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Fiesta de la conversión de San Pablo

Jesús se apareció a los Once y les dijo:

«Vayan por todo el mundo, anuncien la Buena Noticia a toda la creación. El que crea y se bautice, se salvará. El que no crea, se condenará.

Y estos prodigios acompañarán a los que crean: arrojarán a los demonios en mi Nombre y hablarán nuevas lenguas; podrán tomar a las serpientes con sus manos, y si beben un veneno mortal no les hará ningún daño; impondrán las manos sobre los enfermos y los curarán».

Palabra del Señor

Comentario

Celebramos hoy en toda la Iglesia una fiesta muy importante llamada «la conversión de san Pablo», el gran apóstol, apóstol de los apóstoles. Es el único día, en el año de la Iglesia, que se dedica a celebrar la conversión de una persona. ¡Qué increíble! Tan importante es y fue la figura de san Pablo, y lo será para toda la Iglesia, que la Iglesia se alegra y celebra que esta persona se haya convertido, que haya sido derribada de su camino para darse cuenta que tenía que ir por otro lado. Tanto hizo que la Iglesia se llena de gozo, todo lo que hizo y dejó para nosotros. Sus mismas palabras, sus mismas cartas han quedado para siempre para todos los cristianos, de todos los tiempos, como palabras de Dios. ¡Qué increíble! Las palabras de un hombre convertido, amado por Jesús, derribado para comenzar un nuevo camino, que se convirtieron en palabras de Dios para nosotros hoy.

Por eso, hoy debemos reafirmar nuestra fe en que para Jesús nada es imposible, que Jesús puede cruzarse por el camino de una persona elegida por él para transformarlo y para ayudarlo a que sea apóstol, enviado, para hacer una misión nueva en la Iglesia, para dejar una huella.

Nadie como san Pablo sabía y conocía las escrituras. Sin embargo, podríamos preguntarnos: ¿Qué fue lo que finalmente tocó su corazón definitivamente, para siempre, y lo hizo cambiar y convertirse en el hombre que más predicó, que más comunidades fundó, que más acompañó, que más estragos –por decirlo de alguna manera– provocó en ese tiempo? El encontrarse con Jesús cara a cara, corazón a corazón. Podemos leer y saber toda la Biblia, podemos conocer y leer todo el catecismo de nuestra Iglesia; ahora… si no nos encontramos personalmente con Jesús, como le pasó a san Pablo, todavía nos falta mucho. Preguntémonos: ¿A nosotros nos falta? ¿A vos te falta? A mí te diría que toda una vida, pero no bajo los brazos. Nunca pensemos que ya está; nunca nos demos por vencidos; nunca creamos que ya conocemos a Jesús lo suficiente como para creernos ya acomodados.

Cada día es distinto; cada día podemos dar un paso más; cada día su luz y su amor puede volver a cegarnos para empezar a ver algo nuevo. No tenemos por qué esperar una conversión tan extraordinaria como la que relata el mismo san Pablo. ¿Te acordás que fue derribado, y que de golpe una luz lo encegueció y escuchó una voz que lo llamó a hacer un camino distinto? No esperemos eso; eso se dio pocas veces en la historia, con unos pocos elegidos. Pero sí podemos convertirnos hoy, en este momento, un poco más. Sí podemos volver a creer, volver a empezar, volver a orientar el rumbo de nuestra vida, volver a perdonar si lo necesitamos, a levantarnos si estamos caídos, volver a rezar si habíamos dejado, volver a la adoración si ya la abandonamos, volver a Misa si pensamos que ya no vale la pena, volver a creer en Jesús que nos ama. Volvé, volvamos a acordarnos. No nos olvidemos que Dios nos ama y nos tiene pensado para cada uno de nosotros un camino nuevo, un camino distinto donde podamos dejar una huella.

Sí podemos cambiar. Es mentira que no se puede, que somos mediocres, que nadie puede sacarnos del letargo en el que vivimos muchas veces. Por qué no preguntarle hoy a Jesús, de rodillas, levantando los ojos al cielo, buscando esa luz que alguna vez nos iluminó y nos cambió la vida: ¿Qué debo hacer, Señor? «¿Qué debo hacer, ¿Señor, hoy?»: eso le preguntó san Pablo, «¿Qué debo hacer?»
¿Qué debemos hacer para ser felices en serio, siguiendo la voluntad de Dios? ¿Qué debemos hacer para salir del encierro en el que a veces estamos o nos dejamos encerrar? ¿Qué debo hacer para ser cristiano en serio, para ser un fuego que encienda otros fuegos como lo fue san Pablo y tantos santos? ¿Qué debo hacer para dejar ese pecado que me sigue atormentando y no puedo dejarlo? ¿Qué decisión debo tomar?, ¿qué cambio debo producir en mi vida? ¿Qué debo hacer para comprometerme más con mi fe, para vivir lo que Jesús nos dijo, para ir por el mundo y anunciar la Buena Noticia, anunciarles a todos que el Reino de Dios está entre nosotros, que vino a amarnos y a entregarse por nosotros? ¿Qué debo hacer para comprometerme más con mi fe, para ser coherente y dejar a veces de ser un poco tibio, que «ni pincha ni corta»? ¿Qué debo hacer para rezar con el corazón y dejar de vivir de la formalidad? ¿Qué debo hacer, Señor? ¿Qué debemos hacer?

Que san Pablo hoy, ese gran apóstol de todos los tiempos, nos ilumine a todos también, interceda por nosotros; a todos los que escuchamos sus palabras día a día, también en la Iglesia; a todos los que escuchamos su conversión; a todos los que escuchamos la Palabra de Dios para aprender de él.

Ser cristiano es aceptar definitivamente el amor de Jesús que vino a hacer una alianza con nosotros; es aceptar que es verdad, es dejarse perdonar y sentirse salvado. Pero, al mismo tiempo, ser cristiano también es actuar, es hacer, es preguntarle a Jesús otra vez (perdona que lo diga tantas veces): «¿Qué debo hacer, Señor?» «Porque el amor con amor se paga, y el amor está más en las obras que en las palabras», como decía otro gran santo, san Ignacio de Loyola.

Cada uno puede hacer algo. Cada uno está llamado a algo grande, aunque no sea grande para los demás. No importa si estamos en una cama postrados, cansados, enfermos; podemos hacer mucho. Una enfermedad también tiene un sentido. No importa si no tenés mucho tiempo; podés hacer mucho. Cuando se ama, se tiene tiempo. No importa si pensás que no sos tan útil; podés hacer mucho. Te lo hicieron creer, es mentira. Sos muy útil.

¡Levantémonos, Jesús tiene algo lindo preparado para cada uno de nosotros! ¿Qué debemos hacer, Señor?, otra vez preguntémonos. Esa es la pregunta que quiero dejarte a tu corazón para que puedas masticarla y respondértela a vos mismo en este día.