• www.algodelevangelio.org
  • hola@algodelevangelio.org

I Jueves de Adviento

Jesús dijo a sus discípulos:

«No son los que me dicen: “Señor, Señor”, los que entrarán en el Reino de los Cielos, sino los que cumplen la voluntad de mi Padre que está en el cielo.

Así, todo el que escucha las palabras que acabo de decir y las pone en práctica, puede compararse a un hombre sensato que edificó su casa sobre roca. Cayeron las lluvias, se precipitaron los torrentes, soplaron los vientos y sacudieron la casa; pero esta no se derrumbó porque estaba construida sobre roca.

Al contrario, el que escucha mis palabras y no las practica, puede compararse a un hombre insensato, que edificó su casa sobre arena. Cayeron las lluvias, se precipitaron los torrentes, soplaron los vientos y sacudieron la casa: esta se derrumbó, y su ruina fue grande.»

Palabra del Señor

Comentario

Decíamos que el miedo es como una herida muy profunda y originaria de nuestro corazón, que se nos quedó como impregnada en el alma a causa del pecado original de esa primera desobediencia de nuestros primeros padres a Dios; que cuando Dios salió a buscarlos, seguramente con amor, ellos dijeron: «Teníamos miedo, por eso nos escondimos». En definitiva, a veces vivimos así, como escondidos de Dios. ¿Por qué si Dios es tan bueno y nos busca? ¿Por qué si el padre es misericordioso y nos quiere perdonar? ¿Por qué si Jesús vino al mundo a mostrarnos un rostro distinto de Dios? ¿Por qué nos cuesta tanto acercarnos a él? ¿Por qué a veces el hombre da tantas vueltas? ¿Por qué incluso cuando caemos y pecamos, no corremos hacia él, deseando ser abrazados por tanto amor? ¿Por qué no nos dejamos invadir por el Espíritu Santo, que, en definitiva, es el que nos quitará los miedos, el que nos lanzará a ser testigos de la fe?… ¿Por qué? ¡Y bueno! Porque tenemos miedo y a veces no sabemos dominarlo, no sabemos manejarlo, no sabemos vencerlo. En definitiva, no seremos cristianos plenamente felices y entregados al servicio de Dios si no perdemos ese miedo, si no aprendemos a sobrepasarlo, si no dejamos que Jesús nos diga el corazón: ¿Por qué tenés miedo? ¿Qué te pasa? ¿Por qué no sos todo lo que puede ser? Bueno, hoy te quiero decir a vos y también a mí: perdamos el miedo, amemos plenamente, seamos lo que él quiere, seamos felices entregándonos en lo que hacemos; venzamos las tristezas que nos adormecen, los excesos de este mundo que nos atormentan, las preocupaciones de la vida, que nos quitan tiempo, vamos hacia allá. ¿Te animás? Vamos a perder el miedo en esta Navidad que se acerca para abrazar al niño con amor y con ternura.

Algo del Evangelio de hoy es muy gráfico, muy sencillo y nos ayuda a comprender algo de lo que estamos hablando. El que construye su vida sobre la «arena» de sus decisiones, sobre los temores en definitiva, de sus proyectos, de sus ambiciones personales, también anclados en la «mirada» de los demás, en la cultura del tiempo, sobre la «mirada» propia de la vida; tarde o temprano terminará siendo esclavo de sí mismo. Tarde o temprano termina experimentando la fragilidad de todo lo de este mundo, de todo lo que construyó, porque nuestras esperanzas pasajeras finalmente son arena. No son malas por ahí, pero son arena en comparación con la esperanza de Jesús. Jesús es roca, es cimiento, es vida. Sus palabras son vida, son la única esperanza real de este mundo que muchas veces no sabe para dónde va. Es triste, pero el hilo de las decisiones más importantes que definen el destino de nuestras naciones, de nuestras ciudades están en manos de personas que pueden ser muy buenas –aunque es difícil encontrarlas–, pero que no están ancladas en la Palabra de Dios, claramente. Vos pensarás que estoy un poco loco, pero es real, hay que aceptarlo. ¿Qué gobernante de este mundo se plantea que sus decisiones tienen que estar construidas sobre la Palabra de Dios? Creo que nadie, o muy pocos. No gana ninguna elección el gobernante que en su plan de gobierno decide poner a Dios y su voluntad en primer lugar. ¡Es muy sencillo, lo votarían muy pocos!

Más allá de las políticas económicas y sociales que se pueden adoptar, cuando la roca en donde se asienta todo no es la verdad, no es la verdadera esperanza, algún día todo se derrumbará ante la primera crisis, ante el primer problema, ante los conflictos. La historia de la humanidad es testigo de esto. No hay que ser muy avispado para poder verlo. Todo se viene abajo, tarde o temprano, si no está construido sobre la roca.

En cambio, cuando día a día vos y yo nos planteamos y nos preguntamos: ¿qué haría Cristo en mi lugar?, ¿qué haría la Virgen en mi lugar?, todo va tomando otro color. Nuestra casa-corazón no será tan frágil como parece, no será tan movediza, es más firme, será más duradera porque ni la muerte podrá tirarla abajo.

Así lo decía maravillosamente san Pablo: «¿Quién podrá entonces separarnos del amor de Cristo? ¿Las tribulaciones, las angustias, la persecución, el hambre, la desnudez, los peligros, la espada? Pero en todo esto obtenemos una amplia victoria, gracias a aquel que nos amó. Porque tengo la certeza de que ni la muerte ni la vida, ni los ángeles ni los principados, ni lo presente ni lo futuro, ni los poderes espirituales, ni lo alto ni lo profundo, ni ninguna otra criatura podrá separarnos jamás del amor de Dios, manifestado en Cristo Jesús, nuestro Señor».

No importa lo que hacemos únicamente, sino que es también importante cómo lo hacemos, con qué intención y buscando qué cosa. Si tenemos la certeza de que Jesús es nuestra roca, nuestro todo, nuestro cimiento, nuestra esperanza; aquel a quien esperamos algún día abrazar mientras intentamos vivir sus palabras, mientras deseamos amar como él nos ama, ¿qué importa tanto todo lo demás? ¿Qué importa tanto que las cosas de acá no salgan como esperamos? Construyamos sobre roca, sobre Jesús, que es nuestra única esperanza.