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I Domingo de Adviento

Jesús dijo a sus discípulos:

«Habrá señales en el sol, en la luna y en las estrellas; y en la tierra, los pueblos serán presa de la angustia ante el rugido del mar y la violencia de las olas. Los hombres desfallecerán de miedo por lo que sobrevendrá al mundo, porque los astros se conmoverán. Entonces se verá al Hijo del hombre venir sobre una nube, lleno de poder y de gloria.

Cuando comience a suceder esto, tengan ánimo y levanten la cabeza, porque está por llegarles la liberación.»

Tengan cuidado de no dejarse aturdir por los excesos, la embriaguez y las preocupaciones de la vida, para que ese día no caiga de improviso sobre ustedes como una trampa, porque sobrevendrá a todos los hombres en toda la tierra.

Estén prevenidos y oren incesantemente, para quedar a salvo de todo lo que ha de ocurrir. Así podrán comparecer seguros ante del Hijo del hombre.»

Palabra del Señor

Comentario

Aturdidos por todos lados, muchas veces desde nuestro interior y muchas otras desde afuera, empezamos este domingo en toda la Iglesia el tiempo o momento, podríamos decir, de Adviento, tiempo en el que justamente intentaremos lentamente salir un poco del aturdimiento generalizado en el que vivimos, para poder percibir la presencia de Jesús en nuestras vidas. Porque él ya vino, porque él ya está y, además, él vendrá algún día lleno de poder y de gloria. ¡Qué esperanza, qué alegría saber que eso, algún día, va a suceder! Domingo a domingo, y también durante los días de la semana, iremos paso a paso dejándonos llevar por la Palabra de Dios que siempre nos enseña y que buscará que estemos vigilantes, que estemos atentos, que tengamos ánimo, que levantemos la cabeza para que podamos ver todo lo que nos perdemos por andar a veces aturdidos, por estar caminando con la cabeza gacha mientras lo mejor de la vida nos pasa por al lado y no nos damos cuenta.

Por eso no te olvides que es bueno armar en tu casa la corona de Adviento que simboliza esta preparación espiritual, que simboliza cómo la luz de Cristo, que está presente, quiere también ir encendiéndose en nuestros corazones para nacer otra vez en la Navidad que se acerca. Por eso no te olvides en estos días ir sacando el pesebre que tenés guardado, para armarlo con tus hijos, con tu familia, o si estás solo o sola, el ocho de diciembre, día de la Inmaculada Concepción.

Claramente Algo del Evangelio de hoy hace referencia a la segunda venida de Jesús, que incluso ya estuvimos meditando la semana anterior. Pero los consejos de nuestro Maestro, que da a sus discípulos sobre la actitud que debemos tener para que ese día no nos encuentre desprevenidos –nosotros diríamos en cualquiera cosa–, también son especiales para nosotros, para estos días previos a la Navidad, para estos tiempos que vivimos, para que no nos encuentre con el corazón en cualquier cosa, aferrado a mil actividades, a mil propósitos y regalos que tenemos que hacer y tantas cosas más.

Hoy me quedo con un consejo de Jesús: no dejarnos aturdir. Será porque también yo como sacerdote muchas veces ando aturdido. Nosotros, los que «trabajamos» para Dios, también muchas veces predicamos de lo que andamos necesitando. Todos andamos a veces medios «aturdidos» y creo que en este tiempo más que hacer muchas cosas, lo que deberíamos intentar hacer, valga la redundancia, es dejar de hacer tantas cosas. Como si fuera que está nublado y necesitamos ver el sol o que el sol nos dé más de su calor y lo que hace falta en realidad es que las nubes se corran y no tratar de inventar el sol. En estos días, creo que la propuesta es dejar cosas que nos aturden y no nos dejan escuchar, percibir, detectar que Jesús ya vino a nuestra vida, que está y que además puede venir en cualquier momento de una manera especial, nos puede sorprender. Pensemos en las miles de cosas que nos aturden, como dijimos al principio, desde dentro y desde afuera. Nos aturden nuestros propios pecados, egoísmos, individualismos, nuestra pereza, nuestra sensualidad y superficialidad, nuestras broncas, rencores e incluso el odio, la crítica, la soberbia, el orgullo, la falta de perdón y de misericordia. Nos aturde un dolor profundo por la pérdida de alguien, por una enfermedad. Y así podríamos seguir sin parar. Seguí haciendo vos tu lista. Pero también nos aturden desde afuera, hay que reconocerlo, el cansancio y agobio por el fin de año, nos aturden a veces nuestros hijos, sus reclamos y necesidades, nuestro marido y nuestra mujer con sus problemas, con sus impaciencias, lo que sea, por decir algo. Nos aturde nuestro jefe y nuestros compañeros de trabajo, la gente con la que tratamos diariamente, los problemas económicos, los problemas del país, de la escuela, el colegio, la facultad, la universidad, las parroquias, del grupo y así la lista podría seguir. También podés terminarla vos y hacerla a tu medida.

Pero lo importante no es quedarse en eso, en lo que nos aturde, sino en lo que Jesús nos propone, en tener ánimo y levantar la cabeza, porque el estar aturdidos nos quita el ánimo y nos hace bajar la cabeza, todo un símbolo de cuando el cansancio nos gana el corazón.

Empecemos este Adviento levantando la cabeza, pidiendo ánimo, pidiendo fuerzas para correr los problemas de lado, los que nos aturden o bien dejar que pasen como las nubes, teniendo paciencia. Hay algunos que tendremos que hacer el esfuerzo para no darle la trascendencia que no se merecen y otros que tendremos que dejar que pasen, será cuestión de tiempo.

Sería bueno que, en estos días, pensemos realmente qué nos aturde y qué deberíamos dejar de hacer para andar un poco más tranquilos, qué deberíamos proponernos para tener la cabeza un poco más levantada y el corazón más animado; seguramente tener algún tiempo más de oración, para estar atentos a la presencia de Jesús en nuestros corazones; seguramente dar un poco más de tiempo a los demás, animarnos a acercarnos a alguien que lo necesita, no esperar «tanto» de afuera, no esperar la venida de Jesús «comercialmente», sino esperarla desde adentro, esperarla desde nuestro corazón, esperar el nuevo nacimiento y cotidiano de Jesús en nuestras vidas.