En el sexto mes, el Ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen que estaba comprometida con un hombre perteneciente a la familia de David, llamado José. El nombre de la virgen era María.
El Ángel entró en su casa y la saludó, diciendo: «¡Alégrate!, llena de gracia, el Señor está contigo.»
Al oír estas palabras, ella quedó desconcertada y se preguntaba qué podía significar ese saludo.
Pero el Ángel le dijo: «No temas, María, porque Dios te ha favorecido. Concebirás y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús; él será grande y será llamado Hijo del Altísimo. El Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará sobre la casa de Jacob para siempre y su reino no tendrá fin.»
María dijo al Ángel: «¿Cómo puede ser eso, si yo no tengo relaciones con ningún hombre?»
El Ángel le respondió: «El Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra. Por eso el niño será Santo y será llamado Hijo de Dios. También tu parienta Isabel concibió un hijo a pesar de su vejez, y la que era considerada estéril, ya se encuentra en su sexto mes, porque no hay nada imposible para Dios.»
María dijo entonces: «Yo soy la servidora del Señor, que se cumpla en mí lo que has dicho.»
Y el Ángel se alejó.
Palabra del Señor
Comentario
Saber recibir bien a alguien, es todo un arte, por decirlo de alguna manera. Se recibe bien cuando se ama, cuando uno se interesa por el que viene. No es fácil ser un buen anfitrión. Es algo que nace del corazón, pero al mismo tiempo se puede aprender si uno experimentó el ser bien recibido. Recibir es algo así como una forma de vida que debemos ir aprendiendo en la medida que nos despojamos de a poco de esas pretensiones de ser nosotros mismos los artífices de nuestras vidas. El saber recibir implica un no pensar tanto en nosotros mismos sino en un estar atento a lo que necesitará el otro. Es lindo pensar y soñar con lo que al otro le haría bien de mi parte. Es como el camino inverso de lo que vamos haciendo a lo largo de la vida mientras nos vamos “haciendo adultos”. A medida que vamos creciendo deberíamos ir aprendiendo a dejar de ser servidos, como cuando éramos niños, para pensar en recibir a otros, que necesitan más que yo. Y la vida es así, una cadena de “recibimientos”, fuimos recibidos en un vientre materno, en unas manos de madre y padre, para darnos cuenta que Dios pretende lo mismo de nosotros para con Él y para con los demás. Es muy lindo imaginar la vida así, una “posta” de recibimientos.
Pero la dinámica de la vida sin querer nos puede llevar a otros rumbos. Sin embargo, Dios se hace niño, pequeño, necesitado de ser recibido en un lugar, en unos brazos, en un corazón y mientras tanto el hombre, vos y yo, vamos creyendo, e incluso nos sentimos orgullosos, de que en la medida en que no “necesitamos a nadie” es cuando se va haciendo adulto y maduro. Qué cosa rara esta vida. Qué camino extraño eligió nuestro Dios niño. Qué camino equivocado elegimos nosotros mismos a veces… creernos que ya no necesitamos ser recibidos por otros.
Ser cristiano es también saber recibir. Las dos cosas, recibir y ser recibidos. Quiero que me entiendas bien. No estoy diciendo que debemos andar por la vida sin hacer nada, pretendiendo recibir todo de todos y en todos lados. No, eso no. Me refiero a otra cosa. Jesús dijo que “hay más alegría en dar que en recibir”, pero para saber dar, para tener algo que dar, hay que haber sabido recibir de otros y seguir aprendiendo a recibir, especialmente a Dios, a Jesús.
A medida que se va acercando la Navidad, esto se va ir haciendo más claro. Acordate que tenemos que aflojar un poco estos días. Es necesario, es sagrado y hay que hacerse el tiempo. Se puede, podemos, hay que hacerse el tiempo y no poner excusas.
¿Qué significa saber recibir? Volvé a escuchar el evangelio de hoy. Miremos y escuchemos a María. Comparemos la actitud de María con la de Zacarías de ayer: “¿Cómo puedo estar seguro de esto?” dijo Zacarías. En cambio, ella contestó: “«¿Cómo puede ser eso’” ¿Te diste cuenta de la diferencia? Zacarías no cree, no confía, quiere seguridad porque no está preparado para recibir. En cambio, María da por sentado de que eso va a suceder, solo quiere saber cómo será. Una gran diferencia. Uno pregunta casi no queriendo recibir la sorpresa de Dios –que dicho sea de paso esperaba desde hace mucho – y la Virgencita, pregunta sabiendo que recibir algo de Dios es lo mejor que le puede pasar en su vida. Es lo mejor que nos puede pasar, recibir algo de Dios.
María supo recibir, es la Madre que recibe y recibe, para dar y dar. Por eso unos días antes del nacimiento de Jesús, en Algo del Evangelio de hoy, ya empezamos a escuchar y percibir su presencia, para que vayamos aprendiendo de ella. Para que podamos pedirle todos y por todos. ¡Qué se cumpla en nosotros los que el Padre quiera! ¡Qué no seamos nosotros los constructores soberbios de nuestras vidas! ¡Qué en esta Navidad nos demos cuenta que Dios está con nosotros, que Dios anda con nosotros! ¡Qué como María sepamos recibir, ser hombres y mujeres capaces de recibir presencias que manifiesten el amor de Dios! Te dejo un silencio para que puedas pedir lo que prefieras, para que hagas el silencio necesario, el silencio que necesitamos para recibir algo distinto.
Acordate de que “no hay nada imposible para Dios”, para aquel que sabe darse cuenta y cree, que siempre es necesario volver a recibir.