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Fiesta de la Transfiguración del Señor

Jesús tomó a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan, y los llevó aparte a un monte elevado. Allí se transfiguró en presencia de ellos: su rostro resplandecía como el sol y sus vestiduras se volvieron blancas como la luz. De pronto se les aparecieron Moisés y Elías, hablando con Jesús.

Pedro dijo a Jesús: «Señor, ¡qué bien estamos aquí! Si quieres, levantaré aquí mismo tres carpas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.»

Todavía estaba hablando, cuando una nube luminosa los cubrió con su sombra y se oyó una voz que decía desde la nube: «Este es mi Hijo muy querido, en quien tengo puesta mi predilección: escúchenlo.»

Al oír esto, los discípulos cayeron con el rostro en tierra, llenos de temor. Jesús se acercó a ellos y, tocándolos, les dijo: «Levántense, no tengan miedo.»

Cuando alzaron los ojos, no vieron a nadie más que a Jesús solo. Mientras bajaban del monte, Jesús les ordenó: «No hablen a nadie de esta visión, hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos.»

Palabra del Señor

Comentario

En este día celebramos la fiesta de la Transfiguración de Jesús, del Señor. Día que celebramos uno de los “misterios” más importantes de su vida. Uno de esos acontecimientos que nos enseñan tanto, que nos instruyen más allá de las palabras. Nos instruyen por el hecho mismo de que pasaron. Todo lo que pasó, le pasó a Jesús en su vida, es lo que de alguna manera nos pasa y nos pasará a nosotros, nos demos cuenta o no tanto. De una manera u otra, místicamente pasaremos por lo que pasó Jesús. Él lo pasó, en realidad, también para enseñarnos a pasarlo.

Pienso que podemos empezar este audio diciéndonos a nosotros mismos: “¡No te olvides, no te olvides por favor! No nos olvidemos de las caricias que nos dio Jesús con su amor a lo largo de nuestra vida. No nos olvidemos de aquellas veces que experimentamos el “cielo en la tierra”. Eso es la transfiguración. No nos olvidemos de ese día en el que dijimos: “Qué lindo sería que esto dure para siempre”. No nos olvidemos de esos momentos en los que nos dimos cuenta de que estábamos enamorados de Jesús y pensamos en lo linda que es la vida con él. No nos olvidemos de ese retiro espiritual que hicimos en donde nos dimos cuenta de que es imposible dudar de su presencia en este mundo. ¡No nos olvidemos, por favor! No nos olvidemos de esa misión o de esa obra de caridad en la que nos dimos cuenta de que vale la pena dar la vida por los demás y pensamos para adentro: “Ojalá que toda la vida sea una entrega, una misión para los demás”.

Estarás pensando porqué empecé así este audio. En realidad, tanto no lo sé. Casi siempre, cuando empiezo el audio no sé mucho por dónde empezar y es ahí donde experimento, claramente, que es Jesús siempre el que me guía cada día, para empezar, para saber qué decir y para terminar. A veces el cansancio, como todo, las dudas, las dificultades, las contradicciones, las murmuraciones, las críticas, los propios miedos, nos hacen olvidar de las cosas lindas de la vida, de los momentos en los que tuvimos certezas, que parecían que nunca íbamos a olvidar. ¿Te pasó? A mí sí, muchísimas veces. A veces nos gana el cansancio y el desánimo, nos gana por cansancio. Pero Jesús ya no quiere que dudemos y nos dejemos vencer. Él se esmera cada día para que no olvidemos su amor, para que no nos dejemos vencer por la duda, por la comodidad.

Hoy me surgió este deseo de decirte y decirme a mí mismo, decirnos a todos: “No nos olvidemos de nuestras transfiguraciones”. No nos olvidemos de esos momentos en los que Jesús se nos “mostró”, se nos manifestó y se nos quedó en el corazón para siempre. ¿Qué más podemos esperar? ¿Qué más pretendemos recibir? Para el cielo falta, tenemos que asumirlo, mientras tanto hay que seguir este camino. Hay que bajar de la montaña en donde todo era tan lindo, donde queríamos permanecer para siempre. No podemos pretender todo el cielo en la tierra por anticipado. Eso no es real, solo podemos pretender un “pedacito”. Es lo que le pasó a Pedro. Es lo que hubiese pretendido cualquiera de nosotros ante semejante momento. Tan, pero tan emocionante y lindo debe haber sido ese momento que Pedro ni siquiera pretendió una carpa para él. Se conformaba con dormir a cielo abierto, no le importaba nada. Carpa para todos, menos para él.

En esta fiesta, en Algo del Evangelio, por un ratito se nos muestra el final del trayecto, del camino de nuestra vida, para que no se nos ocurra abandonar por las dificultades que vivimos durante este largo y duro camino. Las pruebas y tentaciones son muchas veces duras. Las caídas son fuertes, nos golpeamos duro y a veces son repetidas, parece que estamos como knock-out. Pero nosotros “respiramos” otro aire, debemos respirar el aire de Jesús: el aire de la “transfiguración”. Él se transfiguró no para los fuertes, sino para los débiles, para nosotros, para vos y para mí, para darnos fuerza mostrándonos el fin de nuestra vida, el “para qué estamos hechos”.

El aire de la transfiguración es el aire de saber que Jesús está y es el dueño de todo y estará siempre, de tu vida y de la mía. Tranquilos, tranquilas. Tenemos que estar tranquilos, con paz. Él venció las tentaciones. Nos ayuda a vencerlas y nos enseña a descansar en él, en lo que vendrá, en saber que algún día disfrutaremos de ese momento eterno que nadie nos podrá quitar. Tranquilos, no nos inquietemos. La vida tiene muchos montes “calvarios”, es verdad, pero tranquilos. En la vida también hay “montes en donde Jesús se nos manifiesta, se transfigura”, donde se nos muestra como lo que es, en su divinidad, su santidad, su paz, ese gozo que no se puede explicar con ninguna palabra de esta tierra.

Mientras tanto, mientras caminamos… ¿Qué debemos hacer? Escuchar al Hijo. Escuchar a Jesús, como nos dice el Padre. ¿Te parece poco? Es todo. El que escucha: se cae, se cansa, se desilusiona, se enoja, se entristece, se llena de alegría, se pasa de rosca a veces, se estanca, pero no se aparta de Jesús. El que deja de escuchar la palabra de Jesús, se aleja de él y se pierde. ¿Estamos escuchando o ya dejamos de escuchar?