Cuando oren, no hablen mucho, como hacen los paganos: ellos creen que por mucho hablar serán escuchados. No hagan como ellos, porque el Padre que está en el cielo sabe bien qué es lo que les hace falta, antes de que se lo pidan.
Ustedes oren de esta manera: Padre nuestro, que estás en el cielo, santificado sea tu Nombre, que venga tu Reino, que se haga tu voluntad en la tierra como en el cielo.
Danos hoy nuestro pan de cada día. Perdona nuestras ofensas, como nosotros perdonamos a los que nos han ofendido. No nos dejes caer en la tentación, sino líbranos del mal.
Si perdonan sus faltas a los demás, el Padre que está en el cielo también los perdonará a ustedes. Pero si no perdonan a los demás, tampoco el Padre los perdonará a ustedes.
Palabra del Señor
Comentario
Las pruebas que nos tocan vivir en la vida son causa de victorias o derrotas, pero hay que decir que son inevitables. Como decíamos el domingo, el mismo Jesús tuvo que pasarlas, hasta el final de su vida, hasta la cruz. Vivir, venir a este mundo para él fue una gran prueba, y además el demonio se encargó de tentarlo, de probarlo muchas veces. El tema de las tentaciones es muy interesante, no porque sean lindas, sino porque conocer el modo en el que somos tentados, el mecanismo de la tentación nos ayuda a crecer muchísimo, nos enseña a estar más atentos, más conectados, como se dice, con nosotros mismos y eso, a la larga, nos asegura más victorias, de las pequeñas y de las grandes. Veíamos que a Jesús el demonio no lo tentó con pequeñeces, con pecaditos, sino que lo tentó siempre bajo apariencia de bien, proponiéndole caminos atractivos y alternativos a los que su Padre le pedía. Por eso las tres tentaciones de Jesús en el desierto, después de sentir hambre, son escuela de aprendizaje para los que también queremos vivir en esta vida desde la fe, siendo Hijo de Dios. Son también aprendizaje para las tentaciones que nos tocan vivir a nosotros y, de algún modo, podríamos decir que esas tentaciones, esas pruebas son «madre», y otras tantas que vivimos a diario y que casi ni percibimos. Sobre esto seguiremos profundizando en estos días.
No olvidemos que una de las recomendaciones especiales para esta Cuaresma es la oración. Ahora, una pregunta clave, la pregunta que muchas veces nos hacemos todos y que es motivo de muchas consultas a los sacerdotes, es…: ¿Cómo rezo? ¿Cómo hago para rezar bien?
Un santo dice esto que me pareció muy bueno compartirlo, dice así: «¿Qué otra oración en Espíritu puede haber fuera de la que nos fue dada por Cristo, el mismo que nos envió el Espíritu Santo? ¿Qué otra plegaria puede haber que sea en verdad ante el Padre, sino la pronunciada por boca del Hijo, que es la misma verdad? Hasta tal punto que orar de manera distinta de la que él nos enseñó, no solo es ignorancia, sino también culpa, ya que él mismo dijo: “Anulan el mandamiento de Dios por seguir sus tradiciones”».
Alguna vez, comentando otro Evangelio hablamos sobre el tema de cambiar el mandamiento de Dios por tradiciones humanas, que sin querer podemos ir tapando el sol con las nubes o haciendo de las nubes algo esencial cuando no lo son. Creo que con la oración nos puede pasar lo mismo. El camino tiene que ir siendo el de la simplicidad y no el de la complicación. A veces, sin querer, vamos complicando las cosas con muchísimas oraciones que se fueron haciendo a lo largo del tiempo y son muy buenas, pero que nos van tapando el sol de la oración, que es el Padrenuestro. ¿Cuántos cristianos, cuántos católicos se la pasan recitando oraciones, pero finalmente no saben ir a la profundidad de lo que es la oración? Pensemos que inconscientemente nos pasa esto que Jesús advierte en Algo del Evangelio de hoy, creemos que por hablar mucho en la oración será mejor, creemos que por rezar más tiempo estamos rezando mejor y eso no es así siempre, no es lo que Jesús dice. Es más, a veces nos controlamos el tiempo para rezar, como si fuera una cuestión de tiempo, como si el amor fuera una cuestión solo de tiempo.
Es verdad que muchas veces estar mucho tiempo le da calidad a la oración, pero también es verdad que a veces puede haber mucha calidad de oración con poco tiempo. No son contrapuestas, pueden ir de la mano. En su esencia, rezar es hablar con nuestro Padre, es escucharlo, es dialogar. Tan simple y complicado como eso. Por eso Jesús nos enseñó a no complicarnos, enseñó la simplicidad del Padrenuestro, en donde aprendemos a pedir lo esencial y además a pedirlo en el orden que corresponde, porque no solo es bueno aprender a decir buenas cosas, sino que además hay que decirlas como hay que decirlas. Con el Padrenuestro tenemos asegurado todo esto, porque son las palabras del Hijo enseñadas a los hijos pequeños, que somos nosotros.
Volvamos a rezar hoy la oración «madre» de todas las oraciones que muchas veces fuimos olvidando o repitiendo, volvamos a levantar la cabeza y el corazón al cielo y a pensar en todo lo que queremos decirle al Padre del Cielo, pero al mismo tiempo confiando en que él sabe mejor todo lo que necesitamos. Digamos: Padre, Padre nuestro, Padre de todos, que estás en el Cielo, en todos lados, en los corazones y en donde menos pensamos. Queremos que tu nombre sea conocido, santificado, amado, queremos que tu Reino, tu amor, llegue a todos, que todos reconozcan tu voluntad y la cumplan, especialmente los cristianos que decimos amarte. Necesitamos el perdón de los demás, necesitamos aprender a perdonar de corazón, porque no podemos vivir sin perdón. Ayudanos a vivir así, por favor. Queremos el Pan de cada día, tu Palabra que nos alimenta, el Cuerpo y la Sangre de tu Hijo, y el pan para nuestra mesa. Por favor, no nos dejes caer en la tentación, no dejes que nos venza, no dejes que nos olvidemos que somos hijos muy amados, no dejes que el maligno nos aparte de tu amor, de tu corazón de Padre. Todo esto y de todo lo que no nos damos cuenta, te lo pedimos por tu Hijo Jesucristo, nuestro Señor que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén.