Mientras caminaba a orillas del mar de Galilea, Jesús vio a dos hermanos: a Simón, llamado Pedro, y a su hermano Andrés, que echaban las redes al mar porque eran pescadores. Entonces les dijo: «Síganme, y yo los haré pescadores de hombres».
Inmediatamente, ellos dejaron las redes y lo siguieron.
Continuando su camino, vio a otros dos hermanos: a Santiago, hijo de Zebedeo, y a su hermano Juan, que estaban en la barca de Zebedeo, su padre, arreglando las redes; y Jesús los llamó.
Inmediatamente, ellos dejaron la barca y a su padre, y lo siguieron.
Palabra del Señor
Comentario
Llegar a conocer a Dios, al Dios verdadero, eso es lo que significa para nosotros, los cristianos, recibir una esperanza, una esperanza nueva, distinta a la que nos da este mundo. La esperanza se recibe, no se fabrica, no se inventa, no se maneja por decreto. La esperanza es un don, no es un mero sentimiento de optimismo, de decir y pensar que “toda va a salir bien” mientras todo se esté viniendo abajo, mientras la realidad diga lo contrario. El cristiano con esperanza, es realista, una cosa no quita la otra. Cuando confundimos la esperanza cristiana con un simple “optimismo” entonces es cuando sin querer, a cualquier cosa le llamamos tener esperanza. En realidad, la esperanza que recibimos desde el bautismo, esa gracias, esa virtud, es la que nos posibilita conocer a Dios, pero al Dios verdadero, no al que a veces fabricamos nosotros mismos. Dicho sencillo, en criollo. Dios mismo quiere que lo conozcamos bien y por eso nos dio la fe y la esperanza, el amor por supuesto. Fe y esperanza son intercambiables. Solo espera aquel que confía, aquel que se fía de Dios y solo se fía de Dios, aquel que tiene fe, aquel que tiene esperanza, aquel que espera en Alguien. Lo que nos posibilita creer, entonces, es esperar, y al revés. Pero Dios es tan bueno, que Él mismo nos da ese don al corazón.
Aprovechemos que estamos por comenzar el tiempo de la Esperanza, el tiempo de Adviento, pidamos esta virtud tan linda, virtud que viene de lo alto y que sin querer la hemos ido aplastando tanto y hecho tan humana que últimamente decir que se tiene esperanza es casi decir que se tiene optimismo. El desafío de este tiempo es reordenar nuestras esperanzas, aprender a esperar lo esencial y dejar a un lado lo que cambia. Tenemos que educar nuestro corazón para que sepa esperar lo importante, que sepa esperar a Jesús y no tanto cosas que van y vienen, y son pasajeras.
En Algo del Evangelio de hoy, Fiesta de San Andrés, uno de los apóstoles, hermano de Pedro, hay un claro ejemplo de alguien que esperaba a Jesús verdaderamente y, además, lo que provoca en la vida de una persona un encuentro con la Esperanza con mayúscula. Aunque no lo dice el Evangelio explícitamente, me animo a decir que Andrés y los demás personajes de hoy, son capaces de dejarlo todo, inmediatamente (porque en ambos casos dice esa palabra), porque ya, de algún modo, lo estaban esperando en su corazón. Nadie puede dejar todo si antes no está esperando algo mejor. Nadie puede cambiar de vida de esa manera, tan repentina, si en realidad en el fondo de su corazón no está deseando encontrarse con algo más grande. Si no lo pensamos así, esta escena de hoy termina siendo demasiado idealista, pero poco real, y por eso muy lejana a nuestras posibilidades. Es bien real. Fue así. Andrés dejó todo porque de hace rato andaba esperando al todo. Él y su hermano, Juan y Santiago, eran hombres muy comunes, muy normales, pero que esperaban al Salvador y solo por eso son capaces de dejar sus cosas, sus trabajos y sus familias, por seguir a Jesús.
Siempre me quedo con las ganas de decir más cosas, porque el Evangelio es una fuente inagotable de sabiduría, hoy más que nunca. Por eso elijo dejarte preguntas picando para rezar. ¿No será que nosotros a veces somos incapaces de dejar algo por Jesús porque tenemos atrofiada nuestra capacidad de esperar, de desear, lo eterno, lo más grande? ¿No será que deseamos tantas cosas mundanas, en esta cultura de lo inmediato, del clic, “del llame ya”, que ya no nos queda espacio para desear algo mejor? ¿No será que nuestro deseo interior es como nuestra hambre del cuerpo, que cuando peor nos alimentamos o más desordenadamente, con menos ganar de comer llegamos a la mesa? Así nos pasa con Jesús. Nos vamos saciando continuamente con miles de comidas, ricas pero pasajeras, que cuando tenemos que pensar en Él, escucharlo a Él, estar con Él, hablarle a Él, ya no sabemos qué pensar, qué decir, cómo escuchar.
La esperanza está relacionada con nuestros deseos. Dime qué deseas y te diré qué esperas. Deseas cosas bajas, esperarás cosas bajas y tendrás cosas bajas. Deseas bienes grandes, vas a esperar bienes del cielo y tendrás los bienes del cielo.
Pensemos que estamos deseando hoy, que estamos esperando. Nos queda toda una vida para seguir deseando lo mejor, nos queda este día para darnos cuenta que no vale la pena esperar cualquier cosa, que vale la pena dejarse mirar por Jesús, escuchar su llamada, dejarlo todo, dejar lo que no sirve, dejar lo que nos molesta y seguirlo en esta linda aventura que es tener fe y esperanza en Jesús.