• www.algodelevangelio.org
  • hola@algodelevangelio.org

Fiesta de la Transfiguración del Señor

Jesús tomó a Pedro, Santiago y Juan, y los llevo a ellos solos a un monte elevado. Allí se transfiguró en presencia de ellos. Sus vestiduras se volvieron resplandecientes, tan blancas como nadie en el mundo podría blanquearlas. Y se les aparecieron Elías y Moisés, conversando con Jesús.

Pedro dijo a Jesús: «Maestro, ¡qué bien estamos aquí! Hagamos tres carpas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.» Pedro no sabía qué decir, porque estaban llenos de temor.

Entonces una nube los cubrió con su sombra, y salió de ella una voz: «Este es mi Hijo muy querido, escúchenlo.»

De pronto miraron a su alrededor y no vieron a nadie, sino a Jesús solo con ellos.

Mientras bajaban del monte, Jesús les prohibió contar lo que habían visto, hasta que el Hijo del hombre resucitara de entre los muertos. Ellos cumplieron esta orden, pero se preguntaban qué significaría «resucitar de entre los muertos.»

Palabra del Señor

Comentario

Hoy, en esta fiesta de la Transfiguración del Señor, te invito a que nos preguntemos qué significa que Jesús se haya transfigurado y por qué o para qué. Significa que Jesús reveló su gloria, reveló en ese instante su dignidad frente a sus discípulos, aquello que estaba oculto; algo que debe haber sido tan maravilloso que Pedro después se expresa en una de sus cartas diciendo que «él vio la gloria llena de majestad», él pudo ver la gloria de Dios en la tierra. Y en ese momento de gozo, de no entender mucho qué pasaba, surge en Pedro este gran acto de generosidad y el deseo de quedarse para siempre en ese lugar, en el llamado Monte Tabor: «Hagamos tres carpas», tres carpas para los demás, pero ninguna para él. Tal era el deseo de que ese momento durara para siempre que se olvidó de su propia comodidad, como nos pasa a nosotros cuando estamos gozosos y felices. No nos importa dónde estemos, perdemos la noción del tiempo. Por eso, te decía parecido a esos momentos de nuestra vida en el que se nos manifiesta Dios de alguna manera, no como a Pedro, pero aun así se nos muestra y queremos que dure para siempre. ¿No será eso un instante de eternidad? ¿No será eso un anticipo de lo que será la eternidad?

Sabemos también que Jesús se reveló así para apartar del corazón de los discípulos lo que después será el escándalo de la cruz, el obstáculo para creer el sufrimiento; se muestra como Dios para que después, cuando Jesús esté en la cruz, crean y no se olviden de ese momento. Sin embargo, el Evangelio nos enseña que esto finalmente no funcionará tanto, del todo, por decirlo de algún modo, porque el único que estará al pie de la cruz será el discípulo amado, María y algunas mujeres.

Y, por otro lado, Jesús también se transfigura para manifestar lo que se cumplirá un día en todo su cuerpo, que somos nosotros, o sea, en todos los bautizados; algún día nos transfiguraremos como él. Así como la cabeza –que es él– se transfiguró y dejó ver su divinidad, algún día nosotros nos transfiguraremos, resucitaremos con nuestro cuerpo para vivir eternamente en la gloria del cielo. ¿Lo sabías? Mira que hay muchos católicos que no saben todavía esta verdad.

Pero hay una frase de Dios Padre que dice en Algo del Evangelio de hoy que expresa cuál es su voluntad, cuál es su deseo para con nosotros mientras caminamos aquí, en la tierra hasta que lleguemos a la gloria; dice así: «Este es mi hijo muy querido, escúchenlo». Y por eso quería que hoy nos concentremos en ese momento, en esa frase. Dios Padre nos pide que escuchemos a su Hijo, él envía a su Hijo al mundo para que lo escuchemos. Y esto, que parece tan simple, es la clave de nuestra vida y lo que se nos hace a veces tan difícil: escuchar y escuchar. Escuchar a nuestro buen Dios, escucharnos a nosotros mismos y escuchar a los demás.

Hay dos grandes vías o espacios para escuchar a Dios, una es la oración personal en la cual hablamos y escuchamos, hacemos ese esfuerzo –especialmente cuando leemos e intentamos entender su Palabra–, pero también en el silencio. Cuesta mucho, porque muchas veces hablamos y hablamos y no sabemos escuchar tanto; bueno, la oración es ese momento personal para poder escuchar a Dios. Sin embargo, hay otra vía, otro espacio para escuchar a nuestro Padre, que es en el prójimo, como dice san Juan que «Dios es amor». Si amamos, si estamos atentos al bien de los demás, Dios habita en nosotros, y si amamos a los demás y vemos en los demás también a Dios, entonces quiere decir que de alguna manera Dios nos habla a través de los otros. Por eso también dirá san Juan que no podemos amar a quien no vemos si no amamos a aquellos que vemos. Y esto también lo podemos aplicar a la escucha: no podemos escuchar a aquél que no vemos si no escuchamos a aquellos que vemos.

Por eso te propongo hoy analizar esas dificultades que tenemos para escuchar, en realidad muchas veces oímos sin escuchar.

El que oye, pero no escucha, es el que muchas veces está mirando de reojo y no escucha a las personas, no está mirando cuando le hablan, está pensando en lo que tiene que hacer y no en lo que tiene delante. Cuántas veces nos pasa esto: oímos sin escuchar, porque miramos de reojo, estamos ansiosos por lo que nosotros queremos, no miramos a la cara.

Después está el que mira, pero tampoco escucha; oye, pero en realidad tiene el pensamiento en otra cosa, piensa en lo que contestará, ya está pensando en lo que va a decir, piensa en sus cosas y no presta atención, piensa en lo que vendrá, en lo que esa persona es o está pensando en otra cosa, piensa, piensa, piensa, pero no escucha. Y el que oye también sin escuchar porque su corazón está en otra, no le interesa lo que el otro le dice, porque está inclinado interiormente a su interés y cuando el corazón está en otra cosa, por más que mire y mire, por más que abra los oídos, las palabras vuelan y no penetran en el corazón.

¿Qué hacer ante todo esto en este día? Tratemos de escuchar mirando a los otros, tratemos de escuchar pensando en lo que el otro está diciendo, tratemos de escuchar poniendo el corazón en la persona que tenemos por delante. Hoy hagamos el esfuerzo, hagamos el esfuerzo por escuchar. Tenemos que oír, tenemos que mirar, tenemos que poner todo el pensamiento en lo que nos están diciendo, pero también el corazón. Si no escuchamos a los demás, difícilmente podamos escuchar a Jesús, como quiere el Padre y así vivir haciendo su voluntad.

Escuchemos hoy a nuestros padres, a nuestros hijos, a nuestros compañeros de trabajo, al que se cruza por la calle; escuchemos, escuchemos porque eso es lo que desea el Padre: «Este es mi Hijo muy querido, escúchenlo». Escuchemos a Jesús también en su Palabra de cada día, escuchémoslo en la oración, en el silencio, en todas partes, porque así empezaremos a experimentar –como ese día a los discípulos– el cielo en la tierra.