Uno de los Doce, llamado Judas Iscariote, fue a ver a los sumos sacerdotes y les dijo: « ¿Cuánto me darán si se lo entrego?» Y resolvieron darle treinta monedas de plata. Desde ese momento, Judas buscaba una ocasión favorable para entregarlo.
El primer día de los Ácimos, los discípulos fueron a preguntar a Jesús: «¿Dónde quieres que te preparemos la comida pascual?»
El respondió: «Vayan a la ciudad, a la casa de tal persona, y díganle: “El Maestro dice: Se acerca mi hora, voy a celebrar la Pascua en tu casa con mis discípulos”.»
Ellos hicieron como Jesús les había ordenado y prepararon la Pascua.
Al atardecer, estaba a la mesa con los Doce y, mientras comían, Jesús les dijo: «Les aseguro que uno de ustedes me entregará.»
Profundamente apenados, ellos empezaron a preguntarle uno por uno: « ¿Seré yo, Señor?»
El respondió: «El que acaba de servirse de la misma fuente que yo, ese me va a entregar. El Hijo del hombre se va, como está escrito de él, pero ¡ay de aquel por quien el Hijo del hombre será entregado: más le valdría no haber nacido!»
Judas, el que lo iba a entregar, le preguntó: « ¿Seré yo, Maestro?»
«Tú lo has dicho», le respondió Jesús.
Palabra del Señor
Comentario
Comenzábamos la Semana Santa, no te olvides, el Domingo de Ramos, celebrando la entrada triunfal de Jesús a Jerusalén y, al mismo tiempo, escuchando la lectura de la Pasión según san Lucas, en donde con intenso dramatismo se relataba cómo Jesús iba pasando, de algún modo, de mano en mano, buscando ser entregado y ajusticiado injustamente; lleno de intrigas y de entregas para lograr el cometido, para lograr salirse con la suya aquellos que rechazaban a Jesús. Entre los tantos personajes que aparecían en ese relato de la Pasión, no te olvides –te aconsejo volver a leerlo–, aparecía por supuesto la figura de Judas, el amigo traidor, el amigo para Jesús; pero, en definitiva, para Judas, Jesús no era un amigo, por lo que terminó haciendo.
Por ahí te estarás sorprendiendo con la figura de Judas que también aparece en estos días, pero te invito a que no te sorprendas más y nos maravillemos más con el amor del corazón de Jesús. Judas hubo, hay y habrá siempre. Judas también, de algún modo, somos nosotros, vos y yo, con nuestras traiciones, aunque a veces nos cueste aceptarlo. No podemos lavarnos las manos como lo hizo Pilato el Viernes Santo, somos parte de esta humanidad caída y también de algún modo traicionera. Pedro también prometió y no cumplió. ¿Cuántas veces nosotros prometimos todo y nos chocamos con nuestra propia debilidad en la primera esquina, como se dice? Por eso la Pasión de algún modo nos refleja a todos, refleja el dramatismo de la vida del ser humano, que a veces puede pasar de un extremo a otro. La vida, nuestra vida de fe muchas veces es así, por un lado, o mejor dicho al mismo tiempo, el deseo de amar, la entrega diaria, silenciosa, sacrificada, generosa; la presencia del Reino de Dios en nuestros corazones, de Jesús entre nosotros, miles de lugares donde él sigue entregándose por medio de tantas personas que dan la vida.
Pero también al mismo tiempo, pero a un ritmo diferente, la presencia del mal, de personas que se dedican a hacer maldades, injusticias, traiciones, guerras, muertes y tantas cosas más, y por qué no nuestras propias traiciones, infidelidades al amor de Jesús, infidelidades a nuestra vocación, infidelidades a nuestros seres queridos que confían en nosotros y tantas cosas más. Es el drama de esta humanidad en el cual Jesús quiso meterse, el drama del corazón humano incapaz de amar y de doblegarse ante tanto amor. Por eso Jesús se metió en este mundo, se mete para vencer desde adentro, para enfrentar el mal no con las armas de este mundo, como lo hacemos nosotros, sino con las armas de un amor extremadamente paciente y misericordioso.
¿Qué otro milagro de paciencia pudo haber hecho Jesús que esperar hasta el final a este supuesto amigo que lo terminó traicionando por un poco de dinero, por lo que valía un esclavo? ¡¡Qué enseñanza nos deja Jesús a todos y en especial a los que tenemos el cuidado y guía de personas, de corazones!! Paciencia extrema sin esperar nada a cambio: esa es la fórmula tan difícil. Lo que parece un fracaso ante ojos poco profundos de este mundo, es ante nosotros el éxito del amor misericordioso del Padre, que respeta la libertad de sus hijos y que nos enseña cómo debemos actuar nosotros. Apostar siempre, siempre hasta el final a la bondad que hay en cada corazón. Todo ser humano tiene la capacidad de amar y de convertirse, nunca hay que rendirse. Solo el amor puro y sincero puede convertir a las personas más alejadas y renegadas, más reacias al amor.
Sin embargo, hay algo que no hay que olvidar. Incluso haciendo todo lo posible siempre hay que dejar la puerta abierta a la posibilidad del rechazo, del olvido y de la traición. Si a Jesús le pasó, ¿por qué pensamos que no nos puede pasar a nosotros? No nos cansemos, sin embargo, de hacer el bien y de buscar siempre el bien de los demás. Elijamos a los menos amados y menos amables para hacerles sentir el amor de un Dios que no se cansa de amar y esperar. Jesús hizo y hace lo mismo con cada uno de nosotros, eso es lo que nos tiene que maravillar.
Alguna vez fuimos Judas; otras veces, Pedro, ¿por qué no animarnos a empezar de una vez por todas a ser como Jesús que sabe amar, esperar y apostar siempre a la bondad de nuestros corazones?