Felipe encontró a Natanael y le dijo: «Hemos hallado a aquel de quien se habla en la Ley de Moisés y en los Profetas. Es Jesús, el hijo de José de Nazaret.»
Natanael le preguntó: «¿Acaso puede salir algo bueno de Nazaret?»
«Ven y verás», le dijo Felipe.
Al ver llegar a Natanael, Jesús dijo: «Este es un verdadero israelita, un hombre sin doblez.»
«¿De dónde me conoces?», le preguntó Natanael.
Jesús le respondió: «Yo te vi antes que Felipe te llamara, cuando estabas debajo de la higuera.»
Natanael le respondió: «Maestro, tú eres el hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel.»
Jesús continuó: «Porque te dije: “Te vi debajo de la higuera”, crees. Verás cosas más grandes todavía.»
Y agregó: «Les aseguro que verán el cielo abierto, y a los ángeles de Dios subir y bajar sobre el Hijo del hombre.»
Palabra del Señor
Comentario
Se dice o, mejor dicho, los católicos decimos que los apóstoles son los pilares de la fe o las doce columnas de la Iglesia. De hecho, si te fijás en algunas Iglesias antiguas, en algunos templos de los más antiguos donde todo se construía con una simbología bien pensada y rezada, tenían y tienen doce columnas (seis de cada lado, en cada nave) sosteniendo la nave central. Todo un signo de lo que los apóstoles son para nosotros. Sabemos también que Jesús es la piedra angular, o sea, la piedra que está entre las dos paredes formando un ángulo, la piedra que cierra la arcada, digamos así. Sin ella todo se viene abajo. Sin Jesús la Iglesia se viene abajo, dicho así de sencillo. Sin embargo, esta piedra angular, Jesús, eligió a doce hombres comunes y corrientes, de la misma madera que vos y yo, para que sean los «receptores y transmisores» de su amor, de sus palabras, de su mensaje, de su salvación. En definitiva, más allá de lo que muchos puedan decir; más allá de tu experiencia personal de fe, de la mía; más allá de todos los pecados juntos de la historia de la Iglesia; más allá de las falencias actuales, la Iglesia es la «extensión» en el tiempo del amor de Jesús que quiere llegar y abrazar a todos, con sus debilidades, con su santidad y su pecado.
Cada vez que celebramos la fiesta de un apóstol de la Iglesia, como hoy, de uno de los doce, de los más cercanos que estuvieron con Jesús, celebramos este misterio tan grande. O sea que nuestra fe, nuestra confianza y esperanza en Jesús no se basa en divagues particulares de unos locos, no se basa en fábulas o mitos, no se basa en revelaciones privadas, no se basa en ideas voladoras, sino que se basa en una realidad bien concreta, en el testimonio de doce hombres que estuvieron y vivieron con Jesús. Lo conocieron, vieron hacer milagros, comieron y disfrutaron con él. Lo vieron morir, algunos. Pero fundamentalmente lo vieron resucitado. Lo vieron vencer a la muerte, lo tocaron con sus manos, lo escucharon con sus oídos y abrazaron después de muerto. Lo abrazaron vivo. Creemos en eso. Creemos en Jesús, pero en un Jesús vivo que se conoce solo por medio de otros hombres, como vos y yo, solo por medio de la Iglesia. Nadie conoció a Jesús «encerrado» en su habitación. Nadie, ni vos ni yo, conocemos a Jesús leyendo solos la Biblia, leyendo solos el catecismo, yendo solos a misa, recibiendo solos el bautismo, dándonos a nosotros mismos la confirmación, el perdón.
Nadie, absolutamente nadie. Todo el que nos quiera meter eso en la cabeza nos miente. Jesús llegó a tu corazón y al mío por medio de otras personas, de situaciones, de momentos concretos. Y esto, lo que te digo, es una gran cadena hacia atrás que, segundo a segundo, minuto a minuto a minuto, hora tras hora y día tras día, viene desde Jesús a los apóstoles, la Iglesia, vos y yo. ¿Pensaste en eso alguna vez? Esa es la maravilla y, al mismo tiempo, la fragilidad de la fe que muchos niegan o les cuesta entender. Y por eso, a veces, tambalean en la fe, porque no quieren entender lo que en realidad es de sentido común. El que pretende otra cosa no comprende el querer y sentir de un Dios que se hizo hombre, justamente, para generar esto, esta cadena de testimonios y de amor. Una atracción de amor que atraviese los siglos y llegue hasta nosotros hoy, ahora concretamente. Y, por ejemplo, hoy por medio de este audio, de las palabras de Dios que vuelan por los aires y llegan al corazón de tantas personas. Bueno, pero no quiero aburrirte con esto, solo espero que te sirva para que entendamos mejor lo lindo que es creer en esta verdad, aunque a algunos les cueste tanto.
Algo del Evangelio de hoy confirma, justamente, lo que te quiero mostrar. ¿Cómo conoció Bartolomé, Natanael a Jesús o, mejor dicho, cómo se dejó conocer Natanael por Jesús aquella tarde? Gracias a Felipe. Felipe fue el mensajero, el que hizo de eslabón para que Natanael sea sorprendido por el amor de Jesús.
Siempre hay un «Felipe» en la vida de nosotros.
Miremos para atrás y pensemos ¿quién es «nuestro Felipe»? ¿Quién fue el que, alguna vez, nos dijo: «Encontré al que siempre quise encontrar, encontré al que da sentido a mi vida, encontré al que dará sentido a mi vida»? ¿Quién fue? ¿Te animás a pensar quién fue y cómo fue ese día? ¿Te animás a pensar y a rezar por ese «Felipe» que te ayudó a que tu vida cambie, desde ese día, completamente? ¿Te pusiste a pensar qué sería de tu vida si no hubieras conocido a Jesús y si él alguna vez no te hubiese dicho: «Yo te vi, yo te vi antes que otros, yo te conozco más que todos»? ¿Te animás a llamar o a mandarle un mensaje a esa persona que para vos fue un apóstol y te acercó la gracia a tu vida? ¡Qué lindo que pensemos en eso! ¡Qué lindo que hoy entre nosotros nos demos las gracias por ayudarnos mutuamente a ser «alcanzados» por Jesús, por el único que nos conoce verdaderamente, por el único que sabe cómo somos y lo que pensamos y lo que sentimos!
Y para terminar, tenemos que animarnos a soñar con cosas más grandes todavía. Natanael se sorprendió porque Jesús lo conoció cuando lo vio debajo de la higuera. Sin embargo, le prometió que iba a ver cosas más grandes todavía. Cuando estamos con Jesús, nunca tenemos techo, siempre podemos más. Siempre podemos maravillarnos de lo que puede hacer su amor en nuestras vidas y en la de los demás. No podemos conformarnos con que nosotros conocimos a Jesús y él nos conoce, sino que, al contrario, ese conocimiento y ese amor que Jesús no da podemos transmitirlo a los demás. Veremos cosas más grandes todavía. Todavía tenemos tiempo para caminar y maravillarnos de lo que hace la fe en los corazones de aquellos que se dejan encontrar por Jesús.