Después que Juan fue arrestado, Jesús se dirigió a Galilea. Allí proclamaba la Buena Noticia de Dios, diciendo: «El tiempo se ha cumplido: el Reino de Dios está cerca. Conviértanse y crean en la Buena Noticia».
Mientras iba por la orilla del mar de Galilea, vio a Simón y a su hermano Andrés, que echaban las redes en el agua, porque eran pescadores. Jesús les dijo: «Síganme, y Yo los haré pescadores de hombres». Inmediatamente, ellos dejaron sus redes y lo siguieron.
Y avanzando un poco, vio a Santiago, hijo de Zebedeo, y a su hermano Juan, que estaban también en su barca arreglando las redes. En seguida los llamó, y ellos, dejando en la barca a su padre Zebedeo con los jornaleros, lo siguieron.
Palabra del Señor
Comentario
Buen día. Espero que empieces una linda semana escuchando más a Jesús, todos juntos escuchando más su Palabra, cada uno desde su lugar, cada uno desde su situación, desde su vocación. Eso en este momento no importa tanto, lo importante es que todos escuchemos cada día la Palabra de Dios, y escuchándolo a él podamos conocerlo y amarlo más, y amándolo más colaboremos un poco, cada uno desde su aporte, desde su lugar a hacer de este mundo algo mejor –con más caridad, con más paz–.
Como decíamos ayer, empezamos un tiempo distinto. También un tiempo distinto en el que nos acompañará otro evangelio durante la semana, de lunes a sábado, y también los domingos, salvo en algunas excepciones. Empezamos hoy a leer y escuchar el evangelio de Marcos.
Y las primeras palabras de Jesús son estas: «El tiempo se ha cumplido: el Reino de Dios está cerca. Conviértanse y crean en la Buena Noticia». «Conviértanse» en realidad viene de una palabra griega que se dice «metanoia» que significa «cambio de mentalidad». Jesús nos invita al cambio, a un cambio profundo y no a un cambio por fuera, a hacernos como se dice acá «chapa y pintura», o sea, algo exterior. Hay que cambiar de mentalidad, de corazón para reconocer el Reino de Dios que está muy cerca, que está entre nosotros. Hay que cambiar el corazón y la mente para reconocer la humildad de un niño nacido en un pesebre bien pobre. Hay que cambiar la manera de pensar sobre cómo es Dios y cómo lo esperamos ver; a veces para darnos cuenta de que Dios es omnipotente, pero mucho más sencillo de lo que pensamos. No es solo un cambio moral, de nuestros comportamientos, –cosa que por supuesto es necesaria–, es también muy necesario cambiar nuestra forma de pensar sobre cómo miramos la realidad, la nuestra y la que nos rodea.
Entonces, podemos preguntarnos: ¿qué es primero: cambiar las actitudes o la mentalidad? Es difícil decirlo, casi como decir: ¿qué es primero: el huevo o la gallina? Pero lo que sí podemos decir es que «convertirse», para la Palabra de Dios, primero no significa ser bueno, portarse bien, ser perfecto y no equivocarse, como muchas veces nos enseñaron o aprendimos nosotros. Convertirse significa animarse a cambiar nuestras estructuras mentales que se transforman muchas veces en barreras, para que después justamente pueda penetrar el evangelio, para poder después aceptar los modos de ser de Dios, su manera de amar y de enseñarnos a amar. Porque Dios muchas veces termina siendo muy ilógico según nuestro modo de ver las cosas; o dicho de otra manera, la lógica de Jesús termina chocando con nuestra pobre lógica que muchas veces pretende ser la verdadera sin aceptar la de Dios.
Cambiar quiere decir aceptar antes que nada que la lógica de Dios, su modo de amar, muchas veces es ilógico para nosotros, y eso nos cuesta aceptarlo. Cambiar es lo más difícil de nuestra fe. Cambiar implica una gran violencia interior. Quiere decir que tenemos que doblegar muchas cosas que sin darnos cuenta nos dominan. Por ejemplo: podemos pasarnos la vida diciendo que creemos, que amamos a Jesús, que esto y que lo otro; pero cuando viene el dolor en nuestra vida, cuando nos toca la puerta el sufrimiento propio o ajeno, somos capaces de tirar todo por el balcón, porque no comprendemos que pueden pasar algunas cosas, porque pretendíamos algo distinto de Dios –y como si fuera incluso que Dios nos manda los sufrimientos–. A todos nos puede pasar. Por eso, aprovechemos hoy para pedir la fe verdadera, no la que a veces nos fabricamos nosotros sin querer. Nadie está exento de enojarse o de no comprender a Dios, es muy humano y a veces necesario para reconocer en serio qué significa creer, pero mientras tanto no esperemos que nos pase. Convertirse es cambiar, cambiar es difícil. Cambiar es salir de la comodidad para creer en un Dios que también cambió por nosotros.
Jesús nos llama, como a Pedro, Andrés, Santiago y Juan. Así aparece en Algo del Evangelio de hoy. Ellos se dejaron atrapar por lo distinto, por un Jesús que seguramente los cautivó.
Si no, no hubiesen dejado todo así nomás, tan rápido. Se dejaron convertir el corazón y creyeron. Después junto a él fueron aprendiendo y conociéndolo verdaderamente. No lo conocieron solo ese día, sino durante toda su vida. Nosotros podemos andar en la misma.
Pidamos saber cambiar para creer y creer para poder cambiar. Pidamos sentirnos llamados por Jesús que pasa por la orilla de nuestras vidas, nos ve trabajando, nos ve «estando en la nuestra»; y nos vuelve a decir: «Seguime». Animate a creer en un Dios que es distinto a lo que nosotros creemos. Animate a creer en un Dios que nos invita a veces a lo inesperado, a lo sorpresivo, a lo que nos conduce a lo desconocido, pero con una gran certeza; pero que finalmente nos dará la verdadera alegría, la verdadera luz que necesitamos en nuestras vidas.