«El Reino de los Cielos se parece a un tesoro escondido en un campo; un hombre lo encuentra, lo vuelve a esconder, y lleno de alegría, vende todo lo que posee y compra el campo.
El Reino de los Cielos se parece también a un negociante que se dedicaba a buscar perlas finas; y al encontrar una de gran valor, fue a vender todo lo que tenía y la compró.»
Palabra del Señor
Comentario
¡¡Cada tanto es bueno levantarnos el ánimo mutuamente!! La vida es así, andamos a veces a los tumbos, con caídas y levantadas, con alegrías y tristezas. Cuando uno anda cabizbajo, el otro está un poco mejor. Cuando uno anda un poco mejor, siempre hay alguien que necesita de nuestro consuelo. La Palabra de Dios se transforma en nuestra vida en fuente de consuelo, consuelo recibido gratuitamente y consuelo que busca consolar a otros. ¡Qué lindo que es cuando descubrimos que podemos consolar a los demás, aun cuando estamos desconsolados! No hay que esperar estar bien para hacer bien a los otros. Sí, es un misterio, pero es así. Te voy a leer unas palabras del apóstol san Pablo que lo dice mejor que nadie, unas palabras que siempre recuerdo que desde que entré al seminario resonaron de una manera distinta en mi vida y que en estos días volvieron a aparecer fuertemente.
Sé que te van a hacer bien, sé que alguien que está escuchando esto le ayudará y si te ayudan a vos, anímate a mandárselas a alguien que creas que necesita ser consolado, pero también consolar. Imagínate el bien que podemos hacer con un clic, con el solo hecho de apoyar un dedo y quitarnos los miedos y el respeto humano por lo que pensarán. Hay miles de personas que hoy necesitan ser consoladas, hay miles de personas que hoy pueden consolar a otros, que andan por la vida a veces pensando que no pueden, pero sí pueden. Hay miles de personas que andan por la vida con alma y sin corazón, y hoy vos y yo los podemos ayudar. Escuchemos estas palabras:
«Bendito sea Dios, el Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de las misericordias y Dios de todo consuelo, que nos reconforta en todas nuestras tribulaciones, para que nosotros podamos dar a los que sufren el mismo consuelo que recibimos de Dios. Porque así como participamos abundantemente de los sufrimientos de Cristo, también por medio de Cristo abunda nuestro consuelo» (2Cor. 1, 3-5).
Por medio de Jesús nos viene el consuelo en medio de las tribulaciones, de los problemas, de los sufrimientos, de los dolores. El Padre de las misericordias es el Padre del consuelo. Este texto daría para muchísimos audios ininterrumpidos, pero solo quiero dejarte estas palabras para que las medites un poco si te ayudan. No desesperemos, no «tiremos la toalla», Dios consuela siempre para que podamos consolar. Dios nos consuela también en la medida que salimos de nosotros mismos y nos animamos a seguir buscando el «tesoro» y la «perla» más linda. Eso hicieron los santos, de carne y hueso como vos y yo.
¿Vos pensás que los santos no tuvieron tribulaciones y dificultades, crisis? ¿Vos pensás que santa Rosa de Lima no tuvo sufrimientos y dolores? ¿Vos pensás que los santos no lloraron y se entristecieron, como nos pasa a nosotros? ¿Vos te imaginás a santa Rosa «viviendo en la nube», como se dice, o te imaginás a una santa Rosa luchando día a día para cuidar ese tesoro y esa perla que es Jesús en nuestras vidas? ¿Vos crees que la santidad es una cosa extraña para algunos locos que se les ocurrió hacer el bien o en realidad es un don para todos los que se dan cuenta que estamos hechos de barro pero para cosas muy grandes? ¿Vos pensás estar toda la vida esperando hacer grandes cosas o preferís hoy empezar a darte cuenta que la clave está en hacer lo mejor que podemos y con amor, pero ahora, en lo que Dios nos concede cada día?
El que encuentra a Jesús, el tesoro, lo más valioso del mundo, lo más bello; el que encuentra a Jesús, simbolizado en la perla más linda que existe, hace todo por cuidarlo y cuidarla. El amor de Cristo hay que cuidarlo, por eso el hombre y la mujer que lo encuentran venden todo para comprarlo, no importa, cueste lo que cueste siempre vale más nuestra vida del alma, nuestra vida espiritual, nuestra vida de gracia, nuestra vida cercana a Jesús que todas las riquezas y los éxitos de este mundo, que todos los amores del mundo.
Los santos –acordate– no fueron personas extrañas, fueron personas que se jugaron en serio –algo que nosotros a veces no terminamos de hacer– y mientras se jugaron, se equivocaron como nosotros, pecaron incluso como todos, pero al mismo tiempo se convencieron de algo, de que nada vale más que la vida de comunión con Jesús, el trato con él día a día con su Palabra, en la oración, con el amor hacia los demás, los sacramentos y el luchar día a día por amar desinteresadamente y dejar de mirarnos a veces el ombligo esperando que otros nos consuelen.
Santa Rosa de Lima fue una de las tantas santas de la historia de la Iglesia que se enamoró de Jesús y vendió todo lo que tenía. Se dio cuenta que no hay nada más grande que su amor y que cuando encontramos su amor, el amor de nuestro corazón también empieza a desbordar y empezamos a ser instrumentos de ese amor infinito que nos da el Padre por medio de Jesús en el Espíritu Santo. Santa Rosa de Lima intercedé por nosotros y ayúdanos a seguir caminando, ayúdanos a creer que se puede ser santos.
¿Querés que te consuelen? Consolá a otros. ¿Querés ser santo o santa? No dejes de buscar y buscar el tesoro y la perla que nos dan la verdadera alegría que todos necesitamos. Una vez que los encontremos, una vez que lo encontremos a Jesús, vendamos todo, vale la pena.