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Fiesta de San Lucas

El Señor designó a otros setenta y dos, y los envió de dos en dos para que lo precedieran en todas las ciudades y sitios adonde Él debía ir.

Y les dijo: «La cosecha es abundante, pero los trabajadores son pocos. Rueguen al dueño de los sembrados que envíe trabajadores para la cosecha. ¡Vayan! Yo los envío como a ovejas en medio de lobos. No lleven dinero, ni provisiones, ni calzado, y no se detengan a saludar a nadie por el camino.

Al entrar en una casa, digan primero: “¡Que descienda la paz sobre esta casa!” Y si hay allí alguien digno de recibirla, esa paz reposará sobre él; de lo contrario, volverá a ustedes. Permanezcan en esa misma casa, comiendo y bebiendo de lo que haya, porque el que trabaja merece su salario.

No vayan de casa en casa. En las ciudades donde entren y sean recibidos, coman lo que les sirvan; curen a sus enfermos y digan a la gente: “El Reino de Dios está cerca de ustedes”».

Palabra del Señor

Comentario

San Lucas es el evangelista que, entre tantas características particulares que tiene, le gustó pintarnos a un Jesús orante y misericordioso. Un Jesús que se hacía tiempo para estar tranquilo con su Padre del cielo, con nuestro Papá. Son muchos los momentos en donde este evangelista nos cuenta que Jesús se apartaba para orar, en donde hablaba sobre la oración y, por supuesto, en donde nos enseñó a orar por un especial pedido de sus discípulos: «Señor, enseñanos a orar…», le dijeron. Por eso me parece lindo que, en este día, en esta fiesta nos enfoquemos en esto, creo que nos puede hacer bien, porque en definitiva lo que nos cambia el corazón, lo que hace la diferencia en nuestra vida, es la oración. Podemos leer la Biblia de punta a punta mil veces, pero si no rezamos con ella, solo nos quedamos con la historia, solo nos quedan datos, información. El que reza con la Palabra de Dios es el que cambia o se deja cambiar, es el que está siempre atento, el que se deja encontrar por ella, más que andar buscando lo que dice. Es Dios el que nos encuentra con su Palabra, y para eso hay que escucharla, rezarla y masticarla.

¿Y si nos preguntamos hoy algunas cosas? ¿Qué nos han enseñado de niños, por ejemplo, sobre la oración? ¿Qué hemos recibido? ¿Cómo estamos viviendo hoy nuestra relación con Dios que es Padre, que en definitiva se define mucho en nuestra manera de rezar? ¿Seguimos pensando como niños y rezando como adultos o pensamos como adultos y rezamos como niños? Seguramente nos han enseñado cosas muy buenas, recibimos muy buenos consejos. Por ahí nos dijeron alguna vez que «nunca nos acostemos sin antes haber rezado, o bien nunca nos durmamos sin haber por lo menos rezado algo»; y eso está muy bien. Por ahí nos enseñaron con el ejemplo, nuestra abuela, nuestra madre, nuestro padre. Cada uno podrá pensar en lo suyo. Pero cada uno también tiene que reflexionar sobre si la oración diaria, más allá de lo que nos pase y como la hagamos, es o no una «necesidad» del corazón. ¿Necesito hablar y escuchar a Jesús todos los días? ¿Lo necesito o lo siento como una obligación? ¿Cuándo no rezo siento culpa porque no cumplí o porque en realidad no hablé con Aquel que me hace tanto bien escucharlo siempre?

Escuchar y meditar con Algo del Evangelio de hoy es un modo también de rezar. Es la manera más clara de saber lo que Dios Padre nos quiere decir, por medio de las palabras que quedaron en los evangelios, en labios de Jesús, en sus gestos y acciones. Por eso cada día es necesario decirnos: «Hoy voy a rezar con el Evangelio…»; hoy más que nunca con el Evangelio de Lucas en su día, en su fiesta. Lucas no fue un discípulo directo de Jesús, pero se encargó de recopilar y ordenar todo lo que Jesús había dicho y hecho, dejándolo para siempre a nuestra disposición, para nuestra oración. No escribió una biografía histórica de nuestro Maestro, sino que nos cuenta algunas cosas de su vida cargadas de fe, para suscitar nuestra fe, para animar nuestra fe, para sostenerla. Algo que no podemos olvidar cuando rezamos, cuando hablamos con el Padre del cielo, teniendo en cuenta lo que dice hoy, es pedir que haya más «trabajadores para la cosecha»: «Rueguen al dueño de los sembrados que envíe trabajadores para la cosecha». Si hay algo por lo cual tenemos que rezar cada día todos los cristianos, es para que Dios Padre envíe más «trabajadores» a recoger lo que Él siembra día a día y hace crecer. Los sacerdotes son tan necesarios como la oración. Sin oración no hay «trabajadores», hay hombres que se consagran, pero no trabajadores. Lo que Jesús y la Iglesia necesitan son sacerdotes, consagrados, consagradas que trabajen, que, a pesar de todo, no abandonen por el camino, que no se aburguesen en la comodidad de este mundo que busca acomodarse continuamente. Son necesarios más santos, más santos que hasta el final de sus vidas con su trabajo y oración, entreguen la vida por los demás, den su vida por los demás.

La oración de todos los cristianos es lo que «mueve» el corazón de Dios para hacer de hombres y mujeres comunes, personas entregados, entregadas a la misión de anunciar «que el Reino de Dios está cerca». Esa es la misión de aquellos que escuchan el llamado, de trabajar por Él todos los días, obviamente sabiendo que hay que descansar, pero para poder trabajar más, anunciando que Jesús está cerca y entre nosotros, aunque a veces no parezca, aunque a veces nos desanimemos y tengamos ganas de bajar los brazos.

Terminemos con algunas otras preguntas: ¿Rezamos por esta intención de vez en cuando? ¿Rezamos en nuestro grupo de oración por aquellos que son llamados? ¿Rezamos en nuestras comunidades por estas intenciones? ¿Rezamos por nuestros sacerdotes, por nuestros consagrados, por aquellos que me guiaron en la fe? Si sos madre o padre, ¿te animás a pedirle a Dios Padre que tu hijo, que tu hija se consagran a Él? Recemos hoy todos, no solo para que haya más personas que se consagran al Reino, sino para que haya cada día más que trabajen en serio por amor a Jesús y a su pueblo.