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I Jueves de Cuaresma

Jesús dijo a sus discípulos:

«Pidan y se les dará; busquen y encontrarán; llamen y se les abrirá. Porque todo el que pide, recibe; el que busca, encuentra; y al que llama, se le abrirá.

¿Quién de ustedes, cuando su hijo le pide pan, le da una piedra? ¿O si le pide un pez, le da una serpiente? Si ustedes, que son malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, ¡cuánto más el Padre celestial dará cosas buenas a aquellos que se las pidan!

Todo lo que deseen que los demás hagan por ustedes, háganlo por ellos: en esto consiste la Ley y los Profetas.»

Palabra del Señor

Comentario

No hay peor tentación, peor prueba que la de sentirse solo, convencerse de que ese sentimiento finalmente es verdad y que no hay nadie en este mundo que nos quiera, ni siquiera Dios que es nuestro Padre. Sé que parece exagerado lo que estoy diciendo, sin embargo, es la tentación que nos propone siempre, de algún modo, el demonio, la que le planteó a Jesús, de una manera u otro, positiva o negativa. Decía así el Evangelio del domingo: «Una vez agotadas todas las formas de tentación, el demonio se alejó de él, hasta el momento oportuno». Quiere decir que hay varias formas de tentación, principalmente esas tres que aparecen en esa escena, y que cuando el demonio no puede, espera el momento oportuno para continuar su obra, para seguir adelante con su deseo de alejarnos del camino que el Padre nos propone. En las tres tentaciones, el demonio, intenta, de algún modo, que Jesús se sienta solo, ya sea para hacer «magia» convirtiendo las piedras en pan, haciendo la suya, solucionando los problemas solo, sin nadie; ya sea para que ante la posibilidad del poder y postrándose ante el demonio se sienta el amo y señor de todos los reinos del mundo, pero finalmente con la soledad del poder, desafiando la paternidad de Dios hacia él, pretendiendo que lo pruebe finalmente para que lo salve de una locura, tirándose desde gran altura. Nuestras malas decisiones surgen en definitiva desde el momento en el que nos creemos y nos pensamos solos, nos sentimos solos, nos imaginamos solos, nos soñamos solos, y eso en la realidad nunca es así, es puro engaño.

Pero vamos a Algo del Evangelio de hoy, imaginemos esta situación, que de golpe y casi como por un milagro todos nos pongamos de acuerdo de hacerle al otro, a los demás, todo lo que soñamos que nos hagan a nosotros. Se pueden dar muchas situaciones, pero resumiendo podríamos casi asegurar que entre todos nos haríamos el bien, porque en situaciones normales todos deseamos cosas buenas para nosotros mismos y por eso si le hacemos a los demás lo que deseamos que nos hagan a nosotros, casi que sería el mundo ideal. Ahora, para eso deberíamos aprender a reconocer nuestros deseos, a reconocer lo que nos pasa, y así animarnos a hacer lo mismo a los otros.

En general, criticamos de los demás, reprochamos a otros, cosas que deseamos o de lo que adolecemos. Dime qué críticas y te diré qué deseas, podríamos decir. Cuando criticamos mucho algo malo que alguien nos hizo, por contraste tenemos que descubrir que deseamos que nos hagan lo contrario, que deseamos que nos hagan el bien, por supuesto. Esto es obvio y es el alimento de nuestra alma porque todos queremos ser queridos y por eso andamos a veces mendigando amor y a veces criticando a los que no nos aman como quisiéramos. Ahora, hoy y siempre Jesús quiere librarnos de meternos en este callejón sin salida, de esa actitud circular que no logra otra cosa que encerrarnos en nosotros mismos y no nos deja crecer. Vivir añorando que todos nos hagan lo que nosotros deseamos y mientras tanto perdemos el tiempo y no aprovechamos para hacer lo mismo a los demás. Es una cuestión de sentido común. Si aprovecháramos ese tiempo que usamos en hablar de los otros para rezar y pensar en cómo hacer para hacer el bien, en cómo hacer para no devolver con la misma moneda, en cómo hacer e ingeniárnosla para no entrar en los juegos de venganzas que a veces nos atrapan… bueno, si hiciéramos eso, no solo seríamos mucho más felices que ahora, sino que haríamos más felices a los demás. La frase final del Evangelio de hoy es la regla de oro para ser un cristiano en serio, para vivir hacia los demás y no para nosotros mismos y también es la frase que nos ayuda a entender bien la primera parte del Evangelio. ¿Qué tenemos que pedir? ¿A quién tenemos que buscar y llamar? El peligro de interpretar mal estas palabras puede hacer que en vez de ser palabras de aliento y consuelo se puedan transformar en palabras de desazón y desconfianza.

Todo lo que le pedimos al Padre, ¿él nos lo tiene que dar? ¿Tan fácil puede ser? ¿A qué se refiere? Se refiere principalmente al final que venimos comentando. Pedirle al Padre sin desfallecer, sin cansarnos, esperando siempre que nos abrirá, lo que necesitamos para ser buenos hijos y por eso buenos hermanos. Pedirle todo aquello que nos ayude a hacerle a los demás lo que nos gusta que nos hagan.

Nuestro Padre del Cielo es el primer gran interesado en que entre todos seamos buenos hermanos y por eso nos enseña por medio de Jesús cómo se es buen hijo, qué tenemos que pedir, buscar y llamar. Pedir ser hijos en serio, pedir ser hermanos de todos, no cansarnos de buscar y llamar para que renazcan en nosotros los sentimientos de Jesús. El Padre jamás niega su Espíritu a quienes se lo piden y es su Espíritu el que nos hace hijos y hermanos.

Imaginemos esta situación hoy todos arrodillados, mirando al cielo, todos pidiendo como podamos y nos salga, la gracia y la fuerza para hacerle a alguien hoy lo que siempre deseamos que nos haga. Imaginemos que esto es posible y que el Padre del Cielo nos dará la fuerza, nos dará lo que necesitamos. Aprendamos a pedir lo esencial, lo necesario, lo que da vida. «Todo lo demás vendrá por añadidura».