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Feria de Adviento

María partió y fue sin demora a un pueblo de la montaña de Judá.

Entró en la casa de Zacarías y saludó a Isabel. Apenas esta oyó el saludo de María, el niño saltó de alegría en su seno, e Isabel, llena del Espíritu Santo, exclamó:

«¡Tú eres bendita entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo, para que la madre de mi Señor venga a visitarme? Apenas oí tu saludo, el niño saltó de alegría en mi seno. Feliz de ti por haber creído que se cumplirá lo que te fue anunciado de parte del Señor.»

Palabra del Señor

Comentario

Hoy te hago una propuesta, algo así como un ejercicio que nos ayude a profundizar este evangelio de hoy, aunque al principio te parezca que no tiene nada que ver. Van algunas preguntas: ¿Quiénes son las personas más importantes de tu vida? Pensalo unos segundos. Pueden ser varias, pero pensá en ellas y, si tenés un poco de tiempo, escribí en un papel sus nombres. Pero no pienses en las que fueron importantes alguna vez. No es un ejercicio para caer en la tristeza, sino pensá en las que están hoy presentes. Después de tener claro quiénes son, pensá y, si querés, anotá: ¿Qué les regalarías en esta Navidad con tus ingresos habituales, con el dinero que realmente tenés y podés gastar? Ahora, sigue otra pregunta: ¿Qué les regalarías si te ganas la lotería y tenés todo el dinero del mundo, si no tenés restricciones para elegir? Si podés, anotá ese super-regalo que le harías para que te deleites un poco soñando, por lo menos. Y la última es un poco más fuerte: ¿Qué les regalarías si te dicen que será la última Navidad que los veas, la última Navidad que pasen juntos? Me imagino cómo cambió tu cara, y espero que haya cambiado tu estilo de regalo en el que estés pensando.

Ahora… ¿vale la pena que le regales algo material si será la última Navidad juntos? Hagamos este ejercicio; es lindo, es interesante para que reflexionemos. No sé qué estarás pensando. Creo que no quiere decir que no nos regalemos nada en estos días, pero sí me parece que quiere decir que pensemos un poco en lo que hacemos. ¿Para qué regalamos y qué regalamos cuando regalamos?

Mientras en estos días en la mayor parte de los lugares del mundo la gente corre para ver qué va a comprar, se desvive pensando qué le vendrá bien al otro para regalarle. Mientras tanto, no olvidemos que hay miles de personas que realmente necesitan un regalo que no «cuesta dinero», que es gratis, pero cuesta mucho más en realidad; cuesta mucho corazón, porque cuesta amor. Hay millones de personas, entre las que estamos también vos y yo, que lo que necesitan en definitiva no es algo material, sino que necesitan amor, presencias.

En estos días vamos a celebrar la fiesta del mayor regalo que pudo haber recibido este mundo, la fiesta del «Dios con nosotros». La historia de la salvación nos enseña que llegó un momento en el que Dios ya no quiso enviar mensajeros, no quiso enviar más profetas, un anuncio traído por otro. Ni siquiera regalos materiales, ni mucho menos. Quiso venir él mismo. Quiso hacerse hombre para que nos demos cuenta que lo que vale finalmente en la vida es su «presencia» y todo lo que ella trae, y no tanto lo que llevamos en las manos. ¿Podremos entenderlo de una vez por todas en esta Navidad? ¿Podremos transmitir esto a nuestros hijos, en nuestras familias, en nuestras comunidades, en nuestros grupos, en nuestros ambientes? ¡Qué difícil que es, qué complicado es desterrar todo lo que nos invadió en estas últimas décadas! Nos robaron todo, hasta el nombre de la Navidad (le pusieron «las fiestas»). Nos robaron a Jesús y lo reemplazaron por ya sabes quién. Nos robaron la Misa a la medianoche y la reemplazaron por un brindis vacío, muchas veces de contenido. Mejor dicho… ¿nos robaron o nos la dejamos robar? ¿Qué nos pasó a los cristianos?

En estos días especialmente, hay personas que más que regalos necesitan «presencias»; presencias no virtuales, sino presencias que traigan amor y no cosas. El amor no es una cosa, y la prueba está que en momentos límites de la vida lo único que nos interesa, si tenemos un poco de corazón, es amar y ser amados. Como hizo María en Algo del Evangelio de hoy. Caminó, se dice, 120 km para visitar a su prima que necesitaba de su presencia y de la de Jesús, aunque todavía no había nacido. Porque cuando salimos de nosotros mismos, para ir a estar con otros y no llevamos nada en las manos, reluce lo mejor que podemos llevar: a Jesús en el corazón, al amor. Si María hubiese llevado algo en sus manos, difícilmente se hubiese percibido la presencia de Jesús en su vientre.

María va con las manos vacías, pero con el corazón lleno de Jesús.

Cuantas más cosas llevamos en las manos, cuantas más cosas materiales pensamos que tenemos que dar para demostrar el amor, en el fondo lo que estamos haciendo es «opacar» el amor. El amor es gratuito, no se compra ni se vende; se da y se recibe gratuitamente. El amor lo llevamos en nosotros, no en las cosas. Cuando lo único que llevamos en nosotros son «cosas en las manos y la billetera con dinero», el que nos recibe espera lo de nuestras manos, lo distraemos de lo esencial. En cambio, cuando no solo llevamos «cosas en las manos» y las «cosas en las manos» que podemos llevar son solo una excusa para acercarnos, sino que además llevamos corazón, llevamos amor y amor de Jesús. La persona no solo recibe cosas, sino que recibe lo mejor que puede recibir y lo mejor que podemos darle: a Jesús. Eso hizo María. Le llevó el mejor regalo que podía llevarle a su prima y a Juan Bautista: a Jesús.

Terminemos hoy rezando juntos, como nos salga, pidiendo lo esencial a nuestra Madre y Madre del Amor. «María, rogá por nosotros que a veces nos confundimos y queremos regalar solo “cosas” sin darnos a nosotros mismos. María, rogá por nosotros para que nos demos cuenta que siempre puede ser nuestra última Navidad y los demás no quieren cosas de nuestras manos, sino nuestro amor. María, rogá por los que están abandonados y nadie les regala su presencia, nadie les regala amor, para que algún Hijo de Dios tenga compasión y se acerque a él».