Juan Bautista vio acercarse a Jesús y dijo: «Éste es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. A él me refería, cuando dije: Después de mí viene un hombre que me precede, porque existía antes que yo. Yo no lo conocía, pero he venido a bautizar con agua para que él fuera manifestado a Israel». Y Juan dio este testimonio: «He visto al Espíritu descender del cielo en forma de paloma y permanecer sobre él. Yo no lo conocía, pero el que me envió a bautizar con agua me dijo: “Aquel sobre el que veas descender el Espíritu y permanecer sobre él, ese es el que bautiza en el Espíritu Santo”. Yo lo he visto y doy testimonio de que él es el Hijo de Dios».
Palabra del Señor
Comentario
Continuamos en días de Navidad, sí, seguimos en el tiempo de Navidad, tiempo para crecer en esa actitud receptiva de la que hablamos tanto, ¿te acordás? Despertarse, convertirse, sorprenderse y recibir. Fue el camino del adviento, pero en realidad es un camino de vida, una propuesta para toda la vida. Solo que el adviento y el tiempo de navidad son una especie de sacudón, un zarandearnos un poco para que no lo olvidemos.
Muchos de nosotros, los que escuchamos los audios, la Palabra de cada día, seguramente estamos de vacaciones, disfrutando de unos días de descanso, otros andamos misionando, viviendo una experiencia distinta, siendo conscientes que no podemos que “no podemos callar lo que hemos visto y oído”, otros seguimos trabajando por ahí a otro ritmo. Sea lo que sea, tenemos que seguir, Dios nos descansa, ama siempre, Dios nos anda buscando en todo momento y nos quiere encontrar en cualquier momento, no hay que ponerle límites.
Algo del Evangelio de hoy, nos vuelve a mostrar un Juan Bautista, muy ubicado, y al mismo tiempo con capacidad de ubicar a los demás. Hoy damos un paso más. ¡Qué grande es Juan el Bautista, es el mayor hombre nacido de mujer, según el halago de Jesús! Realmente la tenía bien clara. Ubicado. No se desubica ante el desubique de los demás y además se dedica a ubicar a los desubicados. Un hombre de Dios como se dice. Un hombre con una profunda humildad, que ocupa el lugar que tiene que ocupar, es protagonista cuando debe serlo – sin perder la humildad – y por otro lado ayuda a la humildad de los desubicados, de los soberbios.
En definitiva, ser humilde es estar donde tenemos que estar. Ser lo que tenemos que ser. Reconocernos como lo que somos, ni de menos, ni de más. Decía Santa Teresa de Jesús que la “humildad es andar en la verdad”, que es muy distinto que “andar diciendo la verdad” como si fuera que el humilde tiene que andar continuamente diciendo quién es, y quienes son los otros. Eso es una mala interpretación. “Andar en la verdad” es andar como Juan el Bautista, estando ubicados en el lugar donde Dios nos ha propuesto y saber mostrar donde está Jesús, en qué lugar los otros lo pueden encontrar, sin que nos miren tanto a nosotros. «Éste es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo».
Por eso cada persona, cada cristiano debe vivir la humildad según el lugar que Dios quiso que ocupe. Se puede ser humilde siendo Papa, presidente, o siendo barrendero, carpintero. No importa lo que hago, sino lo que soy. No hay “recetas únicas” para ser humildes, sino que la fórmula es descubrir nuestra propia verdad, eso es “andar en la verdad”, eso es tenerla clara sobre uno mismo y desde ahí, todo se acomoda. El que no es humilde en el fondo no sabe bien quién es y que hace en esta bendita creación. Como no sabe quién es, no hace lo que tiene que hacer, o lo hace mal, hace lo que no tiene que hacer o lo hace fuera de lugar, no en el momento correcto.
Lo más lindo del evangelio de hoy es lo que hace Juan y lo que dice: Señala a Jesús diciendo que lo “precede, que existía antes que yo”. Por las dudas si nos la creemos un poco, por las dudas si pensamos que los demás son buenos gracias a nosotros, por las dudas si creemos que desde que estamos nosotros en tal o cual lugar todo es mejor, por las dudas si nos desubicamos, volvamos a escuchar esas palabras. “Existía antes que yo”. Jesús está antes que nosotros, siempre llega antes que nosotros, imperceptiblemente, y si alguien conoce a Jesús gracias a que nosotros se lo señalamos, no creamos que es pura y exclusivamente por nosotros, sino que es por su gracia y su Espíritu que siempre nos precede.
Dejemos que la humildad de Juan el Bautista nos acomode si andamos desacomodados. La humildad conduce naturalmente a la paz porque nos hace estar en donde tenemos que estar, nos hace andar al ritmo que Dios quiere que andemos. Cuando no hay paz en el corazón, es signo de que todavía nos queda mucho por recorrer en el camino de la humildad, nos queda mucho por conocer de nuestro corazón, nos queda mucho por reconocer sobre nuestra propia verdad. Dice un Salmo: “Busca la paz y corre tras ella”. Podemos decir nosotros, busca la humildad y corre tras ella porque la humildad te dará la paz.