viviendo todo lo que enseñaba.
El evangelio de hoy se hace carne también de esta manera, con sus luces y sombras.
¿Para qué buscamos a Jesús? ¿Para escucharlo o para pedirle cosas que tienen que ver con nuestras necesidades básicas, trabajo, salud, progreso? Muchos andan buscando a Jesús, pero no muchos son los que lo buscan por un amor verdadero y para poder amarlo. ¿Vos y yo para qué lo buscamos? ¿Qué pretendemos de Él?
Mucha gente que no está cerca de la Iglesia me sorprende con actitudes muy del evangelio, con más profundidad de la que tenemos a veces los que estamos cerca. Muchas veces la gente que más lejana parece estar de la Iglesia-institución, de los sacramentos, y que en realidad más dolorida anda por la vida, pueden ser las personas que más nos ayuden a descubrir las verdaderas motivaciones por las cuales nos acercamos a Jesús. Los que se acercan poco cuando se acercan, pueden acercarse incluso mejor que nosotros, con intenciones más puras. ¿Qué necesitamos de Jesús? ¿No será que Él también necesita de nuestro amor, que en el fondo se juega mucho por la escucha, por nuestra capacidad de atender lo que Él nos dice? Para rezar y pensar: eso te propongo que hagamos hoy juntos.