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Fiesta de Santos Simón y Judas

Jesús se retiró a una montaña para orar, y pasó toda la noche en oración con Dios.

Cuando se hizo de día, llamó a sus discípulos y eligió a doce de ellos, a los que dio el nombre de Apóstoles: Simón, a quien puso el sobrenombre de Pedro, Andrés, su hermano, Santiago, Juan, Felipe, Bartolomé, Mateo, Tomás, Santiago, hijo de Alfeo, Simón, llamado el Zelote, Judas, hijo de Santiago y Judas Iscariote, que fue el traidor.

Al bajar con ellos se detuvo en una llanura. Estaban allí muchos de sus discípulos y una gran muchedumbre que había llegado de toda la Judea, de Jerusalén y de la región costera de Tiro y Sidón, para escucharlo y hacerse curar de sus enfermedades. Los que estaban atormentados por espíritus impuros quedaban curados; y toda la gente quería tocarlo, porque salía de Él una fuerza que sanaba a todos.

Palabra del Señor

Comentario

Hoy en toda la Iglesia celebramos la fiesta de dos apóstoles: Simón, llamado «el Zelote», y Judas, hijo de Santiago; los que escuchaste que aparecen en Algo del Evangelio de hoy. Lo que te propongo y me propongo, aunque el llamado de los apóstoles es claro que está dirigido de un modo especial a los que Jesús eligió para sucederlo en su ministerio –o sea, en su servicio–, de curación, de enseñanza y que se transmitió en la Iglesia a lo largo de los tiempos a través del sacerdocio, del episcopado, del diaconado –o sea, del sacramento del Orden–. También podemos pensar que ese llamado es para cualquier cristiano porque cualquiera de nosotros de algún modo –en el sentido amplio– también es apóstol, enviado de Jesús. Cuántos enviados de Jesús, cuántos apóstoles y santos que no fueron sacerdotes o consagrados, sino que son laicos y cada vez más en la Iglesia. Por eso, también podemos reconocer que el llamado de Jesús es para todos, para transmitir lo mismo que Él nos dio.

Quería que hoy pensemos en dos cosas, haciéndonos, al mismo tiempo, dos preguntas que nos pueden ayudar a comprender un poco este ministerio tan grande, este misterio tan grande.

¿Qué hace Jesús antes de elegir? ¿Qué hizo Jesús? Dice el Evangelio que se retiró a una montaña para orar y pasó toda la noche en oración con Dios, con su Padre. Eso quiere decir que Jesús antes de decidirse a elegir no solo se puso a pensar –diríamos–, sino que se fue a orar, a estar con su Padre y a hablar con Él de sus hijos, o sea, de sus hermanos. Porque Jesús es el Hijo, ¿y de qué hablaba con su Padre si no de nosotros, que también somos hijos del Padre y hermanos de Jesús? ¿De qué habló esa noche si no fue de los Doce? Y también podríamos pensar y soñar o imaginar que pensó en cada uno de nosotros ese día.

Cuando Jesús va a hablar con su Padre, seguramente, además de hablarle como Hijo, le habló de sus hermanos –de cada uno de nosotros–. Entonces, ¡qué lindo es pensar esto!, ¿no? Que Jesús no sube a la montaña para calcular, para hacer un cálculo y razonamiento de quién era el mejor y a quién podía elegir, sino que Jesús va más allá, a hablar con su Padre y abrirle su corazón, para que Dios le enseñe a quién elegir más allá de las capacidades humanas.

Y eso es lo que tenemos que hacer nosotros también ante decisiones importantes: pasar largos ratos de oración. No podemos solamente elegir las cosas, las situaciones, las personas por lo que pensamos, por los cálculos, sino por lo que Dios nos ilumina y nos transmite de alguna manera cuando rezamos. Y, además, Jesús elige no a los que están capacitados, sino que capacita a los que llama.

Y la segunda pregunta que no podemos dejar de hacernos es: ¿Qué tuvo en cuenta Jesús al elegir esa noche? ¿Qué pidió? Tiene que ver con lo anterior. ¿Pidió un currículum para conocer las «capacidades» de los discípulos? ¿Pidió un certificado de «buena conducta»? No, nada de eso. Jesús no pidió ningún certificado, ni ningún currículum. Para elegir no tuvo en cuenta las capacidades humanas o si tenían o no pecados. Elige a los que quiere y por amor. No por ser muy buenos, sino para «hacerlos» buenos y santos, para que estando con Él se transformen y se hagan verdaderos discípulos suyos.

Lo mismo hace con nosotros: no te eligió y no me eligió a mí por ser buenos. No nos eligió porque tenemos grandes capacidades. No tuvo en cuenta en esa noche eso, sino que nos eligió por puro amor. Y yo creo que también por algo más, porque apuesta a nuestro corazón. Confía en el fuego que puede salir de nuestro corazón, porque lo que más importa es poner el corazón en lo que hacemos. Y acá está el misterio al cual nos podemos hoy abrir. Pensemos en esto: te eligió por amor. No te eligió por lo que hiciste o por lo que dejaste de hacer. Sí, es verdad que al elegirnos nos invita a desarrollar nuestras capacidades y a vivir de una manera distinta: a ser más buenos, pero más santos. Pero nos hacemos buenos y nos hacemos santos en la medida que estamos con Él.

Descubrimos nuestras capacidades, nuestros talentos, en la medida en que decidimos estar con Él y decimos que «sí». No es que tenemos que esperar a ver todo lo que tenemos o con lo que contamos para decir que sí.

Yo te aseguro que cuando le decís que sí a tu Padre, cuando te decidís a seguirlo a Jesús, empezás a descubrir cosas que nunca hubieras imaginado. Eso descubrieron los apóstoles. El primero de la lista es Pedro, el más débil, el que lo negó también tres veces. Y el último de la lista es Judas el Iscariote, el traidor. ¡Qué increíble lo que Dios puede hacer llamándonos, como a Judas y a Tadeo!

Bueno, ojalá que hoy descubramos este llamado de Dios Padre hacia cada uno de nosotros. No importa dónde nos toque, no importa dónde nos quiera llevar Jesús –como a Simón y a Judas–. Lo importante es que nos sintamos llamados, amados e impulsados a vivir una vida distinta y abrir el corazón de par en par.