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Fiesta de San Andrés Apóstol

Mientras caminaba a orillas del mar de Galilea, Jesús vio a dos hermanos: a Simón, llamado Pedro, y a su hermano Andrés, que echaban las redes al mar porque eran pescadores. Entonces les dijo: «Síganme, y yo los haré pescadores de hombres».

Inmediatamente, ellos dejaron las redes y lo siguieron.

Continuando su camino, vio a otros dos hermanos: a Santiago, hijo de Zebedeo, y a su hermano Juan, que estaban en la barca de Zebedeo, su padre, arreglando las redes; y Jesús los llamó.

Inmediatamente, ellos dejaron la barca y a su padre, y lo siguieron.

Palabra del Señor

Comentario

Entramos de lleno, por decirlo así, en el tiempo de Adviento, tiempo de esperanza. Tiempo que nos anima a levantar la cabeza, a mirar para adelante, a confiar, a saber esperar lo importante, a saborear. Descubrir la presencia de Jesús en nuestras vidas, en la vida de los demás, en este mundo lleno de voces y ruidos que nos aturden. Por eso, dedicaremos estos días hasta la Navidad, además de a meditar la Palabra de cada día, a seguir hablando o aprendiendo sobre la esperanza, sobre esta virtud tan olvidada muchas veces entre nosotros los cristianos. A veces hemos dejado de esperar o esperamos cosas muy pasajeras que después nos dejan con las manos y el corazón vacíos.

Aprovechemos este tiempo de la Esperanza. Pidamos esta virtud tan linda, esta virtud que se nos concede a todos por el bautismo. Virtud que viene de lo alto y que, sin querer, la hemos ido aplastando tanto y hecho tan humana que últimamente decir que se tiene esperanza es casi decir que se tiene optimismo. El desafío de este tiempo es reordenar nuestras esperanzas, aprender a esperar –valga la redundancia– lo esencial y dejar a un lado lo que cambia. Tenemos que educar nuestro corazón para que sepa discernir y esperar lo importante, que sepa esperar a Jesús y no tanto cosas que van y vienen.

En Algo del Evangelio de hoy, en esta fiesta de san Andrés –uno de los apóstoles que fue hermano de Pedro–, hay un claro ejemplo de alguien que esperaba a Jesús verdaderamente y, además, lo que provoca en la vida de una persona un encuentro con la Esperanza, que en definitiva es Jesús. Aunque no lo dice el evangelio explícitamente, me animo a decir que Andrés y los demás personajes de hoy son capaces de dejarlo todo inmediatamente (porque en ambos casos así lo dice Palabra), porque en el fondo ya lo estaban esperando de algún modo en su corazón. Podríamos decir que nadie puede dejar todo si antes no está esperando algo en su corazón, algo mejor, algo más grande. Nadie puede cambiar de vida de esa manera, tan repentina, si en realidad en el fondo de su corazón no está deseando encontrarse con algo más grande, con algo trascendente, con algo que transforme. Si no lo pensamos así, la escena del evangelio de hoy termina siendo demasiado idealista, romántica, pero poco real y por eso muy lejana a nuestras posibilidades. Es bien real. Fue así: Andrés, como tantos en la historia de la Iglesia, dejó todo por Jesús, porque hace rato estaba esperando al todo. Él y su hermano, Juan y Santiago, eran hombres muy comunes y normales, pero que esperaban al Salvador y solo por eso fueron capaces de dejar su vida anterior, sus cosas, sus familias, sus trabajos, por seguir a ese gran hombre, que era Dios.

Siempre me quedo con las ganas de decir más cosas, porque el evangelio es una fuente inagotable de sabiduría. Hoy más que nunca. Por eso elijo dejarte algunas preguntas picando para rezar. ¿No será que nosotros a veces somos incapaces de dejar algo por Jesús porque tenemos como si fuese atrofiada nuestra capacidad de desear, de esperar lo eterno; porque hemos perdido la sensibilidad a lo eterno? ¿No será que deseamos tantas cosas en esta cultura de lo inmediato, de la cultura del click, del tenga todo ya, que ya no nos queda espacio para desear lo mejor? ¿No será que nuestro deseo interior es como nuestra hambre del cuerpo, que cuando peor nos alimentamos y más desordenadamente lo hacemos, menos ganas tenemos de comer cuando llegamos a casa, a la mesa? Así nos pasa con lo espiritual, con Jesús. Sin querer nos vamos queriendo saciar continuamente con miles de comidas ricas pero pasajeras y por eso cuando tenemos que pensar en él, escucharlo, estar con él, rezar, hablarle, hacer silencio, ya no sabemos qué pensar, qué decir, cómo escuchar. La Esperanza está relacionada con nuestros deseos. Dime qué deseas y te diré qué esperas. Deseás cosas bajas, esperás cosas bajas, tendrás cosas bajas. Deseás bienes grandes, eternos, vas a esperar los bienes del cielo y tendrás los bienes del cielo.

Pensemos qué estamos deseando hoy, qué estamos esperando. Nos queda todo el Adviento para ir educando nuestros deseos.