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I Jueves durante el año

Se acercó a Jesús un leproso para pedirle ayuda y, cayendo de rodillas, le dijo: «Si quieres, puedes purificarme». Jesús, conmovido, extendió la mano y lo tocó, diciendo: «Lo quiero, queda purificado». En seguida la lepra desapareció y quedó purificado.

Jesús lo despidió, advirtiéndole severamente: «No le digas nada a nadie, pero ve a presentarte al sacerdote y entrega por tu purificación la ofrenda que ordenó Moisés, para que les sirva de testimonio».

Sin embargo, apenas se fue, empezó a proclamarlo a todo el mundo, divulgando lo sucedido, de tal manera que Jesús ya no podía entrar públicamente en ninguna ciudad, sino que debía quedarse afuera, en lugares desiertos. Y acudían a Él de todas partes.

Palabra del Señor

Comentario

Ser humilde es reconocer, como lo hizo Juan el Bautista, que hay alguien más poderoso que nosotros, es reconocer que el verdadero poder, en realidad, pasa por otro lado, y no por alimentar el ego que quiere dominarnos a cada instante de nuestras vidas, en cada decisión. Así lo experimentó Juan, el más humilde de los hombres, nacido de mujer, el más ubicado, el hombre que la tenía bien clara. El orgullo y la soberbia de la vida y de nuestro corazón nos hacen creer que cuanto más nos imponemos ante los demás, cuanto más aparentemente nos escuchan, cuanto más nos felicitan, cuanto más nos siguen, cuanto más nos dan la razón, más plenos y felices nos sentiremos. Sin embargo, todo eso son espejitos de colores, como se dice. Es puro engaño. Es tentación de la creatura más mentirosa y orgullosa que existe, el demonio. El verdadero poder está en poder cambiar uno mismo desde adentro con humildad.

¿Experimentaste alguna vez esa linda sensación de lograr cambiar algo importante en tu vida, de proponerte dejar algo y de lograrlo? Bueno, esa es la sensación que se siente cuando se vence al mal. Esa es la sensación que se siente cuando el verdadero poder triunfa en nosotros, poder cambiar desde adentro movidos por el amor y movidos por la gracia. Esa es la sensación que debemos buscar tener, pero, mejor dicho, no por tener en sí la sensación, sino por darnos cuenta que la verdadera batalla está en nuestro corazón, en, con el poder de Jesús, vencer el pecado que nos asedia siempre, vencer la debilidad que siempre nos quiere conducir a estar más atentos a nosotros mismos que a los demás. Cambiamos entonces en la medida que nos dejamos cambiar por otro, por el que tiene más poder.

¿Vos y yo creemos que tenemos algo para cambiar? ¿Vos y yo tenemos algo en lo que podemos volver a confiar para poder cambiar? Por mí parte, muchísimas cosas, y en eso estoy, en la lucha continúa de poder cambiar, de dejarme transformar por el Señor. Eso es lo que todos tenemos que buscar día a día, poder cambiar desde adentro, poder dejarnos abrazar por el Señor que nos quiere purificar, como a este leproso que se arrojó para pedirle ayuda y, cayendo de rodillas, le dijo: «Si quieres, puedes purificar me».

Algo del Evangelio de hoy nos relata esta maravillosa escena, este maravilloso encuentro de Jesús con este leproso que seguramente estaba destrozado por dentro, no solo por fuera; no solo porque la lepra lo tenía aislado de los demás, sino porque la lepra también lo aislaba de su creador, lo aislaba de lo religioso, lo aislaba del culto. Por eso no había peor enfermedad que la lepra, porque también, de algún modo, los aislaba de lo espiritual. Bueno, imaginémonos los sentimientos, el dolor de este hombre y por eso, seguramente, se arrojó con tanto deseo a los pies de Jesús, para pedirle ayuda. Jesús, conmovido, dice que «extendió la mano y lo tocó». Eso es lo que hoy el Señor quiere hacer con nosotros, con vos y conmigo, con tantas personas que, de algún modo, tenemos lepra en el corazón.

Tenemos esa enfermedad o enfermedades que nos aíslan de los demás, que hacen que nos mantengamos solos en muchas cosas, que no queramos mostrar lo que nos pasa, que no podamos perdonar al que nos ofendió, que no podamos dar un paso para reconciliarnos con tantas personas que a veces nos hemos distanciado. Bueno, la lepra finalmente es el pecado, que no hace otra cosa que aislarnos del creador y aislarnos de los hijos del creador, de nuestros hermanos, que finalmente Dios los puso en nuestro camino para que podamos acompañarnos y amarnos.

Señor, si quieres, puedes purificarme. Yo también quiero pedirte ayuda, caer de rodillas y dejar que te conmuevas ante mi dolor, ante la imposibilidad de cambiar. Extendé tu mano y tócame, Señor. Tócame para poder ser curado. Quiero en este día ser como ese leproso que supo arrojarse a tus pies y supo ser curado. Pero te lo pido así, como me sale, con humildad. Señor, si quieres. Yo por supuesto que quiero, pero te lo pido así porque a veces ni sé lo que quiero o digo lo que quiero pero finalmente no logro lo que quiero. Señor, purifícame y purifica a tantos que necesitan de tu amor y que los toques para que realmente puedan volver a vivir en paz consigo mismo y con los demás, y fundamentalmente con tu Padre.